Cap 14 Luz

836 Words
Ronan alarga la mano hacia mí. Grande. Cálida. Un poco temblorosa, como si él también estuviera conteniendo algo. —Liora… —su voz baja vibra en mi pecho—. ¿Estás preparada? Lo miro. No sé si estoy preparada para nada en este mundo nuevo. Pero sí sé esto: Quiero intentarlo. Pongo mi mano en la suya. Él la envuelve con tanta suavidad que me sorprende. Como si mis dedos fueran un secreto frágil que teme romper. Ronan se pone de pie y me guía hacia la salida de la enfermería. La puerta se abre, y entonces… La luz. Un sol tibio me golpea el rostro como un abrazo que había olvidado. Cierro los ojos. La brisa me mueve el cabello, suave, danzante. Huele a tierra húmeda, a hojas, a vida. Escucho pájaros. Pájaros. Había olvidado cómo sonaba un bosque respirando. Me aferro un poco más a la mano de Ronan. Él lo nota. —Tranquila, lobita —murmura—. Nadie te va a tocar. Nadie te va a mirar si no quieres. Hacemos unos pasos y él, en su torpeza dulce, comete su primera imprudencia. —¿Alguna vez te dejaron salir… de la mazmorra? La palabra cae como un golpe seco. Me tenso. El bosque sigue cantando, pero mi pecho se encoge. Niego lentamente. Diez años. Diez años sin ver el sol. Él cierra los ojos un segundo, como si se arrepintiera de haber respirado. —No debí preguntar eso —dice, con una furia contenida que no es contra mí—. Lo siento. Apretando mi mano, continúa guiándome. El trayecto hasta la casa de la manada es corto. Muy corto. Pero para mí… es eterno y perfecto. Cada árbol parece nuevo. La luz filtrándose entre las ramas es una pintura viva. Las sombras bailan bajo mis pies. Me sorprendo sonriendo. Ronan me mira de reojo. Ese gesto suyo, medio orgulloso, medio roto, me calienta el pecho. Llegamos a una gran casa de madera y piedra. Alta, fuerte, con ventanas grandes que dejan entrar la luz. No hay nadie afuera. Él aprieta mi mano una última vez antes de soltarla. —Está vacía porque lo pedí —explica—. No quiero que te abrumen. Los lobos son curiosos… y a veces hacen preguntas que no deberían. Como yo. Su humor torpe me saca otra sonrisa pequeña. La puerta se abre desde dentro. Un hombre de aspecto calmado, de unos cuarenta años, piel morena y cabello corto, inclina la cabeza ante Ronan. —Alfa. —Joseph —dice Ronan—, te presento a Liora. Los ojos del hombre se suavizan. No me mira con lástima, ni con miedo, ni como si fuera un objeto extraño. Solo… con respeto. Inclina la cabeza ante mí. —Es un honor conocerte, Liora. Estoy a cargo de la administración de la casa y de cualquier cosa que necesites. Puedes contar conmigo. Asiento, apretando mi cuaderno contra el pecho. Ronan se adelanta unos pasos por el pasillo amplio y luminoso. —Ven —me dice, su voz más suave que nunca—. Quiero mostrarte tu espacio. Subimos escaleras amplias, donde cada ventana trae un rayo de sol que me acaricia la piel. En el último piso hay un corredor corto. Solo dos puertas. —Aquí —explica Ronan, señalando la primera— vas a estar tú. Todo este piso es para ti. Nadie sube sin permiso. Nadie entra sin que tú lo quieras. Joseph y yo revisamos personalmente cada cerradura y cada ventana. No quiero que nada te recuerde lo que viviste. Luego toca suavemente la otra puerta. —Y aquí estaré yo. Siento el pulso golpearme en la garganta. —Las habitaciones están conectadas por una puerta interior. —Sus ojos me buscan—. No tienes que usarla nunca. Pero si algún día… te sientes insegura, o tienes un recuerdo que te rompa, o simplemente quieres que alguien esté cerca… puedes abrirla. Yo estaré. Mis manos tiemblan un poco. No de miedo. De algo que no sé nombrar. Él continúa: —Vendrá una mujer llamada Mara a traerte comida todos los días. Solo entra si tú lo permites. Si quieres quedarte en tu habitación, puedes hacerlo. Si quieres bajar al jardín cuando aún no haya nadie, también. Tú decides el ritmo. No te voy a apresurar. Abro la puerta de mi habitación. El sol entra a raudales. Hay una cama grande, con mantas suaves color crema. Una alfombra que parece nube. Una ventana enorme que da al bosque. Huele a madera, a limpio, a hogar. Hogar. Ronan se queda en el marco, las manos en los bolsillos, mirándome como si esperara mi reacción para saber si respira o se detiene. Me acerco a la ventana y dejo que la luz me bañe el rostro. Un rayo de sol toca mis mejillas. Y sonrío. Su exhalación —profunda, casi aliviada— llena el silencio. —Bienvenida a casa, Liora. Y por primera vez… La palabra “casa” no me duele. Me sana.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD