Un obseso del control

1866 Words
―¿Eres tú, Rachel? Sonrío y asiento en respuesta. ―Sí, Lud, soy yo, he vuelto a ti, estoy viva. Corresponde con una sonrisa radiante. En un par de zancadas se acerca y me estrecha entre sus brazos. Aspiro el delicioso aroma de su perfume que se cuela por mis fosas nasales y revoluciona mis hormonas enloquecidas. No me había dado cuentas hasta ahora lo mucho que extrañé su delicioso olor a hombre y virilidad. ―No sabes lo feliz que me hace saber que estás viva, Rachel ―ahueca mi rostro entre sus manos y me mira a los ojos con una intensidad que me abruma y me roba los sentidos―. Te estuve buscando durante todo este tiempo, siempre supe que iba a encontrarte. Inclino la cabeza hacia atrás y fusiono mi mirada con la suya. ―¿Me estuviste buscando? Pregunto, esperanzada. Responde con un leve asentimiento de cabeza. Desliza su pulgar con suavidad por mi mejilla y alterna su mirada entre mis ojos y mi boca. ―Por supuesto, cariño ―susurra sobre mis labios―. Algo en lo profundo de mi ser me decía que no debía perder mis esperanzas, que estabas con vida ―mi corazón se tambalea con aquellas inesperadas palabras―. Ahora que te encontré, puedo terminar lo que inicié aquella noche. Entrecierro los ojos y lo observo intrigada. ¿Lo que se propuso aquella noche? ―¿A qué te refieres, Lud? Sus ojos se oscurecen repentinamente y una siniestra sonrisa tira de sus labios. ―A no dejar cabos sueltos. No termina de pronunciar sus palabras cuando se oye el sonido de un disparo en la habitación. El aire abandona mis pulmones, inclino mi cabeza hacia abajo y veo la sangre brotando a la altura de mi vientre. Elevo la mirada y lo miro a los ojos con consternación. ―¿Por qué? Ríe y niega con la cabeza. ―Porque no te amo y te estabas convirtiendo en un estorbo. Despierto de manera abrupta y me incorporo sobre la cama. Aspiro una gran bocanada de aire para proveer de oxígeno a mis pulmones. El corazón me palpita a toda velocidad y el sudor ha empapado todo mi cuerpo. Solo fue una pesadilla. Me digo a mí misma para tratar de calmar mis nervios. Giro la cara en todas direcciones y me doy cuenta de que estoy sola. La cama a mi lado está tendida y no hay rastros de Lud por ninguna parte. ¿A dónde se ha ido? Un ruido proveniente desde mi flanco derecho me obliga voltear la cara en esa dirección. Me quedo sin aliento cuando lo veo salir del baño. Lleva puesto su acostumbrado traje hecho a la medida y se ha rasurado la barba. Sonríe con dulzura al aproximarse. ―Buenos días, cariño ―se inclina y me besa los labios antes de que pueda impedírselo―. Dormías tan profundo que no quise despertarte ―me indica risueño mientras rodea la cama y empuja la mesa de servicio sobre la que hay dispuestas varias bandejas―. Alfred, vino hace algunos minutos ―me explica―, trajo ropa limpia para los dos y desayuno ―no digo ni una sola palabra, me quedo observando cada uno de sus movimientos al moverse fluidamente por la habitación―. Quise esperar a que despertaras para que comiéramos juntos ―destapa las bandejas que hay sobre la mesa y el exquisito olor que inunda la habitación hace rugir mi estómago―. Hay emparedado de pollo con crema y especias, o, si lo prefieres, panqueques con mermelada de fresa y ensalada de frutas. Destapa los platos y arrastra la silla para sentarse a mi lado. Me mira y espera, antes de comenzar. ―Quiero un poco de todo ―sonríe satisfecho al oír mi respuesta, coge el tenedor y lo hunde en la bandeja que contiene la ensalada de frutas―. Pero puedo hacerlo sola. Mueve su mirada hacia mi mano lastimada y niega con la cabeza. ―No estás en condiciones para hacerlo por ti misma, nena ―indica con una determinación que me deja pasmada―, te prometí que me encargaría de ti y eso es precisamente lo que voy a hacer hasta estar seguro de que te has recuperado. Lo miro desconcertada. ¿Quién es este hombre y que ha hecho con Lud? ―Eres un obstinado, ¿lo sabías? Le digo malhumorada. ―Cuando se trata de ti, estoy dispuesto a ser lo que sea, Rachel ―apoya la mano sobre la mesa y fija su mirada oscura en la mía―. No voy a rendirme contigo, te lo digo y te lo vuelvo a repetir, sufrí en carne viva por tu ausencia y la pérdida de tu amor. No voy a permitir que esto vuelva a suceder ―la contundencia de sus palabras me deja estupefacta―. Prefiero estar muerto que vivir una vida sin ti. Nos quedamos mirándonos durante largos minutos. Quiero creerle, por Dios que quiero hacerlo, pero hay algo en mi interior que me lo impide. No puedo confiar en él después de todo lo que sucedió entre nosotros. Hay demasiadas heridas abiertas en mi alma y mi corazón. Hasta entonces, sus palabras no tienen ningún significado para mí. Abro la boca para permitirle que me dé de comer. Con lo poco que he llegado a conocerlo estoy más que segura que no desistirá de sus intenciones y en este momento tengo tanta hambre que haría lo que sea para conseguir un poco de esa deliciosa comida que ha vuelto agua mi saliva. Gimo de gusto con el primer bocado. La fruta está fresca y dulce. Mi estómago se retuerce de satisfacción cuando le doy un enorme mordisco a ese emparedado de pollo con crema que se deshace en mi boca y pone a saltar de emoción mis papilas gustativas. ―Todo está realmente exquisito ―abro mi boca una y otra vez para recibir un poco de cada platillo que hay sobre la mesa―. Dale mis gracias a Alfred por todas sus atenciones. Asiente en respuesta. Nos mantenemos callados mientras devoramos la comida en cuestión de minutos. Se levanta de la silla y aparta la mesa hacia un lado. ―Necesito ir al baño o me haré pis en la cama. Aparto las sábanas y me siento al borde de la cama, pero antes de que ponga un pie en el piso me levanta entre sus brazos. Suelto un grito debido a la sorpresa. ―Ni lo piense, señorita ―me dice en tono juguetón―. No puedes usar una de tus manos y tampoco puedes sostenerte sobre tu pie lastimado ―me dice de manera autoritaria―. Debido al esfuerzo que hiciste anoche al levantarte de mi cama de manera tan brusca, tuvieron que inmovilizarte el tobillo para evitar que te hicieras más daño―dirijo la mirada hacia el artilugio que llevo puesto en mi pierna―. Así que no harás nada sin que yo intervenga. Ruedo los ojos. Entramos al baño y me pone de pie junto a la poceta. Cuando pienso que saldrá y me dejará sola para hacer mis necesidades, se pone de cuclillas e intenta meter sus manos debajo de mi bata. Abro los ojos como platos y pego un sonoro chillido. ―¡¿Qué crees que estás haciendo?! Le pregunto, mientras sujeto mi bata para impedirle que haga lo que me estoy suponiendo, quiere hacer. ―Voy a bajarte las bragas, cariño, para que puedas hacer lo tuyo. Sonríe de manera arrogante en tanto me mira a los ojos y una sonrisita traviesa tira de sus labios gruesos. Está loco si piensa que voy a permitir que lo haga. Eso es algo demasiado… íntimo. «¿Íntimo? Hace poco su boca estuvo metida entre tus piernas, ¿Qué pueda ser más íntimo que eso?» Desaparezco el pensamiento de un manotazo y niego con la cabeza, mientras percibo que el calor comienza a trepar por mi cuello y se esparce por mis mejillas. ―Esto es demasiado, Lud ―le digo avergonzada―, estoy segura de que soy capaz de hacerlo sola. No es tan complicado, además, he hecho esto durante toda mi vida ―insisto―. Estás exagerando. Se pone de pie y se cruza de brazos. ―Muéstrame qué tan fácil te resulta hacerlo ―demanda de manera arrogante―. Me quedaré aquí hasta asegurarme que no necesitas de mi ayuda. Me muerdo los labios y trago grueso. Meto la mano debajo de mi bata, pero al primer intento pierdo el balance debido a la puntada dolorosa que siento en el tobillo. Lud, me atrapa antes de que caiga de bruces contra el piso. ―¡Maldición, Rachel! ―refunfuña molesto―. Haz lo que se te pide, antes de que termines rompiéndote la cabeza. Su furia repentina me deja perpleja. Mete sus manos debajo de mi bata y me baja las bragas hasta los tobillos. Se vuelve a poner de pie y me toma de las manos para ayudarme a sentarme sobre el váter. Se aparta y se queda parado delante de mí. ―Puedes salir, Lud, por favor ―le ruego―. Te puedo asegurar que esta parte puedo hacerla sola ―aspiro una profunda bocanada de aire debido a las emociones que me provoca esta situación que se ha vuelto demasiado íntima y personal―. Si te quedas parado allí observándome de esa manera, dudo mucho que pueda hacer algo. Rueda los ojos de una forma que me causa mucha gracia. Suelta un bufido y antes de salir me deja claro su punto de vista. Se está comportando como todo un controlador. ―Estaré esperando afuera, pero dejaré la puerta abierta en el caso de que me necesites. En esta oportunidad soy yo la que rueda los ojos. ―Como quieras. Respondo lo primero que se me ocurre para que se aleje de una vez por todas. Respiro con alivio cuando dejo que mi vejiga suelte todo el líquido que hay dentro de ella. Tomo un poco de papel y seco mi v****a con algo de dificultad. Antes de que pueda levantarme lo veo aparecer de nuevo en el cuarto de baño, me sube las bragas y me carga en sus brazos. ―Estás siendo muy quisquilloso, Lud ―le digo con fastidio―. ¿No crees que te estás comportando como un hombre obsesivo? Me sienta en la encimera del lavabo con demasiado cuidado. ―Ni siquiera tienes idea ―me dice con arrogancia―. Cuando estemos en casa sabrás cuán dominante y controlador puedo ser, nena. ¿Qué acaba de decir? ―¿En casa? Pregunto casi sin aliento. ―Por supuesto, Rachel ―toma el cepillo dental y aplica un poco de crema―. Apenas te den de alta te llevaré conmigo a casa ―suelto un jadeo de sorpresa y siento mi corazón latir de manera desenfrenada―. El lugar al que perteneces y en el que vivirás a partir de este momento.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD