Un Gesto al Alba
La lluvia tamborileaba con suavidad contra los ventanales de la biblioteca. Isabella había despertado antes del amanecer, incapaz de volver a dormir. La noche anterior aún pesaba sobre sus pensamientos, como si las palabras de Rowan hubieran dejado un hueco en su pecho… pero también una extraña necesidad de comprenderlo.
Envuelta en una bata de satén, caminó por el pasillo silencioso hasta la biblioteca. Allí, entre libros y penumbras, encontró algo inesperado.
Un fuego encendido.
Sobre la mesa, una taza de porcelana humeaba. Su té favorito, con un leve toque de miel. Y al lado, un chal que no era suyo, cuidadosamente doblado. Había sido dejado para ella. No había duda.
Se acercó en silencio, acariciando el tejido cálido con los dedos. En la butaca, un ejemplar de Middlemarch estaba abierto por la mitad. Al tocarlo, sintió el calor aún reciente. Rowan había estado allí.
No era la primera vez que encontraba huellas de su paso nocturno en la casa. La nota que había dejado al ama de llaves para que se evitara servirle cordero si no era de su gusto. La forma en que sus zapatos siempre quedaban ordenados junto a los suyos. Las flores frescas que aparecían en su tocador cada semana, sin falta, sin nombre.
Eran gestos sin rostro. Pero no sin intención.
Cuando regresó a su habitación con el libro en la mano, Isabella no podía evitar una leve sonrisa. Pequeña. Íntima. Casi culpable.
No es cariño. No aún… Pero quizás hay algo. Algo más allá del deber. Más allá del pacto silencioso de este matrimonio.
Esa noche, cuando Rowan entró a su habitación - como hacía con la regularidad de un reloj suizo, ella no se apartó cuando se acercó a su lecho.
Tampoco fingió dormir.
Rowan se detuvo al verla despierta, sentado a su lado sin decir palabra. Su silueta, perfilada por la luz tenue del candelabro, parecía esculpida en sombras.
Isabella extendió la mano, rozando su camisa con la yema de los dedos.
- Gracias por el té.
Rowan no respondió de inmediato. Luego, inclinó apenas la cabeza.
- Dormías mal. Lo noté anoche.
La joven lo miró sin disfrazar su sorpresa. Él la había observado. Lo suficiente como para saberlo.
Sin pensarlo, sus dedos buscaron los de él. No hubo resistencia. Sólo ese breve instante, cálido y silencioso, donde las defensas comenzaron a caer.
No se dijeron más palabras. Pero cuando él se inclinó a besarla esa noche, fue más suave. Menos necesidad. Más búsqueda.
Y ella... no se sintió usada.
Se sintió deseada.
Teatro en Tres Actos
La sala estaba bañada en luces doradas, el cristal de las arañas de techo multiplicaba el brillo de las velas y las notas de un cuarteto de cuerdas se deslizaban como seda entre los murmullos de la aristocracia. Hombres de levita, mujeres envueltas en sedas y perlas. El mundo de siempre. El de las apariencias.
Isabella caminaba del brazo de Rowan, su figura grácil y su rostro encendido por la tímida expectativa de ser presentada como la nueva Condesa de Ashcombe. Su vestido azul medianoche resaltaba sus ojos y el escote elegante dejaba ver la piel pálida de sus hombros, tan suave como el cristal pulido.
Rowan la guiaba como si fuera una joya delicada, su mano rozando apenas su espalda baja, su postura protectora, su sonrisa tan cuidadosamente medida que parecía cincelada.
- Mi señora. - susurró él junto a su oído, inclinándose con una cercanía íntima - cada caballero en esta sala está maldiciendo no haberse casado antes de mí.
Ella rio, con esa mezcla de inseguridad y gratitud que comenzaba a instalarse en su pecho. Desde su llegada a la mansión, él había cambiado. Gestos amables, caricias veladas, disculpas sinceras…
- ¿No exageras, mi lord?
- No hay exageración posible cuando se trata de ti. - contestó y al decirlo le besó la mano con naturalidad. Un gesto tan romántico como público.
Varios rostros se volvieron a mirar. Sonrisas contenidas. Murmullos entre abanicos.
- El conde de Ashcombe está enamorado. - susurró una dama a su marido - ¿Lo has visto? No le quita los ojos de encima.
- Es un matrimonio reciente. - respondió el hombre - Ya veremos cuánto le dura.
Pero otra figura, más apartada, tomaba nota con mayor cuidado.
Desde un rincón elevado, al fondo del salón, donde las cortinas caían pesadas y el murmullo de la sala era más distante, Lady Honoria, la abuela de Rowan, observaba. No vestía con ostentación, sino con la sobriedad elegante de quien no necesita demostrar nada. Sus ojos, aún vivos y astutos pese a los años, se desplazaban entre su nieto y su flamante esposa.
Ella no había anunciado su presencia.
Quería ver con sus propios ojos lo que tantos rumores le llevaban diciendo semanas: que Rowan Ashcombe, su nieto arrogante y calculador, había encontrado esposa. Que la adoraba. Que la miraba como un poeta mira a su musa.
Pero Lady Honoria no era tonta.
Había criado halcones. Y podía reconocer una puesta en escena cuando la veía.
- Demasiado perfecto. - murmuró, tomando un sorbo de su copa de champán.
A su lado, una dama de menor rango quiso iniciar conversación, pero Honoria levantó una ceja y la otra se desvió sin atreverse siquiera a saludarla.
Mientras tanto, en el centro del salón, Rowan inclinaba la cabeza para hablarle al oído a Isabella. La joven reía, con un rubor encantador en las mejillas. Él le ofrecía una copa, la guiaba con la mano sobre la cintura, la presentaba con orgullo. Todo tan… calculadamente espontáneo.
- La esposa perfecta. - comentó una duquesa cercana - Y él, tan cambiado. Es casi conmovedor.
Honoria bebió otro sorbo y sonrió.
Conmovedor, sí.
Casi tanto como una obra de teatro bien dirigida.
Pero entonces, algo sutil sucedió. Una g****a.
Rowan se volvió para hablar con un vizconde y, por un instante, olvidó el contacto físico con Isabella. Fue breve, apenas unos segundos. Pero bastó para que ella, ya habituada a la atención constante, se sintiera sola en medio de la multitud.
Su sonrisa titubeó. Su mirada bajó. Y cuando volvió a alzarse, lo hizo en busca de él… no por protocolo, sino por anhelo.
Lady Honoria no necesitó más.
Ahí estaba la diferencia.
Rowan fingía.
Pero Isabella, tal vez sin saberlo aún, ya no jugaba.
Para ella era real.
Terminó su copa y dejó el cristal sobre la bandeja de un sirviente.
- Necesitaré hablar con él pronto. - dijo en voz baja - Antes de que se le olvide quién mueve las piezas en esta familia.
Y desapareció entre la multitud, como una sombra antigua que nunca deja de vigilar.