CAPITULO 2

1250 Words
—¿Estás bien allá atrás? —preguntó Luca, aguantándose la risa. —Perfectamente. Solo estoy deleitándome en el infierno patriarcal sobre ruedas. —Genial —dijo él—. ¿Alguien quiere una cerveza? Cuando uno imagina una casa de seguridad de criminales, piensa en un lugar discreto, oculto, quizá con paredes de concreto y poca luz. Lo que yo no imaginé fue llegar con la cara envuelta en una maldita bolsa de tela que olía a patas sudadas y croquetas húmedas. Todo comenzó cuando la camioneta se detuvo y Damien se volvió hacia mí con esa cara de “no estás cooperando y me vas a hacer envejecer antes de tiempo”. —Te voy a tapar la cara —dijo sin emoción, como si me estuviera anunciando la hora. —¿Disculpa? ¿Por qué? —Protocolos de seguridad. —¿Y no tienes una venda de seda? ¿Una máscara de satén, quizá? ¿Algo que no huela a cadáver de mapache? —Esto sirve. —Sacó la maldita bolsa. Negra. Fea. Usada, probablemente por algún tipo alérgico al jabón. Intenté retroceder, pero antes de que pudiera protestar, me la colocó encima de la cabeza como si fuera una piñata viva. El olor me golpeó como una bofetada de mil demonios. —¡AY, MALDITA SEA! ¿Qué es esto? ¿Una trampa para roedores con traumas? ¿Le limpiaste los pies a un ogro antes de ponérmela? ¡HUÉLELA, LUCA! ¡HUÉLELA! —¡No quiero! —gritó Luca desde el asiento del copiloto, entre risas—. ¡Pero ahora necesito saber qué tan mal huele! —¡¡LUCAAA!! ¡ME ESTOY ASFIXIANDO EN UNA ZONA TÓXICA! —Harper —interrumpió Damien, completamente serio—. Si no te callas, te amarro. —¡A ver, amárrame, Ken Hostil! ¡Pero cuando mi papá vea que tengo herpes respiratorio por culpa de tu costal de cebolla, te va a mandar a la luna sin pasaporte! Silencio. Luca se carcajeaba. Damien apretaba el puente de la nariz como si estuviera decidiendo si renunciar al crimen organizado y abrir una pastelería en otro país. Finalmente, la camioneta se detuvo. Sentí que la puerta se abría y unas manos firmes me hacían bajar. —Ojo, que si me caigo con esta cosa, te demando por tentativa de asesinato y agresión nasal —espeté. —Tú eres el secuestro más estresante que he hecho en mi vida —murmuró Damien. —Y lo seguiré siendo, bebé. Apenas vamos empezando. Alguien que probablemente era Damien (porque olía a frustración y perfume caro) me guió desde la camioneta hasta lo que supuse era el interior de la casa. La bolsa en mi cabeza seguía ahí, como un castigo por mi existencia. Olía peor. Yo sudaba. Y sentía que mi dignidad se había quedado tirada en el camino, justo al lado del bordillo donde tropecé al bajarme. —¿Ya llegamos a Mordor? —pregunté, jadeando bajo la tela. —No hables. —¿Y si me muero por falta de oxígeno, quién va a explicar esto a la prensa? ¿Tú? ¿El rubio sin alma? ¿Vas a decir que se me cruzaron los cables? Porque honestamente, eso no suena tan alejado de la realidad. No hubo respuesta. Solo pasos. Una puerta. Un pitido de seguridad. Y entonces... silencio. El siguiente segundo, Damien me arrancó la bolsa de la cabeza de un solo tirón. Casi me arranca el cabello de paso. —¡AUGHH! ¿Qué demonios, animal? ¡Tengo cuero cabelludo sensible! —Bienvenida —gruñó él, y se fue como si nada. Parpadeé, desorientada por la luz. Y entonces me detuve. Porque lo que tenía frente a mí… no era lo que esperaba. Era una casa. Una casa normal. Sala con sillones cómodos. Cortinas suaves. Una alfombra mullida. Incluso había velas aromáticas. ¿VELAS. AROMÁTICAS? Una cocina americana al fondo, con estufa de inducción y una alacena tan surtida que pensé por un momento que me habían llevado a vivir con una abuelita millonaria. —¿Esto es la guarida secreta? —murmuré, incrédula—. ¿Dónde están las cadenas, los grilletes, los murciélagos en el techo? ¿Por qué huele a vainilla con lavanda? Luca entró detrás de mí, cargando mi mochila como si fuera un souvenir. —Bienvenida al hogar, princesa. Es nuestro escondite. Seguro, con provisiones… y Netflix. —¿Tienen Netflix? —Obvio. ¿Qué somos, cavernícolas? Me dejé caer en el sofá como si fuera la reina de algo. La tela era suave, el cojín se amoldaba a mi trasero… y por un segundo, olvidé que estaba técnicamente secuestrada. —No está tan mal —dije—. Creo que voy a sobrevivir. —Eso, si Damien no te mata antes de que se nos acabe el pan —soltó Luca, sonriendo. Yo también sonreí. Qué ironía. Mi gran escape terminó en un secuestro… Y el secuestro terminó en la sala más acogedora en la que había estado en años. —Siéntate. —Ya estoy sentada. —Entonces cállate. —Eso será más difícil. Damien me lanzó una mirada que decía “no me hagas cometer homicidio”, mientras Luca se acomodaba en la barra de la cocina con una bolsa de papas, como si estuviera viendo un episodio en vivo de su serie favorita. El rubio se paró frente a mí, con los brazos cruzados, la mandíbula apretada, y esa cara de “he torturado gente con más paciencia que tú”. —Vamos a establecer las reglas —dijo con voz grave. —Ohh, me encantan las reglas —le sonreí—. ¿Tienen dibujitos? ¿Puedo hacer anotaciones? ¿Viene con stickers? Luca se atragantó de la risa. Damien no. Damien no se ríe. Damien fue programado para sufrir. —Regla número uno —continuó, ignorándome—: No sales de esta casa bajo ninguna circunstancia. —Ajá. ¿Y si me aburro? —Te aguantas. —¿Y si me da la pálida? —Hay suero en la cocina. —¿Y si me convierto en hombre lobo y necesito correr bajo la luna llena? —Entonces te encadeno al radiador. Lo miré. Él no estaba bromeando. Eso solo me motivó más. —Regla número dos —siguió—: Nada de celulares, computadoras, mensajes, señales de humo, ni notas escondidas en la caja de cereal. —¡Maldición! ¡¿También vigilan la caja de cereal?! ¡Mi única vía de escape era el Choco Krispis! —Regla número tres: nada de andar de bocona. No te hagas la lista. No provoques. No molestes. —Bueno… entonces ya rompí tres reglas solo hoy. —Y por último —dijo acercándose, bajando un poco el tono, como si esperara que por fin me callara—: No me hagas perder la paciencia. Hubo un silencio. Intenso. Tenso. Entonces sonreí. Grande. Y le guiñé un ojo. —Awww… ¿esto significa que ya no quieres que seamos amigos? Luca se tiró al piso riendo. Damien se dio la vuelta, murmurando algo que sonó muy parecido a "¿por qué me tocó a mí esta mujer?". Yo me recosté en el sillón como si estuviera en un spa. —Esto va a estar divertido —susurré, para mí misma. Y lo sabía. Porque si alguien iba a sobrevivir este secuestro… Iba a ser yo. Y con estilo.
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