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Hasta que la brujería nos separe

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Blurb

Después del trágico deceso de Georgina “Gina” Vargas C. a raíz del COVID-19, sus hijas Eliana, Nohora y Ana María deben manejar la conmoción con sus derechos y deberes civiles a los que son acreedoras por su condición de herederas, esto considerando que durante los primeros días del novenario, su tío, Gabriel Vargas C. –quien desde hace algunos años venía desempeñándose como cuidandero de la finca, en compañía de su concubina Amparo Ruano, durante el tiempo que Gina se encontraba ausente– permaneció en dicha zona, “cumpliendo” con sus labores, ya de costumbre, con el menor contacto posible con sus sobrinas y con quienes mantenía una relación agradable y gentil, aunque con una segunda intención de por medio. Transcurridos unos días, la relación comenzó a debilitarse como consecuencia del reclamo de las hermanas Ordoñez V. por la falta de fundamento y prudencia con las pertenencias materiales dejadas por la fallecida Gina, por el comportamiento extraño y actitudes sospechosas que adquirió Gabriel desde que vive con Amparo, quien no es quien muchos creían, y por el reclamo de estos sobre sus “derechos sobre parte de la tierra” a los que, en palabras suyas, “tenían derecho por haber sido sus explotadores durante los últimos años”, para lo que Gabriel había acordado algo diferente aproximadamente un mes atrás, previo a la tragedia que sucumbió a las protagonistas de esta historia, y que levantó un sinnúmero de interrogantes sobre su cambio de posición (y de actitud).

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LA TRAGEDIA QUE DIVIDIÓ EN DOS EL CAMINO – PARTE I
Mañana y tarde calurosas en la ciudad de Neiva, capital de uno de los departamentos más olvidados por el Estado colombiano, sin mencionar que, secundando al aspecto político mencionado y no olvidado, el clima es de lo menos fluctuante y variable en los aires sociales de la tierra que anualmente, para el mes de junio, invita a los foráneos a “pegarse la rodadita” bajo el incesante y ‘cariñosito’ sol, cuyo resplandor no le da tregua a nada ni nadie. Transcurría desenfrenadamente la mañana en su oficina, pero Eliana Katherine Ordoñez Vargas -a quien se le mencionará de ahora en más como Eliana K. o Eliana, en su defecto, y segundo nombre que se omite, no por corto, sino por recomendación de ella misma- apenas parpadeaba y mantenía su estrecha mirada sobre el monitor de su laptop, escuchando atentamente la teleconferencia sobre asuntos globales en política que tanto le apasionan y que solía discutir en las sombrías noches de mitad y fin de semestre académico en la universidad. Eliana es una mujer y abogada, en ese estricto orden, polivalente, adjetivo para el que sería adecuado agregar un tercer sustantivo a su descripción personal: madre. Es madre de Juan Camilo y esposa de Milton Eduardo, también abogado, empleado de la Electrificadora del Huila S.A. y apasionado por los caballos. Mantienen aquella relación marital alejada de los rumores, la gloria profesional representada en fiestas y tragos, y viven humilde pero confortablemente en un conjunto a las afueras de la ciudad. Aquella habitación corporativa era testigo de la remisión de unos sobres color rosado que fueron enviados el día anterior con una marquilla que decía “De: Electrohuila S.A.”, razón por la cual ella dedujo rápidamente quién era su directo remitente y optó por dejarla a un lado para leerla “más tarde”. Pasadas las 11:59 a.m. apagó su laptop y procedió a abrir el sobre y leer su recado mientras se disponía a ir y disfrutar del “segundo buen golpe del día” (el almuerzo). Mientras el microondas terminaba por calentar aquel apetecido primer bocado de aquel contenido del envase de plástico que diariamente se levanta a preparar a las 5:10 a.m. por tardar, Eliana aprovechó los 2.5 minutos para deleitar sus ojos, mente y corazón, antes que su insaciable pero poco estricto estómago: Viernes 30 de abril. ¡Hola cariño! Recuerda que paso por ti esta noche, un poco más temprano de tu hora de salida usual, para ir al lugar del que te hablé hace unos días, recién levantados de la cama, y cuya felicidad eran tan grande que la sonrisa reflejada en mi cara era su más vibrante prueba. Llevaré tu vestido rojo preferido y esos zapatos que recién estrenaste para la boda de tus primos Leonardo y Catalina, pero que la poca emoción generada aquella noche olvidó en el armario de la tía Leonor. Te espero faltando 15’ para las 7 p.m. en la esquina de la CAM con la carrera 60, justo en la cabina del teléfono público que yace ahí. Atte. Tu ‘meloconcito’. No terminó de leer completamente la última palabra cuando, tan solo pasadas milésimas de segundo, una señal, tal vez divina o quizás un recuerdo, llegó a su mente. Según relata, su madre Georgina “Gina”, quien había regresado a la ciudad hace aproximadamente una semana, proveniente de la capital, Bogotá D.C., arribó a la capital nacional del Bambuco con algunos síntomas que, para antes del 2020, se podía intuir con total convicción que pertenecían a la gripa o influenza, pero con lo acontecido a nivel mundial en los últimos dos años, eso ya no era lo que se esperaría con 99% de probabilidad, y por lo cual fue necesario recurrir a la prueba contra el COVID-19 en cuanto se hizo efectivo su aterrizaje a la capital opita. Gina, quien para entonces contaba ya con 73 años de edad, se mostró tensa y un poco más agobiada que de costumbre, ya que no hacía ni dos años había fallecido, producto de la vejez y de las secuelas de su trombosis, su esposo Hernán Antonio, a quien la familia distinguió, conoció y llamó siempre “Mono” o “Toño” (en el caso de Gina) por su indiscutible y siempre admirable cabello color marrón rubio, y de quien los recuerdos golpeaban y retumbaban incesantemente en las mentes tanto de sus descendientes y cónyuge como de la familia Vargas Díaz, de quién soy su primogénito y menor de sus sobrinos, hasta que llegaron a este mundo mi hermana y la prima Lina María. Hernán fue un hombre echao pa’lante (perseverante) y que logró ganarse el afecto de muchos y el desafecto de pocos, un hombre que con sus escasos dos años de escuela primaria fungió como electricista y mecánico empírico de electrodomésticos y otros aparatos, servicio que prestaba de manera independiente y que suplía mediana pero aceptablemente con el sustento y responsabilidades para el hogar que vio nacer a las tres grandes mujeres protagonistas de esta historia, y de quienes cualquier padre y madre estarían orgullosos hasta el tuétano. El agobio incrementado que Gina presentaba solo era equiparable con la emoción que sentía Eliana por contar con su presencia en uno de los días más especiales del año y que, sin el ánimo de apropiarme de la historia e involucrarme en ella, resultaba ser un día también importante para mí, dado que, como el más álgido apasionado por el fútbol en la familia, sabía desde el primer minuto que mis ojos abrieron del sueño nocturno, que el equipo de fútbol del cual he sido hincha desde el momento que me gustara dicho deporte, estaba también de cumpleaños. Aquel 30 de abril de 1947, nació formalmente en la ciudad de Medellín, Antioquia, el Club Atlético Municipal de Medellín, el cual pasaría a llamarse tres años después Club Atlético Nacional y que es, hoy por hoy, el club más laureado en la historia del fútbol profesional colombiano (FPC) y que por dicho motivo es conocido como “El Rey de Copas”. Aproximadamente 24 horas después de la aplicación de la prueba diagnóstica, Gina y Eliana aprovecharon para vacunarse contra el gran mal que ha sido el causante muchísimos casos de fallecimiento desde inicios del 2020, ya que se encontraban frente a un puesto de vacunación que quedaba cerca a la casa, justo por la avenida, y contiguo a la Parroquia San José, en la que fue bautizada Eliana cerca de 45 años atrás y que aún permanece casi que sin mayor variación alguna en su arquitectura, estado y conservación, representando un ícono magnificente en el centro del conjunto de las reminiscencias de aquellos testigos. La vacuna, de la cual no incumbe y da igual mencionar si fue AstraZeneca, Jansen, Moderna o Pfizer, no tuvo efectos inmediatos en Gina ni en Eliana, así como sus cuerpos no presentaron algún tipo de alteraciones dentro de las siguientes 18 horas, por lo que toda preocupación momentánea y continua previa a la vacunación, y posterior a esta, se fue desvaneciendo como lamentablemente se desvaneció Gina, su cuerpo y alma de este mundo terrenal, dentro de los 20 días siguientes, pero de eso hablaremos en su momento. Retomando, posterior a su señal divina o recuerdo, Eliana sacó del horno el plato en el que se encontraba su envase con el mensaje “Serás una gran abogada Kate”, el cual había sido escrito años atrás por su sobrina Ana Sofía, cuando apenas acababa de aprender las veintisiete letras del alfabeto español y lo colocó al lado derecho del microondas, se echó para atrás y, con un fuerte suspiro, se dispuso frente a este a almorzar, dando su primer bocado, cogiendo su teléfono móvil, poniéndolo en “Modo Avión”, santiguándose y procurando no pensar más el nada ni en nadie que no implique pasar un buen día, una buena tarde y una buena noche. Porque los cumpleaños no pasan todos los días… Terminada la sesión, Eliana se levantó, pero a diferencia de la costumbre de dirigirse inmediatamente al baño para lavar su portacomidas, se dispuso a desactivar el “Modo Avión” de su teléfono celular y chequear las notificaciones recibidas por motivo de la fecha especial, llevándose la gran sorpresa que nadie había escrito un mensaje o hecho una llamada, más allá de sus tres amigos (dos compañeros de trabajo y una ex compañera de la universidad) y algunos familiares en los que no sobra evadir la obviedad de que sus hermanas y mamá están en este grupo. Al principio, lo tomó con desilusión, y la desazón solo se vio compensado con la sazón de lo recientemente almorzado, teniendo en cuenta, además, que, en años anteriores, el ícono de nube que notifica interacciones en publicaciones por el usuario mismo y publicaciones hechas por los “amigos” en f******k (aunque las comillas sobran por la claridad hecha), estaba solo con un número diez, pero que, al ingresar, se encontró que nueve de esas eran comentarios a “memes” compartidos y solo uno correspondía a un mensaje de felicitación. Por cierto, aunque parezca “cruel” aclararlo o decirlo, dicho mensaje fue enviado, nada más y nada menos, por Milton Eduardo, quien al final había puesto al final dos emoticones: el diablito morado, muy conocido por los usuarios de f******k y w******p, y una noche estrellada con unos edificios al fondo como si de Nueva York o la capital del mundo estuviéramos hablando.

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