Pero al día siguiente, tengo un terrible dolor de cabeza. No sé qué pasó. Comienzan a venir escenas de lo que hice, y me sorprendo. Me cubro la boca con las manos, no puedo creer que le haya dicho todo eso a Emilio. Estoy asustada ahora. Me pongo de pie a pesar del dolor de cabeza y quiero llegar al comedor para ver qué dice Emilio. Pero en cuanto me veo en el espejo, hago una mueca. Estoy completamente despeinada y aún llevo puesto el vestido de ayer. Decido darme un baño, me pongo ropa deportiva, un top deportivo y una biker aunque no se me ve nada, ya que todo es de tiro alto. Después camino...
Al llegar al comedor, Emilio se encuentra sentado de espaldas a mí, tomando una taza de café. Me siento sumamente pequeña a su altura. Me mira de reojo y dice: "Hola", murmura, pero no me mira directamente.
"Lo lamento por lo de ayer, señor", comento, y él niega con la cabeza.
"Olvídalo mejor", dice, y sigue viendo su teléfono. Me siento enfrente, me sirvo una taza de café y tomo una tostada con mantequilla. Los desayunos eran siempre así; él no me cruzaba ni una palabra, menos para saludarme. Pero quise que fuera diferente.
"Yo… ¿lo besé?", pregunto, aunque recordaba perfectamente aquellos tres besos que nos dimos.
"No lo sé", responde de manera seca y sigue mirando su teléfono.
"¿Por qué me odia?" pregunto, y creo que esa pregunta la había hecho el día anterior.
"Ayer me preguntaste lo mismo", comenta, dejando su teléfono a un lado y mirándome.
"Lo sé, pero..."
"Mira, además, por lo único que estás aquí es por un contrato. Si quiero, puedo asesinarte, puedo hacer lo que quiera contigo, así que no me provoques", me interrumpe, y yo protesto.
"Pero yo no entiendo ese contrato", insisto, y él me sonríe.
"Es mejor que no lo entiendas, a ese contrato", comenta y se aleja de la mesa.
¿Qué contrato? ¿De qué habla? No lo comprendo. Creo que con la única persona que tendría que hablar es con mi padre. Sin embargo, como no he podido andar con él, ya que se la pasa viajando, muy pocas veces quiere saber de mí. Lo único que sé es que él ha hecho un trato con mi esposo, un trato del cual no sé nada, y eso me deja con la intriga.
Entonces se me ocurre una idea. Voy corriendo hacia la salida antes de que él se suba al vehículo y digo: "¿Y si le digo a la prensa que estoy embarazada?". Rápidamente Emilio sale del vehículo dando un portazo.
"No se te ocurra", comenta, mirándome amenazador. Yo vengo de hombros.
"¿Por qué no? Si usted no me dice de qué se trata el contrato, pues yo diré eso", insisto.
"Bueno, hazlo, yo te haré pasar el ridículo al negarlo", comenta, cerrando los ojos, y yo decido dar un paso atrás.
"¿De acuerdo?", murmuro, con los ojos llenos de lágrimas. Él levanta el brazo junto con el pulgar. No entiendo su respuesta, pero en cuanto ingresa a la casa, me doy cuenta de que estoy completamente molesta. Estoy tan molesta con él y sus negativas.
Entonces decido no preocuparme demasiado. Por primera vez, quiero sentirme feliz por lo que tengo. Al fin y al cabo, soy rica y puedo comer lo que desee, hago ejercicio e intento disfrutar de la vida. Pero estoy sola, no tengo amigos, y muy de vez en cuando los veo, teniendo que mentirles y decirles que está todo bien. A veces me pongo a pensar en lo triste que es mi vida, las veces que quisiera poder morir.
Después de pasar una hora, me encuentro arrojada en el suelo. En ese momento, el timbre de la casa suena. Matías aparece. Él es un empleado y amigo mio, me mira con curiosidad, ya que aún estoy apoyada en la puerta, con mi trasero en el suelo.
"¿Estás bien?" pregunta curioso, y yo me encojo de hombros sin saber muy bien qué responder. Él me mira con curiosidad y abre la puerta.
"Hola, ¿quién es?" pregunta, y le dicen: "Una entrega para la señorita Emma."
"Gracias", comenta Matías mientras se acerca a mí. "Te han enviado esto."
"¿Quién?" murmuro con desgano.
"Ahí, ¿qué te pasa?" pregunta Matías. Él tiene 25 años y es mayor que yo, pero es un chico muy alegre y cercano.