Capítulo 3

1709 Words
La luz tenue del atardecer se ha extinguido y las sombras comienzan a alargarse entre los árboles, volviéndose más densas y más vivas. Ella sigue allí, inmóvil sobre la banca, jugando con el borde de esa venda que cubre su brazo herido. Parece presente, pero su mente está lejos, navegando en un mar invisible que solo ella conoce. La observo sin prisa. No hay urgencia por mi parte. Los secretos, esos delicados monstruos que habitan en el alma, no se arrancan ni se exigen. Se susurran con paciencia, hasta que quien los carga esté listo para soltarlos. —¿Estás bien? —rompo el silencio, cuidando cada palabra, como quien rompe el hielo en un lago oscuro. No responde de inmediato. Sus ojos miran algo que yo no puedo ver, y es algo que arde solo para ella. —Mi padre... —titubea—. Scott... Hay unas veces que no sé quién es —admite. Mis palabras salen bajas, con una calma que esconde un filo. —¿No lo conoces o no quieres conocerlo? —se ríe, pero es una risa hueca y quebrada. —Creo que ambas. Siempre fue... correcto e Impecable. Como si ensayara cada frase antes de decirla. Nunca se ha enojado. Nunca una voz alzada. Nunca cometió un error. ¿Eso no es... extraño? Asiento en silencio. Los monstruos más antiguos se disfrazan con las mejores máscaras. Solo que no pude decirle eso. —A veces lo más aterrador es lo que nunca cambia. Su voz se quiebra cuando continúa hablando. —Cuando era niña, imaginaba que no era mi padre. Que mis verdaderos padres estaban en alguna parte, esperándome... Porque con él, todo era una prisión dorada. Seguridad, reglas, horarios, controles médicos... Todo demasiado perfecto. Pero yo... yo no me sentía real. —¿Te sentías atrapada? —asiente, con la cabeza baja. —Y ahora, después de lo que pasó con el accidente, no sé qué pensar. Mi brazo arde, sueño con fuego, y tú apareces... diciendo cosas que no entiendo. ¿Tú sabes quién soy, Aaron? La miro y trato de no mostrar demasiado, pero mis ojos no pueden mentir. Hay abismos en ellos y un peso que no comparto. —Aún no estás lista para saberlo. —Pero tengo derecho... —No es cuestión de derechos —mi voz baja una octava, hipnótica—. Es cuestión de tiempo. La verdad puede romperte si llega antes de que tu alma pueda soportarlo. Sus ojos claman una respuesta, o una esperanza, y, sin embargo, se queda en silencio. Hay obediencia en su mirada y una extraña confianza que no he ganado. —¿Entonces qué hago, Aaron? ¿Solo espero a estar lista? Me acerco, mi sombra la envuelve como un manto cálido y oscuro. —Deberías dormir. Parpadea, desconcertada. —¿Qué? —Descansa, Hanna. Tu cuerpo está exhausto, tu mente saturada y el fuego dentro de ti necesita silencio para no devorarte. Levanto una mano y la pongo con cuidado sobre su frente. Mi piel arde, pero ella no se retira. —Cierra los ojos, Hanna —murmuro. —¿Estás... haciendo algo? —pregunta con voz débil, mientras siento que el peso del mundo comienza a caer de sus hombros. —Solo te doy paz. Es muy pronto para todo lo que necesitas saber. Sus párpados tiemblan una vez y luego caen. Respiro junto a ella, dejando que se entregue al descanso. La sostengo, viendo cómo sus facciones se suavizan. El fuego bajo su piel, que ayer parecía una amenaza, se calma momentáneamente. —Demasiado pronto —susurro, retirando la mano—. Aún no puedes saber que eres la g****a en los cielos. Ni que tu sangre es la pieza que necesito para quemar todo lo que me rechazó. Eres una muy bonita cazadora. Me levanto con lentitud y lanzo una mirada hacia la sombra donde Nerón aguarda. —Cuídala. Mi dóberman gruñe, obediente. Y sin más, desaparezco en la oscuridad, dejando atrás la banca, la brisa fría... y a una muchacha dormida, con fuego en las venas y un destino marcado por la destrucción. ††† En sus sueños, ella está en un campo de cenizas, y, lo lejos, una figura se recorta contra un cielo en llamas. Su silueta arde, rodeada por la oscuridad misma. No tiene rostro, solo ojos rojos y una corona de huesos. Me mira. Extiendo la mano hacia ella, y mis labios susurran algo que no debería saber. —Aún no, pequeña cazadora, pero pronto. Lo prometo. Y entonces, ella despierta... con una lágrima rodando por su mejilla. ††† Estación de bomberos. 08:50 a.m. La estación huele a café rancio y ceniza vieja. Parker lleva veinte minutos revisando el informe del simulacro de anoche, mientras yo estoy junto a la ventana, observando cómo la ciudad empieza a sacudirse el sueño. Afuera, todo parece tan calmado... y adentro... yo no. No he dormido. No puedo. El recuerdo de su piel bajo mi mano, ardiendo y sin quemarse, no me deja en paz. Y esa maldita pregunta retumba en mi cabeza, como si su voz aún flotara en el aire. —¿Qué hago, Aaron? ¿Cómo se supone que sea yo quien te lo haga saber? —Vas a partir esa taza en dos si sigues apretándola así —dice Parker, desde la mesa, sin levantar la vista. No le respondo de inmediato. El calor no me molesta. Nunca lo ha hecho, me cabrea es el ser humano. Parker es pasable. —No me quemo con facilidad —respondo finalmente, sin apartar la vista del cristal empañado. Él deja caer el bolígrafo con un suspiro. —Lo he notado. ¿Dormiste algo, Aaron? Niego con la cabeza. —Pensé que los demonios solo me perseguían a mí —dice, con una sonrisa cansada—. Pero tú... Tú llevas uno pegado al alma desde que te conocí. —Algunos no son demonios —murmuro—. Algunos tienen ojos de fuego y preguntas que duelen más que el silencio. Lo miro. No necesito decir su nombre. Parker lo entiende perfectamente. —La mujer. Asiento con pesar. —¿Qué pasó anoche? —Soñaba con fuego. La llamé pequeña cazadora... y no sé por qué. —¿Y ella sabe quién eres? —No lo recuerda. O no quiere. Se hace un silencio espeso, lleno de lo que no decimos. Él intenta comprender, pero hay cosas que ni siquiera yo entiendo del todo. Entonces, la puerta principal se abre, mostrando una presencia firme, controlada e impecable. —Buenos días. La voz me eriza la espalda antes de que pueda verla. Cuando levanto la mirada, ahí está, Scott Monroe, jefe de policía y padre de Hanna. Traje gris, postura militar y sonrisa perfecta. Es la primera vez que pisa la estación y lo hace como si le perteneciera. Parker parpadea, confundido por la energía que se apodera del lugar. —Buenos días —responde, de manera cortés, mientras se pone de pie—. ¿Le puedo ayudar en algo? Scott se acerca con paso medido, analizando cada rincón de la estación como si evaluara una escena del crimen. —Soy Scott Monroe. Jefe de policía. Solo pasaba a confirmar lo de esta tarde —dice, como si estuviéramos todos al tanto de la agenda que él tiene—. Hanna, mi hija, vendrá con un grupo de niños de su centro educativo. Harán un recorrido por la estación, hablarán sobre prevención de incendios y esas cosas. Parker me lanza una mirada rápida, pero yo no dejo de mirar a Scott. Su voz es demasiado limpia. Demasiado controlada y, cada palabra, parece calibrada para no dejar huellas. ¿Eso es lo que notó su hija? —¿Hanna es maestra? —pregunta Parker, con educación. Scott asiente, orgulloso. —Sí. Nivel inicial, pero también trabaja con grupos de niños con altas capacidades. Es meticulosa. Siempre lo ha sido. Incluso... en casa. Hay una pausa muy intencionada. Como si quisiera que notáramos que lo ha dicho así a propósito. Mis puños se cierran lentamente. —Llegarán a las cuatro en punto —añade—. Es un grupo pequeño. Quince niños. Me pareció una buena forma de distraerla y mantenerla ocupada. Después del accidente, mi hija necesita algo de rutina. ¿No les parece? —Claro —dice Parker, tenso, sin entender del todo por qué se siente incómodo. Yo sí lo entiendo. Aunque me parece extraño, ya que anteriormente no había sido así. —Estaremos listos —le respondo, firme y sin expresión alguna. Scott me mira directamente, y por un instante, juraría que lo sabe. No quién soy, pero sí que soy. Su mirada no es de cortesía. Es de advertencia. Como si quisiera recordarme que ella es suya, que siempre lo ha sido y yo no debo acercarme. —Confío en eso, Aaron —dice, con una sonrisa fina—. Hasta luego, muchachos. Y se va, sin apuro, dejando tras de sí un silencio más pesado que su presencia. Parker exhala cuando la puerta se cierra. —¿Ese tipo es siempre así? ¿O solo cuando está en modo jefe de la galaxia perdida? —Es la primera vez que viene —respondo—. Y sí. Siempre ha sido así. —¿Es su verdadero padre? —Sí... Por lo menos su espíritu. —Mierda. Asiento. Exactamente, mierda. —Algo en él no encaja —suelta Parker—. Tiene esa forma de hablar que usan los tipos que mienten tan seguido, que ya no se distinguen entre verdad y el teatro. —No encaja porque todo en él fue diseñado para encajar. Su casa, su trabajo, su hija. Todo calibrado. Todo medido y todo perfecto. —¿Qué pasa con Hanna? —Hanna fue rota para encajar. Lo que él no sabe... es que no lo logró completamente. Parker se queda en silencio, masticando la tensión en el aire. Finalmente, dice: —¿Y qué va a pasar esta tarde? —Vamos a enseñarle a quince niños a no jugar con fuego —respondo, sin apartar la mirada de la puerta—. Mientras intento no encender el incendio que duerme en su hija.
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