POV Edgar
Miro sobre mi hombro asegurándome de que nadie nos presta atención; excepto el cabrón que se la come con los ojos. Voltea hacia nosotros sin dejar de escuchar a Jorge.
No decimos nada hasta que caminamos por otra calle.
—Por fin libertad. ¿Cómo te has sentido? —pregunta interrumpiendo el silencio incómodo.
—Mejor aquí afuera que adentro —contesto.
La miro por un momento, y regreso la vista al frente.
—Me da mucho gusto que ya no estés ahí. ¿Qué tan mal lo pasaste? —cuestiona tocando mi brazo.
Volteo a verla, me mira esperando respuesta.
—¿Por qué lo preguntas? —inquiero con curiosidad―. Asumes que la pasé mal y no te he contado nada aún.
Es obvio que nadie la pasa bonito en la cárcel. Pero, ¿qué se imaginará ella? Sobre cómo es ahí adentro.
—Porque nadie con sentido común encontraría agradable un lugar de esos —dice con seriedad—. Sabes que uno de mis tíos y varios de mis primos han estado allá adentro. Me han contado cosas sobre como es. Y a las cárceles no se les pude calificar con estrellas como a los hoteles.
—Nada que te cuenten se compara a lo vivido —confieso.
—Lo sé, ¿y te sirvió? —cuestiona quitando su mano de mi brazo.
¿Por qué la quita? No me molesta, puede dejarla todo lo que quiera.
—Supongo que sí, eso quiero pensar. Al menos siento que ya no soy el mismo de antes, Nat.
—Todos cambiamos, aunque no completamente. Una parte de nosotros nunca cambia, Edgar.
Por ejemplo, los sentimientos. Me he dado cuenta de eso y no encuentro las palabras para decirle que la amo.
Amor puro es lo que siento por ella, no puede ser otra cosa.
—Sí, ¿verdad? ¿Qué hiciste todo este tiempo?
—No mucho que digamos —dice con la mirada al frente—. Dejé la preparatoria.
—¿Por qué? —la cuestiono.
A ella siempre le gustó la escuela.
—Mi hermano también lo hizo —responde dejando escapar un suspiro—. Sé que es estúpido seguirle los pasos, pero…
Se encoge de hombros y sigue caminando en silencio. Me detengo agarrándola de la mano girándola hacia mí.
—¿Fue por mi culpa? —inquiero sospechando que tengo la razón.
Me mira en silencio y sus ojos se cristalizan, pero no deja salir las lágrimas. Ella me dirá que no, pero sé que tuve que ver con eso.
—Mi papá me puso un ultimátum. Literalmente no hacía nada con mi vida, ni con mi tiempo. Dejé la preparatoria porque ellos ya no tenían cómo pagarla, y yo no encontraba motivos para obligarme a seguirla. Fue hasta… después que me di cuenta de que no estaba haciendo las cosas bien. Empecé a moverme para hacer algo de provecho, y como resultado encontré un trabajo por las mañanas y por la noche voy a la escuela, tres veces por semana. Encontré una preparatoria de modalidad abierta.
—Bueno, al menos la retomaste.
—Sí, y voy avanzada ―dice orgullosa.
—Me da gusto oír eso. ¿Y en qué trabajas?
—En un café-bar. Está por la Alameda. Se llama La Marioneta.
—Ya. ¿Y traes galán? ―Me atrevo a preguntar. No voy a estar tranquilo, hasta que no me quite esa duda. Ella me mira un poco confundida. Admito que, lancé la pregunta muy directa saliéndome del tema.
—¡No! —exclama soltando una risita nerviosa—. ¿Por qué la pregunta?
Lo sé, soy un pendejo por preguntar eso que ni viene al caso. Pero ya dijo que no.
—Curiosidad, Nat. Es que… ¿Por qué? —insisto.
—No te entiendo.
—Yo tampoco. Estás muy bonita para no tener novio.
Voltea hacia otro lado disimulando, supongo que no tiene respuesta porque se queda pensando.
Me paso de menso. En verdad que soy un pendejo. Sus ojos se vuelven a poner llorosos, y no sé por qué razón contiene las lágrimas. Tiempo atrás me buscaba para desahogarse sin que nadie más, excepto yo, la viera.
—Te extrañé mucho, Edgar —confiesa con voz temblorosa cambiando la conversación.
—Ven aquí —Aprieto su mano y la acerco abrazándola—. Yo también te extrañé mucho, Natalia —susurro cerca de su oído.
Se aferra a mi cintura y yo a su espalda. Huelo su cabello como hace rato, y puedo sentir que ella suspira. Segundos después se incorpora y continuamos caminando hasta el museo abrazados.
¡Vamos abrazados, y se siente genial!
Nos sentamos en la acera recargando la espalda en la pared.
—¿Y tus hermanos qué? ¿Cómo van las cosas con tus papás?
—Ahí la llevan, supongo que pelean menos que antes. Mis hermanos pues… Luis es el que dejó la escuela y está trabajando. Iván va a la universidad —Me quedo en silencio.
—No estés tan serio. ¿Qué dijo tu mamá? —incita emocionada.
—Se alegró muchísimo. No esperaba verme hasta el día de visita. Llegué de sorpresa y se puso muy contenta.
—Me lo imagino. Ella más que nadie ansiaba verte fuera de ese lugar.
—¿Y tú no? —pregunto con la mirada en ella.
La veo asentir recargando su cabeza en mi hombro, al tiempo que engancha su brazo con el mío. Su otra mano acaricia mi piel levantando la manga de mi playera, y voltea ligeramente su cabeza para detallar con atención el tatuaje.
—Está genial ―dice incorporándose para verlo mejor.
—¿Verdad que sí?
—Un fénix —susurra dibujando una sonrisa en su rostro. En casi un roce, recorre las líneas del dibujo con las yemas de sus dedos provocando que mi piel se erice—. ¿Tienes frío? ―pregunta, pero niego con la cabeza―. Es mucha tinta, ¿te dolió?
—No —Su mirada sube un poco más, y repara en las otras líneas que siguen escondidas bajo la prenda.
—Un tribal. ¿Cuántos más tienes? —Clavo mi mirada en ella, me gusta su expresión de asombro.
—Solo esos dos.
Lo observa con más atención al tiempo que levanta un poco más la tela. Su sonrisa se borra al ver el tatuaje completo.
Esa expresión no la sé leer.
—¿Por qué? —musita.
—¿Recuerdas cuando el tío de Carlos se tatuó la pantorrilla?
—Sí, teníamos como once años… creo —responde haciendo memoria, borrando esa rara expresión.
Despega por un momento su mirada del tatuaje, y me regala una sonrisa.
Adoro su sonrisa.
—Dijiste que nunca te tatuarías porque se veía que dolía mucho —Se acomoda girándose completamente hacia mi, y se cruza de piernas doblando las rodillas—. Yo te dije que los tatuajes se veían geniales, y que un día me iba a hacer uno por los dos. Tu nombre tocó mi piel antes que el fénix. Quería llevar algo que me recordara a la gatita curiosa, y de algún modo disculparme por lo que hice.
—No era necesario que marcaras así tu piel para eso. Ve ahora, lo vas a llevar ahí toda tu vida.
—A mí no me molesta para nada.
—¿En serio? —cuestiona con un poco de duda.
—A mí me gusta. Pero si a ti no, se puede quitar con láser.
—¿Te lo quitarías? —pregunta con un tono desilusionado.
—No. Si de mí depende, nunca.
Jamás. Así no sea ella con quien pase el resto de mis días. Jamás me lo quitaría, porque es por ella y significa mucho para mí. Posa su codo sobre su pierna y recarga el mentón en la palma de su mano.
—¿Por qué no? —Volteo hacía ella imitando su posición.
—Porque eres especial para mí, Nat —Me pierdo en sus ojos, y me doy cuenta de eso ya muy tarde―. Lo sabes.
—¿Qué tan especial? —pregunta con voz baja. Casi en un susurro que hace temblar cada parte de mi. Siempre ha sido muy curiosa—. Edgar, dime.
Continúa ansiosa tomando con su mano libre la mía. Giro mi mano por inercia, haciendo que nuestras palmas logren tocarse. Desvío mi mirada hacía mis dedos y los entrelazo en los suyos.
—Eres muy curiosa —señalo para ganar tiempo y pensar cómo decirle lo que siento.
—¿Curiosa, o chismosa?, dime la verdad ―exige.
—Curiosa —Me rio.
—¿Curiosa por qué? —insiste.
—Porque todo quieres saber. Mandy… —susurro.
Así le decía, porque cuando éramos niños quería saber todo. Preguntaba: ¿por qué? después de cada respuesta. Así que le decía Mandy, como ese personaje en los animaniac’s; la niña que le decía señora a su mamá, y tenía un perro que se llamaba Botones.
—Hmm, las vecinas le llaman chisme. Además, creí que era una gatita curiosa y que Mandy se había quedado atrás.
—Lo eres, y deberías tomar en cuenta que la curiosidad mató al gato.
—Pero murió sabiendo y me aventaja que tengan siete vidas.
—Ah no, bueno. A este paso ya debes más de siete vidas.
Vuelvo a mirarla. Está atenta a lo que digo. A mi rostro. ¿En qué momento pasé a ser observado?
—¿Qué? —pregunto con voz bajita.
—Me hiciste mucha falta.
Su dulce mirada me envuelve. Su voz quebrada me hace sentir el más miserable hijo de puta por dejarla sola. De pronto baja la mirada a nuestras manos.
—Natalia…
Toco su mentón con mi otra mano, y hago que vuelva a mirarme. Sus ojos están a punto de llorar otra vez.
Me levanto sin soltar su mano. Ella permanece sentada, solamente baja las piernas girándose hacia mi quedando frente a frente; la acera está alta, así que quedamos a la misma altura.
Pongo mi mano en su mejilla, y con mi dedo pulgar la acaricio. Inesperadamente suelta mi mano y me abraza. Mis manos recorren la curva de su cintura aferrándose a ella. Presiento que esto se convertirá en una necesidad para mí, y sinceramente no me importa.
No me importa que sea mi nueva adicción.
Descanso mi mentón a un lado de su cuello sobre su hombro.
Antes era yo quién la abrazaba para consolarla cuando me necesitaba. Pero nunca fue de este modo. No me atrevía a tocarla de otra forma, solamente la rodeaba con mis brazos mientras ella se encogía entre ellos. Esta vez es diferente. Mi corazón está acelerado, y me gusta tenerla así. No quiero soltarla.
—Deseaba tanto esto —confiesa con voz baja—. No vuelvas a irte.
Niego con la cabeza y subo mis manos por su espalda.
—Perdóname, Natalia.
Me incorporo buscando sus manos para finalmente atraparlas entre las mías.
—Quería verte —continúa—, pero no me dejaron. Pensaba en ti todos los días. Solamente esperaba que estuvieras bien.
—Yo también pensaba en ti todos los días, Natalia. Soy consciente de lo que hice…
Me interrumpe con su mano en mi boca para callarme. Cuando lo hago, quita su mano muy despacio, rozando las yemas de sus dedos en mis labios.
—Eso ya pasó, Edgar —Me regala una sonrisa.
—Sabes que aquí nadie olvida.
—Que aprendan a vivir con ello. Tomaste malas decisiones, pero aprendiste de eso, ¿o me equivoco?
—Pues no, Nat. Pero sabes que no puedo nada más llegar aquí y pretender que no pasó nada. La jodí de la peor manera. Y no solamente por lo que pasó en esa casa, o con el niño. Les fallé a todos. No quise escucharte y las consecuencias fueron estar lejos de mi familia, de ti. Cinco años, Natalia.
Pongo mis manos en sus mejillas.
—Pero ya estás aquí. Es lo que importa ahorita, ¿no crees?
—Sí —susurro.
No la contradigo. Estoy aquí con ella. Perdiéndome en sus ojos.
Me acerco juntando nuestras frentes. Toco su nariz con la mía y bajo la mirada. Muero de ganas por besarla. Ella levanta un poco su cara dejando nuestros labios a unos pocos centímetros de distancia. Es como si todo a nuestro alrededor no existiera.
Toda esa magia se rompe cuando escuchamos un carraspeo.
—¿Y ustedes? —pregunta la amiga de Nat.
Cierro por un segundo los ojos y me giro disimulando mi molestia.
Karla nos mira alternadamente esperando que digamos algo. Pero aquí no hay nada que contarle.
Ricardo entrecierra los ojos como formulando una pregunta en su cabeza, pero él no es tan inoportuno como su… ¿Amiga?, ¿novia? Ni sé qué hay ahí entre ellos, pero la trae abrazada.
Me siento en un lado de Natalia, y su amiga se nos queda viendo con cara de que sigue esperando a que le digamos algo.
—¿Qué hacían?, ¿por qué ya no regresaron? —pregunta al ver que no decimos nada.
—Te dije que querían platicar un rato, Bebé.
Suelto una risa tratando de disimular. Ricardo dijo que andan en plan de ligue, pero ¿serán amigos… con derecho, o algo así? Natalia los ve confundida, y con eso puedo deducir que no acostumbran a decirse así.
Todos volteamos a ver que se acerca Abel; que por poco y no reconozco. Tiene aspecto como de rockero… no sé, algo así. Su playera tiene un estampado de alguna banda de esas.
Natalia se queda en silencio. Saluda a Ricardo y después a Karla con un ligero movimiento de cabeza. Cuando mira a Natalia, ella le dedica una ligera sonrisa, pero no una cualquiera. La sentí como esas sonrisas donde no tienes qué decir nada porque entiendes todo. Eso me desanima un poco.
—Hey —Me saluda muy serio sin acercarse.
—Hey —respondo y asiente con indiferencia.
El ambiente se vuelve incómodo. Regresa la vista a Natalia, pero ella evita mirarlo esta vez.
—¿Y cómo te fue allá adentro? —pregunta rompiendo el incomodo silencio, volviendo el ambiente aún peor.
Lo miro pensando que responderle.
―Abel… ―dice Natalia un poco molesta, él se encoje de hombros. Creo que solo quería llamar su atención—. ¿Saben qué? Los veo de rato —avisa con cara de fastidio, y se levanta negando con la cabeza; todos la miramos confundidos.
Me toca el hombro dándome un beso en la mejilla, y se va en dirección a su casa.
—Puta madre. Chaparra, espérate —le pide Abel siguiéndola sin despedirse de nosotros.
La agarra del brazo, pero ella sin dejar de caminar se suelta con un movimiento brusco en cuanto la toca.
Me levanto, pero Ricardo suelta a Karla y se me pone enfrente. Puedo ver que él ya no agarra su brazo sino su mano, y ella no se suelta; caminan juntos hasta perderse.
Desde donde estamos ya no alcanzamos a verlos.
—¿Qué le pasa a ese pendejo? —pregunto molesto.
No me gustó nada como se portó. No conmigo, con ella. ¿Quién se cree ese pendejo?
—Te dije cómo es —señala Ricardo—. No sé por qué carajo Natalia sigue siendo su amiga.
—¿Seguro que solo son amigos?
—Sí, hermano. ¿Y tú qué?, ¿le dijiste o qué?
—¿Decirle qué? —cuestiona Karla.
—No. No le dije nada —respondo enojado.
—Ya hermano, relájate. Así es ese pendejo.
—¿Me van a decir o qué? —insiste Karla.
—Que Natalia le gusta a mi amigo.
—Aaah. Pero, pues estaban en pleno romance, ¿no? —dice confundida, y la miro entornando los ojos.
—No. No estábamos en pleno romance —replico.
—¿Y qué estaban haciendo entonces?, porque a las amigas no se les abraza como tenías a Natalia —insinúa Ricardo con burla.
—Nomás se les dice Bebé —recalco y Karla no sabe para donde voltear.
—Ya, pues —responde sin defenderse—. ¿Cuándo le vas a decir o qué?
—No sé —respondo desanimado.
—Ya. Hermano, esa puta autoestima que traes por los suelos, mándala al carajo —indica negando con la cabeza y sienta en la acera, seguido de Karla—. Mira, hermano. Te lo dejo así: no importa lo que los demás digan o piensen. Tu problema es por eso. Crees que todos te vamos a juzgar, pero no, Edgar. Lo del niño no fue tu culpa aunque hayas estado ahí. La puta gente siempre va a tener algo de que hablar, si no tiene lo va a inventar, y así será siempre. Pero si les demuestras que te afecta lo que dicen, pues ahí ya no hay nada que hacer.
—Pero sí me afecta, y bastante. Más que nada por mi mamá. Está del carajo por mis problemas. Javi está enojadísimo conmigo, y a mi papá ni lo he visto. Aunque da lo mismo si lo veo o no, es como si yo no existiera. Si de niño no me hacía en la vida, ahora con los putos antecedentes, menos.
—Pero te sirvió, ¿o no? Te sirvió estar ahí adentro para que no la vuelvas a cagar.
—¿Tú crees que voy a querer regresar ahí?, ni de broma. No jodas —aseguro mirando hacia donde se fue Natalia con Abel.
—Entonces deja de pensar las cosas. ¿Tu mamá se enfermó? Cuídala, cabrón. ¿El Javi está enojadísimo? Con la pena hermano, pero con justa razón. Tienes que ganarte su confianza. Y si tu papá no te hace en la vida, pues al carajo también, los zapatos ni a fuerzas entran. Lo de Natalia igual. Si no le dices nada, ese pendejo se te va a adelantar, eh. Conste que te lo advertí.
—No sé. Ella me quiere como un hermano. No creo que yo le guste —Karla se ríe.
—Esa ni tú te la crees, Edgar ―dice mi amigo―. Si nosotros no llegamos, si se hubieran dado sus besotes, eh.
—¿Si verdad? ¡Gracias! —enfatizo con sarcasmo.
—Perdón, Edgar —interviene Karla—. Ricardo me dijo que los dejáramos solos, pero no me aguanté. Fue mi culpa.
—Ya, Bebé.
—Pero sí, Ricardo tiene razón. Abel ya se le declaró, y si no te pones vivo se te va a adelantar.
—No me jodas, ¿eso cuando fue? —le pregunta mi amigo.
—Hoy, hace rato. De hecho, los interrumpí también —admite riéndose—. Pero yo no sabía que se le estaba declarando. Ella me dijo que lo hizo, y yo le pregunté que si se habían besado. Ella dijo que sí, después…
—¡¿Ellos qué?! —pregunto confundido. Ella se encoge de hombros.
Sin más ánimos de querer saber que pasó entre ellos, niego con la cabeza. Cerca del callejón que está a la entrada del barrio, hay una virgen pintada en la pared, veo que Javi va pasando por ahí y me despido.
—Hablaré con ella más tarde. Los veo de rato.
—Vale. Cuídate. Nos vemos después —Se levanta, y me da un abrazo—. Échale ganas, hermano. Aparte de tu familia, todavía tienes amigos.
—Cuídate, Edgar. Y perdón —se disculpa Karla.
Asiento ligeramente con la cabeza, como si no hubiera problema. Aunque la verdad sí hay. Pero en fin.
Javi ni siquiera nota que voy detrás de él, así que camino más despacio. Se queda parado en la entrada de la casa viendo en dirección a donde vive Natalia.
Ella está llorando y discutiendo con Abel. Él voltea a vernos seguido de ella, y mi hermano advierte mi presencia, pero no digo nada. Alcanzamos a escuchar que ella le grita que se vaya y se mete a su casa.
Después, Abel camina a nuestra dirección.
—No te metas en problemas, Edgar. Te espero adentro para hablar contigo.
Asiento y tomo eso como un permiso para hablar con Abel. Javi cierra la puerta, y Abel sin más ni menos llega dándome un empujón, pero no respondo.
—No pienses que porque saliste de ahí eres inocente, cabrón. Para mí no, eh —exclama frenético.
—¿Cuál es tu problema? Cálmate—pido tratando de que lo haga y no empeorar las cosas.
—No. Cálmate nada. No te acerques a ella, ya bastante daño le hiciste. No tienes ni puta idea de lo que ella pasó por tu culpa.
—Ella es la que debería decidir y decirme si quiere que me aleje, ¿no crees?
—No me busques, cabrón. ¡No me busques!, porque me vas a encontrar. Aléjate de ella.
Se dispone a irse. Pero no dejo de ser tan inoportuno; definitivamente algunas cosas no cambian.
—¿Y si no lo hago qué? —Se regresa furioso.
—Si la quieres, tienes que dejarla tranquila. Siempre te dije que ella me gustaba, y no puedes venir ahora con tu puta cara de inocente a desmoronar lo que tanto me ha costado sacar adelante con ella…
—¿Y qué es eso que te costó tanto?, si se puede saber —lo interrumpo—. Solo es tu amiga, así como lo es mía también. ¿O qué?, ¿tan amenazante es mi presencia para ti?
—¡No, cabrón! —replica, sin importar que lo escuchen—. ¡Tú no eres competencia para mí! Ella nunca ha sido ni será tuya. Tú la dejaste. Preferiste esa puta droga, el puto vicio antes que a ella, ¿y sabes que resultó de eso?
Las personas que viven cerca se comienzan a asomar por las ventanas. Otras escuchan sin ninguna vergüenza; siento sus miradas.
—Baja la voz, no tienes que… —intervengo, pero no me deja continuar.
—Una puta depresión que le duró un año ―continúa sin hacerme caso―, y la mandó a internarse por dos meses en el hospital, con intravenosas porque no comía. Dejó de estudiar y no tienes una puta idea de lo que le costó volver a salir de su casa para socializar otra vez. ¿Satisfecho? Porque eso fue lo que ganó por andar detrás de ti, esperanzada a que cambiaras por ella. Así que no te le acerques. No tienes ese derecho.
Se va enojado dejándome con las miradas encima.
Obvio que ella no me iba a decir nada de eso. Por supuesto que no.
Me quedo ahí parado como pendejo viéndolo alejarse enfurecido. ¿Tanto le afectó lo que hice? ¡Puta madre! No tenía idea. Que dejara de estudiar no fue porque sus papás no pudieran pagarle la escuela. ¡Sí fue por mi puta culpa!
Entro a la casa. Javier y mi mamá están en la sala sentados.
Ambos me miran.
—Siéntate Edgar —ordena Javier.