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Los hombres de Camila

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Camila Montero es una mujer sencilla que siempre ha vivido en el mismo pueblo, su familia es común, su educación es común, su vida es común. Lo único que no es común son sus gustos, porque para ella no es imposible enamorarse de más de una persona al mismo tiempo. Al menos pretendientes no le faltan porque desde que era adolescente cuatro hombres maravillosos la persiguen. ¿El problema? Que ellos la quieren sin saber que ella los desea a todos, luchan constantemente de hecho, ¿Qué sucederá cuando se enteren de las fantasías que juegan con su mente?

Alex, Rodrigo, Max y Tom tienen años peleando por la misma mujer, desde la época de instituto. Han hecho lo imposible para ella caiga a sus pies y aunque intentan alejar a los demás, la verdad es que no hace falta porque ella no mira a ninguno de ellos más de dos segundos completos. Es entonces que luego de un extraño trato comienzan a pasar tiempo juntos, eso lo llevará por un recorrido bastante interesante sobre las verdades que les oculta Camila. ¿Podrán entender lo que ella desea? Y lo más importante, ¿podrán dárselo?

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Capítulo 1. La señorita Montero
Camila Montero se levantó esa mañana lista para ducharse y salir al trabajo. Con un desayuno ligero fue en la dirección de su auto para conducir. Observó lentamente como los habitantes del pueblo La floresta, se preparaban para sus días, cada quien se subía a sus autos en el rocío de la mañana, con trajes, café, hijos. Tantas cosas parecidas a ella y al mismo tiempo tan diferentes, bajó el vidrio de la ventana para poder respirar el aire puro, el cielo pintando de tonos naranjas y rosados la saludaban, era una mañana perfecta. En cinco minutos llegó al café de sus padres, un pequeño establecimiento que llevaba dos generaciones funcionando. Ella era la única de los tres hijos de sus progenitores que continuaba trabajando allí, su hermano mayor Ricky, o Enrique, nombrado así por su padre, había decidido dejar el negocio para volverse abogado y ahora trabajaba en la alcaldía del pueblo. Su hermana menor, Carol, había decidido irse por el camino de la pedagogía siendo ahora una de las maestras del pueblo. Camila había sido la única en decidir quedarse en el negocio familiar, había estudiado tres años de administración y ahora era una de las socias del negocio junto a sus padres. Así que siendo ella la más joven de los trabajadores, era siempre la que abría en las mañanas, con su chaqueta puesta se bajó del auto. Abrió la puerta del negocio y comenzó a arreglar todo, las sillas, las mesas, la caja registradora. Se acercó a la cocina donde sus tres panaderos ya estaban trabajando y los saludó para luego dirigirse a la puerta, cambió el cartel indicando a los clientes que ya estaban abiertos y se quedó en su lugar sentada detrás de la caja. Fue así que comenzó la avalancha. Siempre antes de iniciar el día laboral sus manos se veían ocupadas con pedidos, café, tortas, panes y demás. Una hora después llegaron sus padres e inmediatamente se dirigieron a ayudarla, Cordelia, su madre, sirviendo y atendiendo al igual que ella y su padre en la en la cocina en todo lo que se pudiera necesitar. Horas más tarde pudieron respirar, solo quedaban tres clientes en el café y ellas podían relajarse. Camila observó cómo su padre salía de la cocina para saludarla con un beso en la frente y robarle unos cuantos besos dulces a su madre. Verlos juntos era siempre como ver su ideal, el amor de sus padres era casi como un mito en su familia, todos los hijos Montero deseaban una relación igual y no se conformaban con menos. Ella tenía el pelo castaño de su madre y la piel clara de su padre, pero ningún otro rasgo podía distinguirse.   -Sabes cielo, si te arreglaras un poquito más podrías atraer al hombre adecuado- inició su madre acercándose -así no tendrías que vernos siempre con tanto anhelo. -Primero que nada, no creo que necesite más atención de la que ya tengo- se quejó ella con fastidio -y segundo, los veo con anhelo porque a veces creo que lo que tienen ustedes es irrepetible. No creo que me vaya a pasar. -Claro que sí mi reina- dijo su padre abrazándola -el hombre indicado siempre llega. -En el caso de tu padre, llegó con retraso- se burló su madre recordando la historia de cómo su papá había llegado tarde el día de su boda. -Ya deja de recordar eso Cordelia- dijo su padre con el ceño fruncido -y deja de meterle ideas a mi niña en la cabeza, ya es suficiente con esos vagos que no dejan de seguirla. -Esos vagos, como tú los llamas, son buenos hombres- dijo su madre limpiando los vasos del mostrador -y si Camila no fuera tan testaruda podría darles una oportunidad. -La última vez que lo intenté casi se matan- se quejó ella mortificada -no hay forma en el universo en que eso suceda de nuevo. -Eran unos niños- afirmó su madre con una sonrisa -ahora son hombres, creo que es diferente. -Sí, son hombres ahora- se burló ella mientras observaba como Max y Tom se peleaban para entrar en el café. Los hombres por fin entraron en el lugar y se dirigieron de inmediato a la caja. La miraron con ojos deseosos y sin poder evitarlo, como siempre sucedía, su corazón se aceleró. -Buenos días, ¿qué desean?- Preguntó ella intentando sonar indiferente. -Buenos días dulzura, yo quiero lo de siempre- pidió Tom con una sonrisa. -Yo quiero un chocolate y una cita contigo- aventuró Max con una sonrisa brillante. Tom le lanzó una mirada de odio antes de volver a sonreír. El hombre no podía ser más lanzado. Ella asintió y se dirigió a la preparar el café junto al chocolate, los hombres comenzaron a discutir mirándose con odio. Como siempre sucedía, Camila aprovechó esos momentos para disfrutar de la vista. Ambos hombres eran castaños, sus ojos cafés y ambos eran rudos, pero donde uno era fuerte el otro se veía atlético, tenían encantos distintos. A ella le encantaban pero no escogería a ninguno, hace mucho tiempo que aquellos hombres estaban prohibidos. Ella se acercó con las bebidas y ellos volvieron a sonreír, tomó el dinero correspondiente pero ninguno de los dos se fue. -¿Y qué sucede con la cita?- Preguntó Max pícaro, recostándose del mostrador. -Si ella tuviera una cita, sería conmigo- gruñó Tom -¿verdad dulzura? Ambos hombres la miraron expectantes, esperaban con una sonrisa y ella estaba a punto de lanzar una de sus respuestas ácidas cuando su madre interrumpió. -Aquí tienen niños, pan de chocolate, va por la casa -le entregó un paquete a cada uno con una sonrisa -y ahora es momento de que regresen a sus trabajos. A ellos no les quedó otra opción que obedecer, con una mirada suave y los hombros caídos salieron del mismo modo que habían llegado. Con una sonrisa su madre se alejó dejándola sola, con un suspiro ella se ocupó de atender a las pocas personas que había pero sus pensamientos se dirigieron a Tom y Max, dos hombres que siempre le habían atraído. Cada movimiento, cada sonrisa grabada en su mente. Las horas pasaron mientras ella atendía, limpiaba y ordenaba, su madre ayudaba mientras hablaba con los clientes hasta que la hora del almuerzo llegó y la avalancha se hizo de nuevo. Muchos clientes llegaban a esa hora para comprar sus comidas, bebidas o lo que quisieran y siempre se veían atrapados. En esos momentos incluso su padre tenía que salir de la cocina y ayudar. Atendiendo lo más rápido posible casi todos los clientes se fueron con una sonrisa, el tiempo pasó volando tan ocupada como estaba hasta que estuvo libre de nuevo y sus padres se retiraron a la cocina para almorzar durante unos minutos. Cuando ellos volvieron fue su turno, ella se hizo un sándwich en la cocina y pensó en quedarse pero el día estaba brillante por lo que salió y se sentó en una de las mesas exteriores del café. Para su mala suerte no pudo disfrutar del día porque de pronto un carro n***o y lujoso se estacionó frente al lugar, de él salió Rodrigo, ella ya se lo esperaba pero su respiración se cortó, su corazón se aceleró de nuevo cuando él la miró. Sonriéndole él se adentró en el café y entonces llegó Alexander caminando desde la otra calle, con una sonrisa él la saludó y entró a también al café. Sin mucho apetito por la tensión, ella esperó, sabía que ellos saldrían, no perderían la oportunidad. -Buen provecho preciosa- dijo Rodrigo con la comida en la mano y una sonrisa -espero que no te moleste si me siento. Sin esperar respuesta él se sentó en la mesa y comenzó a almorzar junto a ella. Unos minutos más tarde fue Alexander o Alex como ella solía llamarlo quien se sentó en la mesa sin siquiera pedirlo. -Buen provecho linda- dijo Alex con una sonrisa afable. -Para sentarte en una mesa tienes que ser invitado o al menos pedir permiso- comentó Rodrigo sin verlo -pero tú falta de modales no es nada nuevo. -Y tu desagradable actitud es repetitiva- respondió Alex riendo. Ambos hombres se miraron con odio de la misma forma en la que Tom y Max se habían mirado esa mañana. Todos eran tan sensuales y atractivos, su corazón seguía acelerado mirando ahora a Alex y Rodrigo, el primero por su porte de carisma y responsabilidad, el segundo por su aura de misterio. Ella recordaba que la primera vez que vio a Rodrigo fue en el instituto, él era nuevo y aunque sabía que Max, Tom y Alex habían estado persiguiéndola por años se sintió atraída por Rodrigo de inmediato, fue la primera vez que decidió mostrar su interés por un hombre y pensando con inocencia que los demás comprenderían su elección había decidido salir con él. Todo para que en la salida del instituto Tom, Alex y Max intentaran de alguna forma alejarlo de ella y golpearlo, fue la última vez que miró a ninguno de ellos. La pelea había resultado ser bastante tonta, ninguno se había lastimado realmente pero a los padres de los chicos les había molestado el motivo de la pelea y la responsabilidad había recaído en ella. Sintiéndose responsable, traicionada y estúpida había decidido no volver a dirigirles la palabra, algo que los había desmotivado al inicio, pero desde ese momento hasta la actualidad aún intentaban conquistarla y aunque secretamente ella estaba encantada jamás lo diría abiertamente. El rechazo sería siempre la carta directa para esos hombres. -Ninguno de los dos fue invitado a esta mesa- dijo ella tan seca como siempre -y me gustaría que se fueran. -Pero Cami, ¿no quieres compañía?- Preguntó Alex con una sonrisa -puedes decirle a este idiota que se vaya y almorzamos juntos. -Yo llegué primero- rebatió Rodrigo molesto -y el idiota que tiene que irse eres tú. -En realidad, llegué primero, esta mesa es mía- dijo ella palabra por palabra -ustedes se sentaron sin invitación, sin ser deseados. Quería disfrutar del día, no escucharlos pelear por estupideces como siempre. -Podemos callarnos- ofreció Alex. -No, eso no es suficiente- y con esas palabras ella se levantó de la mesa. La mirada decepcionada de los hombres la siguieron hasta que ella se escondió en la cocina. Nadie le dijo una sola palabra y ella aprovechó el momento para tranquilizarse, su corazón acelerado se calmó lentamente, continuó comiendo hasta que fue el momento de salir para atender a sus clientes. Sus padres la observaron unos segundos al salir de la cocina pero ella sabía aparentar indiferencia luego de tantos años. Con una sonrisa atendió, sirvió y limpió. El día se pasó volando, en un momento fue hora de cerrar y ella se dirigió a despedirse de sus padres, eran ellos los encargados de cerrar todos los días. Luego de unos cuantos abrazos ella se dirigió a su auto, en cinco minutos estuvo en el estacionamiento frente a su casa y sin detenerse subió los escalones de la entrada. Una de las desventajas de vivir en un pueblo pequeño donde cuatro hombres se dedicaban a perseguirla era que todos vivían relativamente cerca y muchas noches al llegar a casa se había encontrado un teatro que solo significaba problemas o peleas. Aprendiendo a evitarlo ella entraba directamente a su hogar. Con un suspiro se quitó la ropa y se duchó, con el pelo húmedo se recostó en su cama y casi desesperada tomó el libro que ocultaba en su mesita de noche. Hace unos meses en una visita a la ciudad se había detenido en una librería y había encontrado un libro bastante interesante, en él una mujer se acostaba con tres hombres al mismo tiempo e incluso se enamoraba de ellos. En el segundo en que ella lo tuvo en su mano ya no pudo soltarlo, lo había pagado y ahora dedicaba sus noches a leerlo, no podía evitar imaginarse a Tom, Alex, Rodrigo y Max junto a ella haciendo todas las cosas que se mencionaban. Eran sus fantasías secretas y mejor guardadas, ella sabía que aquello jamás podría ser pero le encantaba imaginarlo. Con una sonrisa cómplice se centró en la historia imaginando a los hombres que la volvían loca estando juntos para complacerla, sus manos de inmediato recorrieron su cuerpo y ella disfrutó del deseo. Luego de devorar unos cuantos capítulos ella apagó la luz de su habitación, la tristeza y decepción la golpearon entonces, Rodrigo, Max, Tom y Alex eran hombres maravillosos que se merecían el amor de alguien bueno, no de una persona que no pudiera decidir y ese siempre era su tormento, sin embargo, no había forma en la que ella pudiera escoger a uno y tampoco había más opciones considerando la situación. Todos estaban destinados al fracaso, con un suspiro de realidad ella se quedó dormida.

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