Determinación

1928 Words
Por fortuna, el sangrado fue controlado a tiempo. No hubo consecuencias que lamentar. Respiro profundo. Me duele la maldita cabeza de tanto pensar. Le he dado vueltas y vueltas a todo la situación y cada pensamiento me lleva a una misma conclusión: Massimo De Luca. Creo que tendré que hacerle una pronta visita a ese miserable. Ese puto agente tiene muchas cosas que explicarme. Su repentina aparición la noche del supuesto asesinato, sus preguntas y el interés que puso en todo lo que se relacionaba con Rachel, no me deja ninguna duda de que él es la mente maestra de todo este asunto. Abandono mis pensamientos en lo que escucho un par de golpes suaves a la puerta. Esta se abre unos segundos después. ―Buenas noches, señor, traje ropa limpia ―me apunta Alfred al apuntar con su dedo índice hacia mi camisa―, no querrá que ella despierte y lo consiga todo manchado de sangre ―miro hacia mi camisa y me doy cuenta de que está cubierta con su sangre. Niego con la cabeza―. Tome un baño y cámbiese de ropa, la cuidaré mientras lo hace ―me entrega la maleta y coloca las bolsas sobre la mesa de servicio―. También traje comida caliente para usted y la señorita. Desvío la mirada hacia la cama en la que ella se encuentra. No creo que despierte por lo pronto. Necesito estar presente cuando lo haga. No quiero permanecer ni un solo segundo más lejos de ella. Ya es suficiente con el tiempo que estuvimos separados. ―Gracias, Alfred ―le doy un par de palmadas en uno de sus hombros―. Has sido de gran ayuda y un amigo incondicional. Me alejo de él y entro al baño. Suelto un bufido de cansancio y comienzo a quitarme la ropa. ¿Cómo reaccionará cuando despierte y me descubra junto a ella? ¿Me aceptará, me rechazará en cuanto me vea? Sea cualquiera que sea su respuesta a mi presencia, no voy a alejarme de ella. Ni siquiera una catástrofe mundial logrará apartarme de su lado. Vacío los bolsillos de mi pantalón y coloco mis pertenencias sobre la encimera del lavabo antes de arrojar la ropa manchada en el cesto de la basura. Apoyo las manos en la superficie y dirijo la mirada hacia el espejo. Mis ojos ya no se ven apagados y las huellas de amargura que demacraban mi rostro han desaparecido. Todo se debe a Rachel y a la magia que ella provoca con su presencia. Estoy asustado como la mierda, pero, al mismo tiempo, henchido de felicidad y esperanzado. Mi mundo acaba dar un vuelco completo. Ahora tengo un motivo por el cual luchar. Comprendo que las cosas entre nosotros no serán nada fáciles, pero voy a poner todo mi empeño para ganarme su confianza, así como también su corazón. Abro la maleta y saco los productos de aseo personal. Agradezco que Alfred, haya pensado en todo. Cuelgo la toalla en el perchero y llevo conmigo el jabón y el champú. Los coloco en la repisa interior mientras abro las llaves y calibro la temperatura del agua. Me meto debajo del chorro y dejo que el agua tibia relaje mis músculos cansados. Estoy mentalmente agotado. Esta noche ha superado cualquier límite de mi resistencia. No obstante, no hay nada que pueda empañar la gran emoción que siento en este momento. Enjabono mi cuerpo a toda prisa y me lavo el cabello a la misma velocidad. Aclaro con abundante agua y en un par de minutos estoy fuera de la ducha. Seco mi cuerpo de pies a cabeza y me dirijo de nuevo hasta la maleta para sacar la ropa limpia y vestirme cuanto antes. Rachel despertará de un momento a otro y deseo estar allí cuando abra sus hermosos ojos color violeta. Sonrío como un tonto enamorado. Amo a esta mujer con cada latido que reproduce mi corazón. Todos y cada uno de ellos le pertenece. Nunca ha existido ni existirá otra mujer en mi vida. Ella nació hecha para mí. Miro con curiosidad el contenido dentro de la maleta. ¿Qué carajos? ¿Esto es todo lo que trajo? Busco en el interior y no consigo nada más que mis pantuflas, un bóxer, un par de cepillos dentales en sus respectivos empaques, crema dental, desodorante y por supuesto, la pijama. ¿Dónde está el resto de la ropa? No me queda otra opción más que ponérmela. Una vez listo, guardo el resto de las cosas dentro del equipaje y regreso a la habitación. Al salir quedo perplejo con todos los cambios que se han hecho. Hay una cama junto a la de Rachel, y la mesa está servida con una deliciosa comida que hace crujir mis vísceras con el exquisito olor que se desprende de ella. ―¿Qué significa todo esto, Alfred? ―le pregunto en voz baja. Se mueve por la habitación con la misma gracia y la seguridad que lo hace en la mansión. Sonríe satisfecho al darme su respuesta. ―Supuse que esta noche no estaría dispuesto a salir de esta habitación, señor ―no puedo estar en desacuerdo con eso―. Así que me encargué de agilizarlo todo para que estuviera lo más cómodo posible y lo suficientemente cerca de la señorita como para no perderla de vista ―destapa las bandejas de comida y provoca que mi saliva se vuelva agua al instante―. Espero que no le moleste que haya tomado decisiones sin consultarle. Me quedo mirándolo perplejo. Niego con la cabeza. ―A contrario, Alfred, te agradezco que lo hayas hecho ―respondo conmovido―. No tuve cabeza para preocuparme por nada más que no fuera ella. Un pequeño gemido nos hace volver la atención en dirección al lugar en el que Rachel se encuentra. Me quedo sin aire en los pulmones cuando nuestras miradas se fusionan en una sola. Me mira con curiosidad, yo la miro como si la vida se me fuera en ello. Trago saliva. Mis tímpanos retumban con las intensas palpitaciones de mi revolucionado y desatado corazón. Estoy vivo y más consciente que nunca. ―Buenas noches, señorita Rachel, me contenta saber que está sana y salva ―nuestro contacto se rompe en el monto en que ella vira su mirada hacia el lugar en el que Alfred se encuentra―. Sé que es tarde ―le da un vistazo rápido a su reloj de pulsera―, pero consideré que luego de tantas horas sin probar bocado estaría muerta de hambre ―le sonríe con dulzura y me sorprendo debido a los asombrosos cambios que ella produce en todos aquellos que se encuentran a su alrededor―. Traje comida ligera, le prometo que está deliciosa y que se chupará los dedos, apenas la pruebe ―menciona con toda confianza, como si su relación fuera muy estrecha y cercana―. Además, la ayudará a recuperarse y recobrar todas las energías perdidas. Me quedo estático. Mirando todo como si fuera ajeno a lo que está sucediendo. Así que reacciono y entro en acción. ―Me encargaré de todo, Alfred ―le indico mientras empujo la mesa y la ubico a un lado de la cama. Ella no dice nada, solo nos observa con mucha atención. Cojo los cubiertos y hundo la cuchara en el tazón de la sopa―. Abre la boca, cariño, esta noche voy a encargarme de ti. Giro la cara sobre mi hombro en el momento en que mi mayordomo se dirige hacia la puerta. ―Volveré a primera hora de la mañana con desayuno y ropa para ambos ―indica con un tono cargado de complicidad―. Si necesita algo adicional, no dude en llamarme a la hora que sea, señor ―respondo con un asentimiento de cabeza―. Señorita Rachel, espero verla pronto de vuelta en casa. Que pasen buenas noches. Se despide y en cuanto la puerta se cierra, vuelvo mi atención hacia el objeto de mi afecto. Acerco la cuchara a su boca, pero se niega a abrirla. Entrecierro los ojos y la miro con suspicacia. Veo que su intención es hacer las cosas mucho más complicadas y difíciles para mí a partir de este momento. No tienes ni idea de la gran resistencia que tengo, pequeña malcriada. ―Será mejor que abra su boca, señorita Ward, porque le prometo que si no obedece me veré obligado a recurrir a métodos muchos más persuasivos. Sus labios gruesos y abultados desaparecen detrás de una línea muy fina. Aquí vamos, empieza mi gran travesía. ―¿Qué haces aquí, Lud? ―menciona con la voz ronca. Aclara su garganta y decide continuar en sus trece―. Te dije que no quería saber nada de ti. Sonrío de manera arrogante. ―Nunca dije que estaba dispuesto a aceptarlo ―empujo de nuevo la cuchara hacia su boca―. Me voy a quedar a tu lado, incluso, en contra de tu voluntad ―aprieta sus labios para evitar que la alimente―. Nos quedaremos aquí hasta que me permitas hacerlo, no voy a desistir, Rachel. Nota que estoy decidido a llegar hasta las últimas consecuencias, así que no le queda otra más que aceptarlo. Sonrío satisfecho. Comemos juntos y no me detengo hasta que los platos están vacíos. ―Buena chica. Dejo los platos en la mesa y la aparto hacia un lado. Me dirijo hacia el baño, saco los cepillos dentales de la maleta y los unto con dentífrico. Lleno un vaso con agua y regreso a la habitación. ―Acércate, cielo, voy a cepillarte los dientes. Me mira conmocionada. ―Puedo hacerlo sola, señor Reeves ―menciona con pedantería―. No necesito un niñero a estas alturas de mi vida. Una sonrisa cínica tira de mis labios. Acerco el cepillo a su boca de la misma manera en que lo hice con la cuchara. Rueda los ojos y abre la boca como niña obediente. ―Te das cuenta de que las cosas son mucho más fáciles cuando decides colaborar ―le digo mientras muevo el cepillo por cada rincón de su boca―. Listo ―tomo el vaso de agua de la mesa y le pido que se enjuague con ella. Cojo el cesto de la basura y lo acerco―. Escupe dentro de la papelera. Lo hace sin rechistar. Es tan adorable cuando se lo propone. ―Es hora de dormir ―le digo al rodear la cama y empujar la mía para dejarla completamente pegada a la suya. Abre la boca y me mira estupefacta―. Las enfermeras vendrán de un momento a otro. Aparto la sábana y me meto debajo. ―¿Qué es lo que piensas que estás haciendo? Pregunta con un chillido mientras me acomodo a su lado. ―Dormir ―la rodeo por la cintura y pego su espalda contra mi pecho teniendo cuidado de no lastimar su mano. Al principio se resiste, pero luego deja de luchar―. Ambos estamos agotados, cariño, será mejor que descansemos ―le doy un beso en la mejilla y me acurruco a su lado―. Buenas noches, Rachel, te amo. Su cuerpo se tensa, pero poco después se relaja y se queda dormida. Cierro los ojos y por primera vez siento que mi vida toma el rumbo correcto. Respiro con alivio, beso su cuello y me sumerjo en un sueño profundo después de mucho tiempo, con ella entre mis brazos.
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