Su aliento, como debe ser, eriza mi piel, pero mantengo la frente en alto, tratando de disimular lo que él provoca en mí. A pesar de todo, asiento cuando ingresamos. Él comienza a sonreír, y quedo deslumbrada por su sonrisa y sus dientes blancos y perfectos. Son los únicos momentos en los que puedo verlo en ese estado, ni modo, desvío la cabeza hacia otro lado, porque me siento así al tenerlo tan cerca. Mi corazón late con fuerza, no sé muy bien por qué, pero a lo largo del tiempo he llegado a pensar que él es la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida. Creo que ha sido la forma en que me ha tratado lo que me ha llevado a pensar en eso.
Mis pasos resuenan por todo el salón, pero no estoy de ánimos para nada. Llego hasta la mesa de comida, un mesero me ofrece un trozo de pastel, y veo a Emilio saludando a otras personas. Puedo apostar que está buscando su próxima compañía para la noche, mientras yo me quedo sola en esta gran casa, sufriendo por mi destino y lo que me ha tocado.
"¿Quieres bailar?" escucho una voz grave y levanto la vista. Lo veo a él, Emilio, mirándome con el ceño fruncido y extendiendo la mano. No puedo rechazarlo, así que me acerco a su lado y empezamos a dar vueltas por el salón. Somos la pareja perfecta a los ojos del público, aunque la realidad es muy diferente.
Mantengo una sonrisa forzada que no llega a mis ojos, y él comenta: "Tampoco exageres, sé que no me soportas." Lo miro con intriga. Es la primera vez que dice algo así; casi no hablamos, solo él me da órdenes.
"Usted no sabe eso", murmuro en un susurro, y seguimos bailando. Pongo mi mejor rostro, mirándome de reojo en los espejos para ver si estoy actuando correctamente.
"Es la verdad", comenta, y me da un giro para acercarme de nuevo a su cuerpo.
"Y usted me odia", menciono, y él eleva el rostro en una sonrisa.
"Tienes razón", dice.
Suspiro, mis ojos se llenan de lágrimas al escuchar que efectivamente él me odia. Entonces me obliga a levantar la cabeza y a comer, y me dice: "Te detesto", pero su rostro se suaviza en cuanto ve mis lágrimas. Fue una fracción de segundo porque luego dice: "No vas a llorar en público", escupiendo sus palabras. Me da otra vuelta y después me sostiene de la cintura para acercarme a él.
"No, señor", comento, y apoyo mi rostro en su traje caro. "Solo eres perfecto", y el calor de su cuerpo... creo que debo estar enloqueciendo. ¿Cómo podría sentirme así por alguien que me trata de esa manera? No lo sé. Pero cuando él se aparta de mí después de darme un beso en el dorso de mi mano, me quedo sola.
Necesito ir nuevamente a la barra de tragos y pedir algo fuerte. Creo que es la mejor manera de pasar la noche, además, la mayoría de los empresarios y benefactores ya están en pleno apogeo. Nadie presta atención a los demás, algunos ya están descalzos, la fiesta se ha descontrolado, y esa es una buena oportunidad para emborracharme.
"Deme un whisky doble, por favor", comento al barman, quien se acerca enseguida y me ofrece el vaso. Lo bebo de un trago, el líquido quema mi garganta hasta llegar a mi estómago, pero no me importa, sigo bebiendo. También empiezo a ver más borroso de lo habitual. Suspiro mientras dejo el vaso a un lado. Me siento sola, como he estado durante estos dos últimos años.
Puedo ver cómo él disfruta de la compañía de otras mujeres, aunque siempre manteniendo la distancia en público. Solamente se las llevará a la cama, quizás sí, quizás no. Pero siempre las hace firmar un acuerdo de confidencialidad. También las manda a hacerse exámenes para asegurarse de que no tengan ninguna enfermedad. Eso es lo que me ha explicado mi mejor amigo, el encargado de la casa, porque él jamás me ha dicho más de dos palabras. No podría saber de su boca lo que realmente hace. Al fin y al cabo, nunca hemos compartido ni siquiera la cama, nunca un beso. El único beso que nos dimos fue en la ceremonia y fue tan solo para aparentar. Después, jamás nos hemos acercado, excepto quizás en algún que otro baile, como hoy.
Vuelvo a pedir un whisky doble, y ya veo todo borroso. Me pongo de pie, pero todo está demasiado inestable, como si alguien hubiera movido el suelo. Intento desplazarme, pero está todo complicado. Veo puras manchas borrosas, no sé ni cómo llegué aquí. Me hago preguntas confusas y, de repente, choco con un cuerpo. Siento algo en mi cintura, levanto la vista y lo veo. Es él, mi esposo. Me mira confundido y yo empiezo a reír. Es la primera vez que me emborracho en público, lo admito. Lo tomo del cuello y lo acerco a mí. Él me mira sorprendido y cuando lo beso...
Los labios son suaves, perfectos, encajan en mi boca, y mi lengua quiere explorar dentro de la suya. Sin embargo, él me aparta.
"¿Qué haces?" pregunta, y yo sonrío con gracia mientras empiezo a reírme divertida.