NERVIOS ALTERADOS

2900 Words
Soltando un bostezo silencioso, observo la ropa que hay en el armario; esa nueva que mi padre y Clarissa se han encargado de escoger para mí. Saco un par de prendas que llaman mi atención: Un vestido n***o de corte recto, a la altura de las rodillas y cuello redondo; un traje de pantalón y chaqueta en azul marino, con una blusa roja; y luego hay otro traje blanco, falda y chaqueta, con acabados y botones en n***o. Los pongo sobre la cama y, rascando mi cuero cabelludo, los observo. Tuerzo un poco la boca, en una mueca y suelto un bufido. No es que sean feos. De hecho, debo decir que Clarissa tiene muy buen gusto, pero, simplemente, no son de mi gusto, porque no soy un ratón de biblioteca. Sin embargo, también sé cuál es el mensaje que se me da con la compra de esa ropa. Mejor dicho, el mensaje que mi padre me envía con la compra de esa ropa: «Usa esto, porque no quiero verte vestida con tu desagradable ropa de promiscua». Por Clarissa, que hasta ahora ha sido bastante amable, decido probarme esos trajes para bajar al comedor vestida con uno de ellos, para que no piense que no me gustan. En primer lugar me pruebo el traje azul marino. Me visto y me miro frente al enorme espejo, ladeando mi cuerpo hacia la derecha, hacia la izquierda, me pongo de espaldas y giro la cabeza para verme sobre el hombro. Arrugando la cara en una mueca de desagrado, me digo que definitivamente no. Es horrible. Parezco una maestra o algo así. Me quito el traje rápidamente y, en bragas, observo el blanco y sé que es un rotundo no, porque si el azul marino no me ha gustado, ese mucho menos. Así que opto por el vestido. Al igual que con el traje azul, me miro a detalle frente al espejo. No está tan mal, pero no termina de convencerme. Es que no parezco yo. No me siento para nada cómoda. Furiosa, decido quitármelo, y casi lo arranco de mi cuerpo. ¿Qué rayos pasa con mi padre? Si me quiere aquí, será tal y como yo soy. Nada de utilizarme como si yo fuera una muñequita a la que va a vestir a su gusto y a la que va a manejar a su gusto. Busco mi maleta, la subo a la cama, la abro y comienzo a buscar la ropa que yo quiero vestir. Tomo la ropa que mi padre ha comprado y la vuelvo a meter en el armario. De hecho, la refundo en lo profundo del armario. Regreso a la maleta y saco mis artículos de aseo. Luego voy al baño y desordenadamente coloco las cosas sobre el mostrador del lavabo. Me miro en el espejo y suelto un gemido de asombro cuando veo las marcas de la cama en mis mejillas y frente. Estaba tan cansada que he dormido toda la tarde y apenas hace poco acabo de despertarme y levantarme de la cama. Por eso todavía me siento un poco adormilada, así que me doy una ducha larga, hasta que el sueño y la pereza desaparecen de mi cuerpo. Cuando salgo del baño, luego de bañarme, secarme y todo eso, salgo a la habitación y comienzo a vestirme. Lo que he elegido es un vestido de algodón en color ocre, cuello redondo, magas largas y el largo de la falda hasta mitad de los muslos. Es corto, bastante corto y ceñido al cuerpo. Mi padre estará furioso cuando lo vea. Pero, para que vea que no soy tan exhibicionista, como él dice, me pongo unas medias oscuras que tapan la piel de mis piernas. Me calzo mis botas, me maquillo un poco, arreglo mi cabello, me echo perfume y salgo justo a tiempo: 5 minutos antes de las 7. Bajo los escalones en silencio y dando paso a paso, mientras observo los alrededores de la casa, que parecen estar tan solitarios como si no hubiera más nadie que yo en la casa. Cuando llego al primer piso, aspiro una honda bocanada de aire para tranquilizar mis nervios, pues recuerdo que estaré frente a mi padre, frente a Clarissa y frente al zorro plateado. El corazón se me desboca y los latidos se me aceleran solo con imaginar semejante escena: Yo comiendo de lo más tranquila con mi padre, con su futura esposa, y con el hombre que hace menos de 24 horas me hizo cosas que, de confesarlo frente a un padre, me enviaría al infierno por ser toda una María Magdalena moderna. Ay, joder. Sigo avanzando hasta el comedor, esperando que él no esté allí; que haya decidido no bajar, para no estar en aquella incómoda situación. Es más, espero que él haya decidido irse lejos para no tener que estar conmigo y con mi padre durante estas dos semanas. Después de todo, no creo que él tenga motivos para estar aquí forzadamente. Puede irse cuando quiera, a diferencia de mí, que tengo que estar aquí por mi padre. Sin embargo, cuando llego al comedor, contengo la respiración, mientras el estómago se me hace un nudo. No ha decidido irse. Está allí y no solo eso, sino que viéndose más bueno y follable que nunca. Me muerdo el labio e intento que no cunda el pánico en mi interior. Pero, de repente, parece que el aire se ha vuelto más denso y pesado. Pierdo el equilibrio con cada paso. «No es posible que quiera estar aquí, sufriendo de toda esta tensión, por Dios. ¿O es que acaso no le importa, le da igual y de verdad lo ha olvidado?», pienso. Mi corazón late cada vez con más fuerza a medida que me aproximo a la mesa. Clarissa está en una esquina, cerca de una barra de mini bar, bebiendo un martini seco. Una de sus sonrisas amables se asoma en su rostro cuando me mira y se le marca un hoyuelo en la mejilla. Mi padre y Hunter están más cerca de la entrada al comedor, bebiendo tragos de licor en vasos de cristal, y fumando. Ambos voltean a verme, pero en lo único que puedo centrarme es en aquellos penetrantes ojos grises; son muy intensos y no pestañea. Le echo un rápido vistazo al pecho. Se le marcan los pectorales a través de la camiseta. Sí, está aún más bueno si cabe con aquel aire relajado, la camiseta negra de pico y unos vaqueros que se ajustan a su cintura a la perfección. Es como si sus ojos me leyeran y se me corta la respiración. Respiro hondo y me acerco a los dos hombres, tratando de centrarme solamente en mi padre. Cosa difícil, por cierto, porque para mí, ese hombre ejerce un poder magnético sobre mí y ese poder me atrae con una intensidad desmedida que me provoca querer verlo a detalle, comérmelo con la mirada y no perderme detalle alguno de su sensual y delicioso cuerpo. Lo tengo justo enfrente y siento su mirada sobre mí, cuando mi padre habla: —Hola, Reese. ¿Has descansado? Cuánta atención, Dios mío. ¿Qué es lo que quiere mi padre? Porque yo dudo que de la noche a la mañana se haya convertido en un padre ejemplar. —Sí. Lo he hecho. Gracias. —Sonrío. Mejor dicho, finjo que sonrío, mientras continúo sin ver al zorro de ojos grises. —Qué bien —dice y mira al lado. Clarisse se nos ha unido—. ¿Ya estamos listos para cenar? —Ya —responde Clarisse y luego trae su atención a mí—. ¿Has descansado, Reese? —Sí, lo he hecho de maravilla, Clarisse. Y puedes llamarme Ree —le digo amablemente—. Así me llaman las personas cercanas con las que tengo confianza. —¿Ree? —pregunta—. Bien, así te llamaré entonces. Se da la vuelta, siguiendo a mi padre que ya se ha alejado para ir a sentarse en su silla, y la sigo. Entonces, en un suave susurro, escucho que de la boca de Hunter sale mi nombre: —Ree. Es apenas audible y es por ello que, cuando me volteo para verlo, y noto que actúa como si nada, caminando y pasando a mi lado sin verme, me pregunto si ha sido una creación de mi imaginación. Decido ignorar aquello y camino hacia la silla en la que Clarissa me indica que me siente. Lo hago y sin querer miro hacia la cabeza del comedor, en donde Hunter está sentado, serio, con la mirada fija al frente, pero viendo hacia la nada, con semblante frío e imperturbable, pareciendo más bien una estatua. Frunzo el ceño por la curiosidad que me causa que esté sentado en esa posición, pues según tengo entendido, cuando una persona se sienta en la cabeza de una mesa, es porque se trata del anfitrión, o sea, el dueño de la casa. ¿Acaso esta casa es suya y yo termino siendo su invitada? Me obligo a apartar la mirada de él y la concentro en el plato de porcelana blanca que tengo al frente, sobre la mesa. Mi ceño se pronuncia más. Si es así, ¿por qué estamos en su casa y no en la de mi padre o en la de Clarissa? Tengo tantas preguntas carcomiéndome la cabeza y en cada una de ellas el nombre de Hunter McKnight aparece. Es todo un misterio él. Me dejé hacer tantas cosas por él, que jamás he hecho con noviecitos o con hombres que he conocido más, y lo único que sé de él es su nombre y que es el futuro cuñado de mi padre. Tendré que buscar una respuesta a mis preguntas y estoy decicida a lograrlo cuanto antes, así que volteo a ver a Clarissa, que está sentada a mi costado. Mi padre está sentado en la silla frente a ella. —Es muy bonita tu casa, Clarissa. Tienes un gusto exquisito en la decoración —le comento casualmente, para ir respondiendo todas las preguntas que rondan mi cabeza. —Oh, ¿de verdad te gusta, pequeña? —canturrea. —Por supuesto. ¿A quién no? —Me alegra saberlo. Sin embargo, debo aclararte que esta no es mi casa —manifiesta. —¿Ah, no? —Enarco una ceja y por dentro sonrío. —No. Esta casa es de mi hermano —explica, señalando con su palma extendida en dirección de Hunter. Así que mis sospechas eran ciertas. Por dentro vuelvo a sonreír. —¿En serio? —murmuro, haciéndome la sorprendida, aunque sí lo estoy un poco y más preguntas llenan mi cabeza. ¿Está casado? ¿Dónde está su esposa? ¿O acaso es divorciado, viudo, separado? ¿Tiene hijos? Carajo. Quisiera hacerle todas estas preguntas directamente a él. Aunque dudo mucho que me las respondiera si llegase a atreverme a realizarlas. Soy solamente una mocosa que se cogió en una fiesta. Una con la que se divirtió cuanto pudo. No me debe ninguna explicación, ni nada. —Sí —Clarissa habla y explica—. Yo vivo en el extranjero. En Indonesia, como embajadora de la nación. —¿De verdad? —Realmente estoy asombrada—. ¿Y cómo es que tú y mi padre se han conocido, si tú no vives aquí? Miro de Clarissa a mi padre, y viceversa. Sin embargo, mi padre ni siquiera me presta atención, como siempre. Pero Clarissa está más que dispuesta a contarme su “historia de amor”. —Pues, tu padre y yo nos hemos conocido hace algunos años en el Cuerpo de Paz, cuando éramos jóvenes. —¿En serio? Pero, ¿por qué razón no te había conocido antes? —Porque siempre he estado fuera del país. Y no fue sino hasta hace algunos meses atrás que volvimos a encontrarnos en una fiesta oficial de La Casa Blanca, que nos volvimos a encontrar, entablamos una conversación, seguimos comunicados y... Una cosa llevo a la otra y aquí estamos. Con una ceja alzada, miro a mi padre llena de curiosidad. De verdad me parece toda una historia de amor, cosa que me parece demasiada extraña viniendo de mi padre, a quien todas esas cosas de sentimientos no se le dan para nada. —Pero, espera —digo, regresando mi vista a ella. El personal de servidumbre ya ha comenzado a servir la cena y se mueven entre nosotros—. Has dicho que era tu hermano quien venía a visitarlos, así que pensé que era él quien vivía fuera y no tú. Sin querer, mi mirada va a parar en Hunter, que a cambiado la postura y mantiene los codos apoyados sobre la mesa, las manos unidas por sus largos y gruesos dedos, y la barbilla apoyada en esos dedos. Parece no estar escuchando que hablo de él, porque ni siquiera se inmuta al escuchar su nombre o cuando lo miro. Esto de ignorarme sí que le sale muy bien. —Sí. Es que Hunter tampoco vive aquí la mayor parte del tiempo. Por su trabajo, pasa moviéndose de aquí allá, en diferentes países, y fue una enorme casualidad que nuestros horarios coincidieran para estas fechas, porque , aunque no lo creas, mi hermano pasa tan ocupado, que apenas y nos vemos una o dos veces al año. Clarissa sonríe y mira a Hunter que sigue sin inmutarse ni siquiera un poco. Yo me muerdo el labio inferior, para contener las ganas de preguntar de qué trabaja Hunter, pero no quiero verme tan interesada en él. No quiero que él piense que me interesa saber sobre su vida. Finalmente, la servidumbre termina de servir la comida y Hunter nos dice que podemos comer. —Yo quiero realizar un brindis antes de que empecemos a comer —interrumpe mi padre y no sé si es cosa mía o qué, pero me parece que noto cierto fastidio en Hunter, cuando se voltea a verle y le hace una señal con la mano, para que prosiga. Mi padre se pone en pie, toma en una de sus manos su copa de champán y la alza. Mira primero a Clarissa, luego a mí y por último a Hunter. Una sonrisa baila en sus labios y a mí me parece una de esas falsas que utiliza en sus campañas políticas. —Por esta pequeña familia —dice—. Para que, de ahora en adelante, nos mantengamos tan unidos como debe ser, porque, una vez que Clarissa y yo unamos nuestras vidas, todos —me mira a mí y a Hunter—, estaremos unidos a la vez. Emocionada, Clarissa es la primera en levantar su copa, en acuerdo con aquel brindis de mi padre. En silencio, y un poco vacilante, levanto mi copa y fuerzo una sonrisa. El último en unirse es Hunter, que apenas y levanta su copa. No parece estar muy de acuerdo en aquello y ni siquiera sonríe. —Salud —musita, de modo que apenas se escuchan sus palabras. Y, entonces, con la misma velocidad que una estrella fugaz surca el firmamento, su mirada se cruza con la mía y en esa fracción de segundo, puedo notar un peculiar brillo que ya he visto antes. El brillo del deseo y la lujuria. La garganta se me reseca y un fuego ardiente se enrosca entre mis muslos. Tengo que empinarme el champán para calmar el calor que se instala en todo mi sistema. Joder. ¿Qué tiene ese hombre que provoca estas cosas en mí y me desbarata los sentidos con un solo cruce de miradas? Con el pulso acelerado y la respiración agitada, comienzo a comer en silencio, manteniendo todos mis pensamientos puestos en la comida, aunque ni siquiera sé qué cosa estoy comiendo, por lo aturdida que estoy. Solamente quiero que esta cena se termine ya. Qué digo la cena, las dos semanas... Necesito que estos días pasen cuanto antes y esta tortura termine. [...] La cena se lleva su tiempo. Hay mucha charla y algunas risas. Hunter participa en la conversación con su hermana y mi padre. Yo prefiero permanecer en silencio y sin participar, más que lo necesario para responder con monosílabos: Sí, ajá, no, claro. Cuando finalmente termina, agradezco para mis adentros, y me retiro rápidamente, para ir a mi habitación, con la excusa de que estoy cansada por el viaje, cuando en realidad lo que quiero es huir de Hunter y de todos. Al llegar a mi habitación, me encierro, con la idea en la cabeza de que me importa un p**o lo que mi padre diga y sus exigencias. Mañana mismo me marcharé, porque no creo que pueda soportar pasar más tiempo bajo el mismo techo que Hunter Mcknight, actuando como si nada hubiera pasado. Es demasiado para mí y lo que menos quiero es estrés. Mañana, a primera hora, tomaré un vuelo hacia Hawai y me encontraré con mis chicas, para disfrutar como Dios manda. Comienzo a desvestirme a prisa. Me quito las botas, las medias y por último el vestido. Cuando este cae al suelo, un ruido me provoca que me sobresalte y, con un respingo, me giro para ver hacia la puerta, justo en el momento en que esta se abre y por ella aparece el mismo hombre que me tiene con los nervios alterados: Hunter McKnight, mi sensual zorro plateado.
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