En contra de todas las posibilidades y de cualquier lógica razonable, Rachel ha vuelto a mí. Cuando logro recuperarme de la impresión que me causan sus duras y demoledoras palabras, su cara pierde color y de un momento a otro, se desvanece.
―Nena, necesito que te mantengas despierta ―inspecciono la herida de su mano―. No voy a permitir que nada malo te pase. Voy a buscar una toalla para detener el sangrado hasta que llegue el doctor. Ya regreso.
Corro hacia el baño y cojo un par de toallas de mano del gabinete del lavabo. Mis manos tiemblan de manera incontenible y la respiración se ha tornado mucho más agitada de lo que estaba. Regreso a la habitación casi de inmediato, pero la encuentro tratando de escapar de la habitación.
―Rachel…
Lanzo las toallas sobre la cama y me acerco a ella para detenerla.
―No te atrevas a poner ni uno solo de tus dedos sobre mí ―¡Joder! Se viene un maldito infierno sobre mí. Convencerla no va a ser tarea fácil, pero, por ella, estoy decidido a resistir lo que sea―. Tú menos que nadie tiene derecho a pedir nada, Ludwig Reeves ―noto la manera en que se tambalea, no va a resistir por mucho más tiempo―. Tú, tú…
La atrapo antes de que se estrelle contra el suelo. ¿Por qué tiene que ser tan testaruda? La sangre no para, lo que exacerba mi preocupación. Después de acostarla, me siento al borde de colchón, tomo su mano y hago presión sobre la herida con una de las toallas para intentar detener el sangrado. Mis manos no dejan de temblar. Tomo la corbata del colchón y la ato alrededor de su mano. Mi mente sigue dando vueltas sin parar, alternando, de forma violenta, entre el pasado y el presente para juntar las piezas y reconstruir todo lo que sucedió desde aquel entonces. Gime en medio de su inconsciencia.
―Tranquila, cariño, estás a salvo conmigo ―elevo su mano y le doy besos tiernos a los dedos―. Voy a cuidar de ti.
De repente, balbucea un nombre que me hace enfurecer.
―Massimo, lo siento…
Massimo De Luca. No me olvido de ti. Sé que eres el artífice de esta situación. Ese hijo de puta tiene sus manos metidas hasta el fondo. Ajustaré cuentas con él en el momento preciso. Voy a cobrarle cada una de las mentiras que dijo y el que me haya separado de mi mujer. ¡Porque Rachel es mía!
―Señor, la ambulancia viene en camino ―informa Alfred, al entrar a la habitación―. Estará aquí en cinco minutos ―se aproxima y me entrega un botiquín de primeros auxilios―. Esto puede serle de gran utilidad mientras esperamos por ellos.
¿Ambulancia?
―Te pedía que llamaras a Ismael.
Asiente en acuerdo.
―Sí, lo hice tal como me lo ordenó, pero fue él quien sugirió llevarla a la clínica y enviar una ambulancia para la señorita, en caso de que se necesite una transfusión. Él lo estará esperando.
Sí, considero que es lo más conveniente en vista de las actuales circunstancias.
―Bien, necesito que traigas algo de ropa para ella, no puedo permitir que salga de aquí con lo que lleva puesto ―le ordeno―. Estará bien con una camiseta y uno de mis chándales, escoge uno que pueda ajustarse con un cordón. Date prisa, por favor.
Acata mis instrucciones al instante. Abro la maleta y saco el frasco de agua oxigenada. Mojo la toalla con el líquido y quito cualquier rastro de sangre que hay en su cuerpo.
―Voy a cuidar de ti, cariño ―le prometo al comenzar mi trabajo―, no voy a permitir que nada te pase ―cierro los ojos y aprieto mis dientes al punto de la pulverización―. Si descubro que alguien más estuvo implicado en lo que te pasó, juro que me las va a pagar con su vida.
Ese hijo de puta que intentó matarla, al igual que Perla, ya no volverán a ser un riesgo para ella, pero no tengo la menor duda de que hay alguien más detrás de esto.
―Dejaste que me lastimaran.
Aquel susurro inconsciente me deja helado. ¿Cómo puede pensar que soy capaz de cometer un acto tan atroz y despiadado? ¡Por el amor de Dios! No existe ni existirá nadie en este mundo a quien ame más que a ella. La amé desde el primer momento en que la vi en aquel camerino, aunque me haya negado a aceptarlo. Entiendo su confusión, sobre todo, después de haberla tratado como lo hice en aquel momento. Fui un imbécil, un insensible y un maldito ciego, lo reconozco. Pero, joder, jamás levantaría un solo dedo en su contra, a menos que sea para acariciarla, atesorarla y amarla como lo he pretendido desde aquella noche en la que la alejé de mi vida y comprendí que la amaba más que a la vida misma.
―Te amo, nena, y voy a hacer lo que esté en mis manos para convencerte de mi amor ―me inclino y dejo un beso suave en sus labios―. Te juro que no descansaré hasta conseguir tu perdón y logre reconquistarte.
Mi pequeña está de regreso. Respiro con alivio. No puedo describir la emoción que siento al saber que tengo una nueva oportunidad para hacer las cosas de la manera correcta. Demostrarle con hechos lo arrepentido que estoy y lo mucho que significa para mí. Extiendo mi brazo y acaricio su mejilla con los nudillos de mis dedos. Extrañaba tocarla, sentir su piel suave y tersa. Sigo sin creer que por fin la tengo de vuelta. Me alejo de ella en cuanto escucho la voz de mi mayordomo.
―Señor, aquí tiene lo que me pidió ―recibo la ropa que trae en sus manos―. Bajaré a la planta baja y esperaré a que los paramédicos lleguen. Si necesita algo más, no dude en llamarme.
Asiento en respuesta.
―Agradezco toda tu ayuda, mi fiel amigo.
Una sonrisa ligera tira de su boca.
―No tiene nada que agradecerme, señor, lo hago con mucho gusto ―dirige su mirada hacia la mujer tendida sobre mi cama―. Además, esa chica bien vale la pena ―asiento en acuerdo. Se da la vuelta, pero antes de abandonar la habitación detiene sus pasos. Gira la cara sobre su hombro y fija su mirada sobre la mía―. Debe entender, señor, que a partir de ahora tendrá un largo recorrido, muchos tropiezos y dificultades para llegar a su corazón ―explica con una sabiduría que me deja aturdido―. Vendrán momentos difíciles ―trago grueso debido a sus palabras poco alentadoras―, tendrá que ser paciente y armarse de valor para lo que se le viene encima ―vuelvo a asentir con un movimiento de cabeza―. Si la ama, merecerá cualquier sacrificio en su nombre y superar todos aquellos obstáculos que se interpongan en su camino hacia su tan ansiada felicidad. Debe hacer lo que sea para reconquistar su endurecido corazón. No pierda la fe, lo importante es que ella lo sigue amando, pero ha sufrido tanto que perdió la fe y la confianza en la humanidad. Es su trabajo devolvérsela y hacerle saber que no todo está perdido. Rachel necesita que le demuestre que la ama y que está dispuesto a hacer lo que sea para ganarse su amor, incluso, apartarse de su camino si es necesario y esperar a que ella misma tome su propia decisión.
Abandona la habitación una vez que termina de decirme tan valiosas y esclarecedoras palabras. Sopeso y analizo cada una de ellas, mientras escucho la manera en la que late mi corazón atormentado. Vuelvo a mirarla y tomo una decisión. No estoy dispuesto a perderla de nuevo. Haré lo que sea para mantenerla a mi lado y demostrarle que sin ella, mi vida no tiene sentido.