TYLER
UN MES ANTES…
Aprieto los dientes y miro mi Rolex por tercera vez. Todo esto es una gran pérdida de tiempo.
–¿Dónde está? – Echo un vistazo al padre de Ximena, Fred Johnson, que está sentado en la cabecera de la larga mesa de la sala de conferencias.
–Estará aquí– me asegura. Luego, en voz baja, añade: –Tiene que venir–
Exactamente lo mismo.
Esta reunión es un último esfuerzo para intentar convencer a Ximena que firme el contrato. Pero me preocupa que hoy sea una repetición de la semana pasada. Se negó rotundamente a firmar nada que nos pusiera a los dos juntos en la misma frase, y dijo que ni hablar.
En realidad, podría haberlo dicho con más entusiasmo. Creo que incluso hubo una palabrota involucrada. Pero tenemos que casarnos antes de que la propiedad de Klein& Johnson Enterprise pueda transferirse a nosotros. Y con la fecha límite de la junta directiva acercándose, tenemos que hacerlo ayer. No voy a perder la compañía de 100 mil millones de dólares que construyó mi padre porque la reina de hielo no se porte bien.
Gano unos ingresos de unas seis cifras, disfruto de los mejores caprichos que el dinero no puede comprar y se bien, maldita sea, que vivo la buena vida. el hecho de que no la de por sentada no significa que no la aproveche.
¿Mejoras de categoría en los mejores hoteles? Por supuesto. ¿El mejor champán entregado en mi mesa, cortesía del sumiller? ¿Por qué no? ¿La socorrista de nuestro country club que me deja inclinarla en los vestidores todos los veranos? Claro. ¿La guapa anfitriona rubia de La Chample que quiere hacerme una mamada en el baño antes de mi cena de negocios? Claro que sí. Ser rico y atractivo tiene sus ventajas.
Pero si Ximena no aparece hoy, y si no podemos llegar a un acuerdo sobre los términos de este contrato, mi riqueza se verá enormemente afectada. Al igual que los trabajos y las vidas de los seis mil empleados de Klein & Johnson, incluyendo a una de mis personas favoritas del planeta, Margarita Lopez. Es madre soltera de seis hijos. Y si ese trato se va a la mierda, solo puedo imaginar lo que le pasaría a alguien como Margarita. Dios mío, probablemente terminaría mudándola a ella y a los niños a mi pent-house. Lo que obviamente arruinaría enormemente las mencionadas mamadas y el champán que disfruto habitualmente. Me estremezco al pensarlo.
–Se que es poco convencional, que el contrato es…– Fred hace una pausa y frunce el ceño. Tamborilea con los dedos sobre la mesa, con aspecto avergonzado.
¿Poco convencional? Por decir lo menos. Si la situación no fuera tan sombría, podría reírme.
Él y mi padre redactaron sus testamentos hace años, describiendo lo que sucedería con su bebe multimillonario en caso de que estiraran la pata. La desalentadora pila de papeles que tengo delante explica en plena jerga legal que Ximena y yo heredaremos la empresa con propiedad conjunta al cincuenta por ciento…pero solo si estamos legalmente casados.
Con el mal estado de salud de Fred y la propia empresa sufriendo seis trimestres consecutivos en números rojos, se convocó una reunión de emergencia la semana pasada. A Ximena y a mi nos presentaron nuestras opciones.
En mi opinión, no había opciones. Simplemente había que hacer lo correcto. Tenemos que casarnos para salvar no solo nuestros propios trabajos, sino también los legados de nuestros padres y los trabajos de seis mil personas en oficinas en Manhattan, chicago, San Diego y Bruselas.
Ximena se sintió diferente. No le gustó la idea de estar atada a mi e insistió en que tenía que haber otra manera.
Incluso si logramos persuadirla para que se case, no hay manera de que Ximena se acerque a mi cama. Que lastima.
Estuvimos cerca una vez…solo era una estudiante universitaria borracha en vacaciones de primavera.
Su familia se estaba quedando con la mía en una casa de playa en Puget Sound. Habíamos escapado de la Costa Este hacia el Oeste ese verano. Avistamiento de ballenas y excursiones de senderismo en la brisa marina salada y tardes comiendo langosta y bebiendo chardonnay como si fuéramos adultos de verdad y no jóvenes de diecinueve años con estrellas en los ojos.
Se escabullo de la litera de la habitación que compartía con su hermana, y entró en mi habitación esa noche. Y cuando se metió a mi lado y puso su cálida palma contra mi pecho desnudo, estaba perdido. Siempre he querido a Ximena. Siempre la he deseado, incluso desde antes de saber que eran esos extraños sentimientos en mis entrañas, en mi pecho. Nos besamos en la oscuridad, nuestras lenguas explorando, nuestras manos tanteando, nuestros corazones latiendo salvajemente.
Pero entonces la realidad me golpeo. Hubo muchas razones por las que le dije que no esa noche. A su madre le habían diagnosticado cáncer recientemente y sabía que Ximena se arrepentiría de haberme usado para sobrellevarlo. Además, yo sabía por un juego reciente de verdad o reto que todavía era virgen.
Así que la besé una última vez y luego la despedí. Fue lo más difícil que hecho en mi vida. Y ahora me trata como si fuera un chicle pegado a la suela de esos tacones Louboutin que le gustan.
–De verdad creo que esto es lo mejor– añade Fred, devolviéndome al presente.
–Es lo que tu padre quería, Tyler– dice Ron. Antes de la muerte de mi padre, Ron era su consejero de mayor confianza. También es un completo imbécil.
Justo entonces, la puerta de la sala de conferencias se abre de golpe y sé que es ella. Incluso antes de levantar la vista del contrato.
Un fresco aroma floral con notas crujientes de madreselva me recibe. No tengo ni idea de donde Ximena consigue esa mierda, pero se me hace la boca agua. Siempre me ha pasado. Una vez pase un sábado entero en el mostrador de fragancias de unos grandes almacenes intentando descifrarlo, intentando demostrar que solo era una versión fabricada y embotellada de la atracción, que no era algo especial para ella. Nunca la encontré.
–Estoy aquí– dice Ximena, ligeramente sin aliento.
Levanto la vista justo a tiempo para ser deleitado con la vista de ella alisándose las camisa de vestir sobre sus curvas. Pechos exuberantes y vientre plano que da paso a unas caderas llenas. Lleva la chaqueta colgada del brazo, al igual que su maletín de cuero marrón, con el monograma de sus iniciales en cursiva negra.
–Señorita Johnson– digo alegremente. –Se ve excepcionalmente fresca esta mañana–
Le gusta hacer ejercicio por la mañana antes del trabajo, dice que le da la agilidad mental para concentrarse en los negocios durante jornadas de dieciséis horas que suele trabajar. Me gusta que les dé a sus mejillas un brillo rosado…como supongo que lo haría el sexo. Solo pensarlo hace que mi pene se estremezca en mis pantalones de vestir.
–Ahórratelo, Tyler. Esto es pura mente negocios– dice, parpadeando con esas pestañas oscuras y exuberantes.
Sin sonrisa. Sin risa. Lo opuesto a la reacción habitual que yo evoco del sexo débil. Y eso me molesta muchísimo.
Es como si Ximena Johnson por si sola poseyera un antídoto para repeler mi encanto. Y eso solo hace que quiera verla rendirse a mi mucho mas. La idea de ella de rodillas, con los labios rosados entreabiertos tomando mi polla hasta el fondo de su garganta, rogando por más incluso mientras se atraganta con mi impresionante longitud, es más que simple estimulo s****l. Es prácticamente un objetivo de vida. Para mí, el sexo es un deporte competitivo. Conozco las reglas, juego duro y siempre gano.
Al darme cuenta de que todos me están mirando, respiro hondo, tratando de obligar a mi polla a comportarse bien, y levanto las manos. Ella nunca ha tomado ni una pizca de mi mierda, y la respeto muchísimo por eso.
–Solo intento hacer lo mejor aquí–
Deja escapar un suave suspiro de exasperación y deja su bolso sobre la mesa. –Sigamos con esto–
Su padre le da una palmadita en el dorso de la mano. –Siéntate, cariño–
Ella obedece, serena incluso en la derrota, sentándose en el asiento con la confianza que le inculcaron desde su nacimiento. Preston le desliza una copia del contrato y ella lo hojea con desinterés.
–Simplemente no veo por qué tiene que haber una cláusula de matrimonio en el testamento–
La mujer tiene razón, ¿supongo? Porque nuestros padres siempre han querido hacer de casamenteros cuando se trata de nosotros. Nos han emparejado desde que usamos pañales. Demonios, incluso tenemos una vieja foto nuestra con el atuendo completo de boda en una boda falsa de hace unos veinte años.
–Ya te lo he explicado, cariño. Es la única manera de mantener la empresa en la familia. Pensé que eso era lo que querías… una oportunidad de dirigir este lugar algún día–
-Si, papá– dice en voz baja. Luego sus ojos se elevan hacia los míos.
–Simplemente no pensé que me obligarían a algo así–
–Nadie te obliga– digo, manteniendo un tono ligero mientras entrelazo los dedos detrás de la cabeza. –La decisión es tuya, Ximena. Ya te lo dije, estoy dispuesto–
Se muerde la uña del pulgar pintada en rojo por un segundo antes de cruzar las manos en su regazo y lanzarme una mirada gélida. –Soy muy consciente de tu postura–
Demonios, al menos está dispuesta a escucharme de nuevo. Se que en el fondo entiende la lógica de nuestros padres. Somos más fuertes juntos. Nuestras familias construyeron esta empresa juntas. Ninguno de los dos puede permitirse comprar la parte del otro, por lo que debe permanecer al cincuenta por ciento dentro de la familia. Por ahora.
Pero para mí, se trata de algo más que solo dinero. Ximena y yo crecimos juntos; nuestros padres siempre imaginaron que terminaríamos juntos. Siempre supe que ella estaría en algún lugar en mi futuro, incluso si solo fuera trabajando codo a codo, con ella molestándome en cada oportunidad que tuviera. Era algo que esperaba con ansias.
Fred continúa: –La confianza y la lealtad son las cosas más importantes en los negocios. No podemos acostarnos con alguien que no conocemos. Tenemos que mantener todo esto en esta habitación. Solo entre familiares–
Ximena suspira, mirándolo con escepticismo. –Lo pensaré–
Al menos no fue un no rotundo esta vez, aunque su tono siga siendo agrio.
Ron deja escapar un bufido molesto. –Nos volveremos a ver el jueves–
Guarda el contrato en su bolso y se levanta de la mesa, pareciendo con prisa por escapar. –Hasta entonces–
–Gracias por mantener la mente abierta– dice su padre. –Estas cosas tienen una forma de resolverse de maneras que no puedes anticipar–
Acepto los apretones de manos de despedida de Fred y Ron. Cuando llega el turno de Ximena, me tiende la mano, claramente queriendo terminar con esto de una vez…y tengo un destello de inspiración malvada. Tal vez debería cambiar las cosas. Probar que tan grueso es realmente su caparazón de hielo.
Sosteniendo su mirada, levanto su mano hacia mi boca y la beso. –Un placer hacer negocios con usted, Señora…Klein– bromeo con voz ronca, dejando que mis labios rocen sus nudillos.
Sus ojos se abren de par en par y contiene la respiración. ¿Es mi imaginación o sus mejillas se ven un poco más rosadas que antes? Pero antes de que pueda estar seguro, su expresión se endurece en una mirada asesina.
Retirando la mano, espeta: –No te adelantes. Todavía no he aceptado casarme contigo, e incluso si lo hago, nunca tomaré tu apellido–
Y luego se va, dejándome allí de pie con una sonrisa estúpida en la cara.
–He visto esa mirada antes– dice Fred con una pequeña sonrisa.
–Estás en problemas, hijo–
Me río de su advertencia. No hay forma de que Ximena Johnson me tenga bajo su control.
Sin embargo, su dulzura única persiste en mi nariz. Debió haberse puesto esa aroma embriagador en la muñeca, tan cerca de mi nariz cuando besé su mano. Todavía puedo sentir su piel suave y tersa en mis labios. Una intimidad tan pequeña, simplemente rozarla mientras hablaba, no debería haberme causado este hormigueo. Pero no se puede negar que esta habitación se ha calentado unos grados demasiado.
Esto va a ser interesante. Demonios, incluso puede que sea divertido.