Parker me mira, su rostro se ha vuelto pétreo. No hay bromas ahora, solo la gravedad de lo que acabo de decir. Sabe lo que significa que el Inframundo "abra sus puertas" y el caos que eso desataría. Lo ha vivido en pequeña escala, pero nunca a la magnitud que yo puedo provocar.
—¿El Inframundo? ¿Aquí? —su voz es apenas un susurro, cargada de un temor que no le había visto en mucho tiempo.
—Si no vienen por mí, vendrán por ella —repito, la frase se siente pesada, como una profecía ineludible—. Ella es una anomalía, una luz que brilla demasiado fuerte en un mundo que debería estar en penumbra. Y las sombras no soportan la luz.
Parker se pasa una mano por el cabello, desordenándolo. Su mirada se pierde en el horizonte, donde el sol ya comienza a teñir el cielo de naranja y púrpura. La tranquilidad de la tarde se ha roto, reemplazada por una expectativa ominosa.
—¿Y qué vas a hacer? —pregunta, volviéndose hacia mí. Sus ojos buscan una respuesta, una estrategia, algo que nos dé una ventaja contra lo desconocido.
—Protegerla —respondo sin dudar. La palabra sale de mis labios con una convicción que me sorprende a mí mismo. Protegerla. A ella. La pureza que me irrita y me atrae a partes iguales. La pureza que mi madre demonio despreciaría y que mis hermanos infernales intentarían corromper.
—Incluso si eso significa...
—Incluso si eso significa desatar lo que siempre he guardado —lo interrumpo, mis ojos se endurecen. Lo que he guardado por milenios. La verdadera extensión de mi poder, la oscuridad primordial que yace latente bajo la fachada de "Aaron, el teniente de bomberos".
Un escalofrío recorre la espina dorsal de Parker. Me conoce lo suficiente para saber que no bromeo. Y también sabe que si yo decido ir a la guerra, no habrá fuerza en este mundo que pueda detenerme.
—¿Sabes quién se está acercando? ¿Algún nombre? —pregunta, intentando aferrarse a algo tangible.
Niego con la cabeza.
—No hay nombres aún. Solo siento la cercanía de algo que quiere salir, algo que ha estado inactivo y ahora ha sido despertado. Quizás el estallido fue un aviso, una prueba de fuerza.
Un estruendo lejano, el eco de una sirena de ambulancia en la distancia, rompe el silencio. Es un sonido que en cualquier otra circunstancia sería rutinario, pero ahora, para nosotros, suena a presagio.
—Tenemos que prepararnos —dice Parker, su voz ya recuperando algo de su habitual determinación, aunque teñida de una nueva seriedad—. ¿Cómo la protegemos sin que se dé cuenta de la magnitud de lo que se avecina? Su padre ya sospecha de ti.
—No debe saberlo todo, no todavía —admito—. Su pureza la hace vulnerable, pero también es su mayor escudo. Si entiende la oscuridad de mi mundo, podría romperse. Solo necesita saber que hay un peligro y que yo estoy aquí para evitar que la consuma.
Mis ojos vuelven al portón por donde se fue el autobús. Hanna... La g****a. La única que existe...
—No tengo control sobre lo que siente cuando estoy cerca —continúo, la verdad desnuda en mis palabras—. Y eso es un problema. Su intuición es fuerte. Percibe mi oscuridad y mi naturaleza.
—¿Y qué hay de su sueño? ¿El que mencionaste? —Parker me mira con expectación. Sabe que mis conexiones con el mundo onírico no son casualidad.
—Una visión fragmentada —respondo—. Las pesadillas suelen ser más un reflejo de los miedos internos que de la verdad pura. Pero si está empezando a sentir mi mundo, sus sueños podrían ser los primeros portales. Necesito saber qué tanto vió.
—Entonces tendrás que hablar con ella —sentencia Parker, y en su voz hay un matiz de ironía. Sabe lo poco propenso que soy a las conversaciones "normales".
—Lo haré —miro la estación de bomberos, el lugar que es mi disfraz y mi refugio. Un lugar de heroísmo humano que contrasta con lo que realmente soy. Qué ironía—. Pero a mi manera.
Parker asiente, comprendiendo. Sabe que "mi manera" rara vez es sutil.
—¿Y si el ataque viene por la estación? ¿Si es un ataque directo para sacarte de las sombras?
La pregunta de Parker me golpea con la fuerza de una revelación. Mi mente había estado tan centrada en Hanna, en la amenaza que se cernía sobre ella, que no consideré el lugar. Mi santuario. Mi "hogar".
—Es una posibilidad —admito, apretando la mandíbula—. Este lugar es mi ancla. Si lo destruyen, me desatarían. Y eso es lo que quieren. Una criatura sin ataduras y sin nada que perder...
Un plan comienza a formarse en mi mente, frío y calculador. Si van a venir por mí a través de la estación, yo los esperaré. Si van a intentar usar a Hanna para sacarme, me aseguraré de que no puedan alcanzarla.
—Necesitamos más hombres. Hombres de los nuestros —le digo a Parker, mi voz fue baja y firme—. Los que saben. Los que pueden resistir lo que se avecina.
Los ojos de Parker brillan con una mezcla de entendimiento y anticipación. La batalla que se avecina no será una para los humanos corrientes.
—Haré las llamadas —responde, sacando su teléfono—. ¿Alguna preferencia?
—Los más leales. Los que no duden y los que puedan manejar el Inframundo si es necesario. No quiero debilidades cuando llegue el momento.
Mientras Parker se aleja para hacer sus llamadas, mis ojos vuelven a fijarse en el horizonte. El sol se ha puesto por completo, y la oscuridad de la noche comienza a extenderse. Una oscuridad diferente a la mía, una oscuridad natural. Pero sé que la otra, la que se arrastra desde los abismos, es mucho más fría y profunda.
Un escalofrío helado me recorre, pero no es de miedo. Es la anticipación y la sensación de que el juego ha comenzado.
Hanna, la g****a y la oscuridad que se acerca para reclamarla.
Esto no es un simulacro. Esto es la guerra. Y esta vez, no tengo intención de contenerme. Que ardan todos los que se interpongan entre la pureza y mi poder.
***
La noche se traga los últimos vestigios del día, trayendo consigo un silencio denso que presagia la tormenta. Parker está hablando por teléfono en voz baja, lejos, lo suficientemente lejos para que mis sentidos capten solo fragmentos de su conversación.
—Necesito que vengan... sí, es serio... Aaron dice que se acerca...
Me apoyo contra la fría superficie de uno de los camiones, el metal contra mi espalda un recordatorio tangible de este mundo que habito. Mis ojos, que ya no necesitan la luz para ver con perfecta claridad, barren el hangar. Cada sombra, cada recoveco, cada potencial punto de entrada o debilidad se registra en mi mente.
Si van a venir por mí aquí, lo harán con un propósito. Desatarme. Y si van a venir por Hanna, será para usarla, para corromperla, para destruir esa pureza que es tan anómala en mi existencia. El pensamiento de Hanna... esa sonrisa que se quiebra al verme, esos ojos que me buscan y se llenan de desconfianza. Y a pesar de ello, no se aleja. Su intuición le grita peligro, pero algo más la mantiene atada. Una curiosidad, una atracción, una necesidad de entender lo que se agita entre nosotros. Ella es un imán para mi oscuridad, y yo... yo soy un depredador que se encuentra, por primera vez, en una encrucijada donde la presa es vital para su propia supervivencia.
Siento el tirón, débil pero persistente, de la conexión que establecí con ella, esa chispa que planté para borrarle la memoria. Ahora, esa misma chispa, lejos de ser un mero truco, se ha convertido en un hilo conductor, un canal por el que fluyen sus emociones más profundas hacia mí, y las mías, aunque contenidas, hacia ella. Es por eso que percibí su nerviosismo, el pulso acelerado, la respiración entrecortada. Es por eso que supe de su sueño.
Mi "regalo" para ella, diseñado para el olvido, se ha convertido en una maldición que nos une. Y mientras más tiempo pasemos cerca, más se fortalecerá ese vínculo, más profunda será la conexión, hasta que ya no haya forma de romperla. Y entonces, cuando el verdadero peligro golpee, no solo la arrastrará a ella, sino que podría consumirme a mí también. No por debilidad, sino por el conflicto que generaría el tener que elegir.
Parker cuelga el teléfono y se acerca, su rostro ya ha recuperado la compostura, aunque sus ojos reflejan la seriedad del momento.
—Ya hice las llamadas —dice—. Vendrán los de siempre. Los que entienden. Estarán aquí antes del amanecer.
—Bien —respondo, con mis ojos fijos en la entrada principal.
—¿Y qué hacemos mientras tanto? No podemos sentarnos a esperar a que el Inframundo llame a nuestra puerta.
—No lo haremos —miro a Parker. La decisión está tomada—. Iremos a verla.
Parker parpadea, sorprendido.
—¿A Hanna? ¿Ahora? Aaron, su padre...
—Su padre no es el problema en este momento —lo corto—. Necesito que me cuente el sueño. Necesito saber qué tan profunda es la g****a y, necesito verla, sentir la pureza de cerca antes de que la noche termine de sellar su destino.
No es una necesidad impulsada por la curiosidad o el deseo banal. Es una necesidad estratégica. Debo calibrar la magnitud de su conexión con lo etéreo, el alcance de su vulnerabilidad, la fuerza de su esencia. Solo así podré trazar la línea de batalla.
—¿A su casa? —pregunta Parker, levantando una ceja.
Asiento.
—No llamaremos a la puerta. No por el frente.
Parker sonríe, era una sonrisa forzada que apenas ilumina la oscuridad que se cierne sobre nosotros.
—Por supuesto que no. Me preparo.
Mientras Parker se dirige a cambiarse de ropa y preparar lo necesario para nuestra visita, yo me quedo un momento más, de pie en el centro del hangar. Cierro los ojos, y dejo que mis sentidos se extiendan más allá de los muros de la estación, más allá de la ciudad. Escaneo las energías circundantes, buscando cualquier anomalía y cualquier señal de la presencia que se acerca.
Siento el murmullo de las almas humanas, la rutina de sus vidas, sus pequeños dramas y alegrías. Percibo la quietud de la naturaleza, el susurro del viento, el latido de los animales nocturnos, pero también... también detecto una vibración sutil, una disonancia en la sinfonía del mundo. Como un hilo oscuro tejiéndose en el tapiz de la noche.
Se acerca. Aún no está aquí, pero su presencia es una promesa ominosa.
Abro los ojos. Mis decisiones ya están tomadas. No huiré, no me esconderé y no permitiré que toquen a Hanna. Si lo terrenal quiere una guerra, una guerra tendrá. Y arderán, sí, pero no en mi casa. Arderán en el campo de batalla que yo elija.
Minutos después, nos movemos por las calles silenciosas de Grecia. El aire de la noche es húmedo y fresco. Las pocas luces de los postes de la calle proyectan sombras largas y distorsionadas. Parker, vestido con ropa oscura y casual, camina un paso detrás de mí. Su habitual estampa de bromista ha desaparecido, reemplazada por la concentración.
Nos acercamos al barrio residencial de Hanna. Reconozco la energía de su hogar, una chispa cálida y constante en el océano de energías neutras. Un vestigio de lo que ha sido y de lo que podría ser.
Nos detenemos a un par de cuadras. Las casas están oscuras, la mayoría de sus habitantes ya sumidos en el sueño. Solo una o dos ventanas brillan con la luz de un televisor o una lámpara de lectura.
—¿Por dónde? —pregunta Parker, escaneando el perímetro.
—Por el lateral —respondo, señalando un estrecho pasillo entre dos casas que lleva al patio trasero. Es un camino discreto, poco transitado, perfecto para nuestra incursión.
Nos movemos con la agilidad de las sombras. El ligero crujido de las hojas secas bajo mis botas es el único sonido que rompe el silencio. La cerca del patio trasero de Hanna es de madera, alta y bien mantenida.
Fácil de escalar.
Salto primero, mis movimientos son fluidos e insonoros. Aterrizo suavemente sobre la hierba, mi vista ya enfocada en la casa. Las ventanas del piso de arriba, donde intuyo que está su habitación, están oscuras.
Parker me sigue, un poco menos grácil, pero igual de eficiente.
—Parece que ya duerme.
—Mejor —respondo. Es preferible que esté inconsciente, para que la sorpresa de mi presencia no la altere más de lo necesario.
Nos acercamos a la pared trasera de la casa. Hay un árbol con ramas bajas que se extienden hacia el segundo piso.
Miro la habitación que presumo es la suya. Siento su aura, esa pureza que me llama y me repele al mismo tiempo. Es tan frágil, tan ajena a la oscuridad que la rodea y que está a punto de envolverla.
—Espero que tengas un buen motivo para esto, Aaron —murmura Parker a mi lado, con sus ojos fijos en la ventana.
—Lo tengo —respondo, sin apartar la vista de la ventana de Hanna—. Un motivo que podría salvarnos a todos del fuego que se avecina.
Y sin más dilación, comienzo a ascender el árbol, mis manos y pies encontrando agarre con una facilidad sobrenatural. Cada movimiento es silencioso, decidido. Estoy entrando en su mundo e invadiendo su santuario. Lo hago por la única razón por la que siempre actúo.
La supervivencia. La suya, y con ella, la mía.