CAPITULO 3

1130 Words
Damien se fue a la habitación de al lado después de su gran sermón mafioso sobre las reglas. No dijo nada, no cerró la puerta de golpe, no lanzó amenazas. Solo se fue, como si necesitara hablar con Dios, su conciencia, o alguien que pudiera explicarle por qué el universo le había mandado una rehén como yo. Yo me quedé en el sofá, comiendo aire, porque evidentemente me habían negado mis galletas por motivos de “tú y tus masticadas me van a matar”. Fue entonces que Luca apareció en la cocina como un ángel moreno vestido con chamarra de cuero, y con la bolsa de papas más grande que he visto en mi vida. —¿Quieres? —preguntó, levantando las cejas mientras abría la bolsa con dramatismo innecesario. —¿Eso es una trampa? —fruncí el ceño—. ¿Me das papas y luego Damien aparece gritando “rompiste la regla cuatrocientos veinte” y me mete en una caja? —Damien está ocupado rezando para que no te entierre viva —dijo, como si hablara del clima—. Y yo tengo hambre. Tú tienes hambre. Las papas están tristes si no las compartimos. Lo pensé durante dos segundos. —Dame —dije. Y así, como si fuéramos dos adolescentes en un retiro espiritual clandestino, nos sentamos en la alfombra, cruzamos las piernas como si fuera un picnic prohibido, y comenzamos a comer papas con una culpa deliciosa. —¿Siempre eres así de… molesta? —preguntó, metiendo la mano en la bolsa. —¿Y tú siempre eres así de guapo con nulo sentido de la supervivencia? —Touché. —Y para responder tu pregunta: sí, soy así. Desde que nací. Mi madre dice que incluso lloraba con sarcasmo. —¿Y tu papá? —Él dice que soy su mayor proyecto fallido. Pero igual me compra iPads, así que todo bien. Luca rió, de esa forma tan natural que casi se me olvida que técnicamente estaba secuestrada. Nos quedamos ahí un rato, comiendo, sin hablar. Hasta que escuchamos un ruido seco en el otro cuarto. Algo así como… un golpe contra la pared. —¿Está… bien? —susurré. —Si lo conoces, eso significa que está golpeando la cabeza contra la puerta. —¿Es por mí? —100%. —Me siento halagada. Luca me acababa de contar que una vez se cayó de un techo durante una misión “porque vio un gato bonito”, cuando la puerta del fondo se abrió con fuerza controlada. Yo ya sabía quién era. Se sentía en el aire. Como una tormenta elegante… con cara de “los odio a todos”. Damien Wolfe, el Ken del apocalipsis, salió de la oficina como si acabara de tener una reunión consigo mismo en la que perdió todos los debates. No nos miró. No dijo una palabra. Solo caminó hasta el sofá, se dejó caer con ese peso que solo tienen los hombres emocionalmente inestables, tomó el control remoto y encendió el televisor con brutalidad pasivo-agresiva. Canal de noticias. Obvio. Yo me giré en la alfombra para verlo mejor. Estaba rígido, como si el sofá lo estuviera castigando. Sus ojos iban de la pantalla al vacío. —¿Esperando que anuncien mi desaparición? —pregunté, masticando papas con todo el ruido del mundo. Silencio. —¿Nada aún? Qué decepción. Pensé que al menos saldría un banner: “Hija del CEO desaparecida… se sospecha de ataque alienígena” o algo así. —Harper —murmuró sin mirarme. —¿Sí, corazón? —Si sigues hablando… voy a perder lo que queda de mi fe en la humanidad. —¿¡Te queda fe en la humanidad!? ¡Guau! Pensé que eso ya venía cortado en los criminales nivel élite. Luca soltó una risa ahogada mientras se cubría la boca con la bolsa de papas. Damien apretó el control remoto con tanta fuerza que pensé que iba a romperlo. En la pantalla, una presentadora hablaba sobre la bolsa de valores y yo sabía que lo único que él quería ver era su nombre en letras rojas. Algo tipo: "Anderson Industries en caos: hija desaparecida, posible secuestro, CEO en guerra." Pero no. Solo anuncios de yogurt griego y reportes del clima. —¿Quieres que hagamos un video y lo subamos a t****k para acelerar el proceso? —pregunté con total inocencia—. Puedo poner una musiquita triste y decir “me tienen secuestrada, pero el wifi está bien”. —Harper. —¿Sí? —Cállate. —Okeyyy… pero solo porque ya me estoy quedando sin papas. Yo ya estaba casi quedándome dormida en la alfombra, abrazada a la bolsa de papas como si fuera mi osito emocional, cuando la música del noticiero cambió. Ese clásico tono de “algo grave pasó, prepárense para el drama”. Damien se incorporó como si lo hubieran electrocutado. Luca dejó de masticar. Y ahí estaba. Mi cara. Bueno, una foto antigua mía, de esas que mi padre seguramente aprobó porque salgo peinada, maquillada y con la sonrisa de “hola, soy la hija perfecta que odia todo esto”. “Última hora: Harper Lynn Anderson, hija del magnate Richard Anderson, ha sido reportada como desaparecida. Las autoridades no descartan un posible secuestro. La familia ha ofrecido una recompensa millonaria por cualquier información que lleve a su paradero…” —¡OHHHHHHHHHHHHHHH! —grité, alzando los brazos como si acabara de ganar un Óscar—. ¡SALÍ EN LA TELE! —Mierda… —susurró Damien. —¡¿Vieron mi foto?! ¡Qué horror! Esa es de hace como dos años. ¡Estaba en mi fase “cejas demasiado delgadas”! —Harper, cállate. —¡Ay no! Y esa voz de la locutora, qué triste suena. Como si ya estuviera muerta. “Harper Lynn Anderson fue vista por última vez con sudadera de gatitos y crocs morados…” ¡Un crimen estético! Luca no podía con la risa. —¿Cuánto era la recompensa? —pregunté de pronto—. ¿Dijeron cuánto? —Harper —dijo Damien con la voz más grave y asesina que le había escuchado—. No empieces. —¡Vamos, dime! Solo quiero saber cuánto valgo para mi papá. ¿Cinco millones? ¿Diez? ¿Una pizza familiar y un cupón del cine? Damien apagó el televisor de un manotazo. Oscuridad. Silencio. Tensión. Y entonces, con mi mejor tono dramático, dije: —Bueno… ahora sí oficialmente soy la víctima más fabulosa de este país. —Santo Dios —susurró Damien mientras se frotaba las sienes—. Esto va a ser eterno. —¡Y apenas empieza, rubio!
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