Prólogo
Cuando cumplí dieciséis años alguien me rompió el corazón. Se llamaba Daniel y era la clase de chico que sabía cómo llevar una doble vida. Era mayor, y se encargó de hacerme creer que esas cosas; las relaciones en las que uno de los dos ofrece mucho más que el otro, jamás terminaban.
Sospecho que nunca llegué a gustarle, pero con sus amigos había concluido que sería divertido ver cómo una chica random lentamente perdía la estabilidad mental, la dignidad y el amor propio por alguien que claramente sólo quería pasar el rato.
Me habló de una eternidad juntos. Hizo planes por ambos, ideas ante las que yo sólo supe mostrar emoción, y se esforzó bastante para que yo pensara que sus metas eran iguales a las mías. Incluso cuando algo no me convencía lo suficiente, Daniel estaba ahí para probarme que si él podía estar de acuerdo entonces yo también.
Y luego, en el que se supone sería uno de nuestros mejores momentos, se cansó de fingir que yo le importaba.
De manera progresiva demostró que perdía el interés. Pero ese día… fue como si algo hubiera estallado dentro de él; algo horrible. De modo que, tras destrozarme casi en todos los sentidos posibles, me dejó.
Fue mi primer amor, así que cada detalle de lo sucedido ardía en mi pecho sólo por recodarlo. No sabía qué hacer. Cuando finalmente logré levantarme de la cama, hecha un desastre de emociones y llanto, decidí que nunca más pasaría por algo como eso.
Me juré no amar en vano. Me prometí a mí misma que nunca más le entregaría mi corazón a alguien que no conociera totalmente. Me dije que bajo ninguna circunstancia volvería a caer por un chico con el poder de lastimarme. Si es que acaso era capaz de enamorarme en el futuro, yo tendría el control absoluto de la situación. Nadie podría reducirme otra vez.
En el presente, con el cabello húmedo goteando sobre la alfombra persa y las piernas temblorosas, me pregunté vagamente si es que ahora sigue habiendo alguna diferencia relevante entre Daniel y yo. Si es que no soy tan idiota como él.
O si era posible que otra cosa me afectara incluso más de lo que yo sentí que lo hizo nuestra ruptura.
Tragué saliva con dificultad, apretando la toalla contra mi cuerpo como si pudiera protegerme de la realidad.
La habitación huele a Lavanda, justo como cada rincón del departamento.
Lo primero que recordaré de este día, cada vez que intente rememorar lo que pasó hasta el cansancio, será precisamente ese aroma.
Mientras sentía que mi mundo se paralizaba, con la voz estridente de la reportera sonando de fondo, me hice plenamente consciente de que mi mejor amiga, quien pudo haber contratado a alguien para que se hiciera cargo, se tomó el trabajo de colocar montones de velas aromáticas por aquí y por allá para que incluso el ambiente oliera exactamente como me habría gustado. Porque se supone que este sería un día perfecto.
Alguien habló a mis espaldas, en la entrada de la habitación, y pronto percibí un murmullo muy cerca de mi cuello.
Thomas suele romper mi burbuja personal siempre que quiere comentarme cualquier cosa que le haya causado gracia, hablándome casi al oído. No fue extraño que en esta ocasión también pretendiera hacerlo, sólo un poco desconcertante… En medio de esos horribles segundos de pánico, sentí algo parecido a la familiaridad sólo por tenerlo cerca.
Pero de inmediato él notó que yo aún no me había vestido, que tenía el cuerpo rígido y el rostro pálido. Entonces se interrumpió a sí mismo, entendiendo que algo ocurría, en lo que desviaba la mirada por inercia al programa de celebridades que tantas veces hemos visto juntos sólo porque su mejor amigo aparece con bastante frecuencia.
La noticia de hoy comenzó a ser discutida mucho antes de que yo abandonara la ducha, hace tres minutos, pero la imagen que está arruinándome la vida todavía ocupa la mitad de la pantalla. Lo cierto es que no atiné a pensar que debía apagar la TV, o por lo menos cambiar el canal, para evitar que Thomas se enterara de la situación de esta forma.
Me giré para encararlo, repentinamente aterrorizada. Él entreabrió los labios. Intuí que quiso gritarme, pero no le di la oportunidad de hacerlo.
Pasé por su lado como una exhalación, trastabillando hacia el armario. Como si me hubieran clavado un puñal, tenía la sensación de que alguna parte de mí sangraba. No lograba ordenar mis pensamientos, o coordinar la manera en la que me movía en mi intento por hallar algo para ponerme. Choqué con la mayor parte de los vestidos de gala que se mantienen en su respectiva sección; esos que son lo suficientemente lujosos como para que sólo pudiera usarlos una vez en la vida, sin saber de pronto en qué zona podía encontrar qué cosa.
Acabé poniéndome el par de jeans que conseguí sobre una silla y el suéter que Damon dejó olvidado la última vez que estuvo aquí. La tela huele a él, lo que casi me hace llorar.
De camino a la habitación procuré tragarme todo lo que estoy sintiendo. Thomas sigue de pie en el mismo sitio, con la diferencia de que se había dado la vuelta para ver el lugar por el que hace un rato desaparecí.
—¿Qué…?
Pasé saliva. Lo cierto es que hasta este preciso instante no me había detenido a pensar en lo que todo este escándalo supone para él.
—Yo… yo no…
—Abby… ¿Qué diablos…?
Parpadeé sin romper el contacto visual. Hay una sucesión de frases potencialmente útiles para momentos como este dando vueltas dentro de mi cabeza, pero todas ellas parecen sacadas de alguna telenovela de bajo presupuesto. No quería soltar el típico “no es lo que parece”, sin embargo, tampoco es exactamente prudente quedarme callada.
—Abby…
Una melodía comenzó a sonar incluso por encima del videoclip que ahora se reproduce en la TV. Era el tono que puse en mi teléfono para los mensajes entrantes. En específico, para los mensajes de Damon.
Por un segundo fue como si el aire saliera de mi cuerpo.
Lo siguiente que supe fue que estaba empujando a Thomas hacia un costado sin ningún tipo de delicadeza para poder recuperar el celular. Lo tomé casi con desesperación, releyendo las seis palabras proyectadas en la pantalla en un bucle, cada vez con un dolor más agudo perforándome el pecho.
“Supongo que ya tomaste tu decisión”
Al principio nada de eso tuvo sentido. Luego, tras lo que pareció una bofetada divina, recordé la conversación que tuvimos un par de días atrás; la forma en la que él me había sujetado, y la respuesta que se supone debía darle esta noche. Después vino a mi mente lo poco que capté del reportaje: la foto y la entrevista que di aquel día, probablemente una media hora más tarde de haber sido descubierto mi mayor secreto sin que yo lo supiera, donde aseguré al mundo que estaba profundamente enamorada de Thomas y que nada me robaría el placer de convertirme en su esposa.
Entonces entendí la referencia. Comprendí que si no actuaba rápido lo perdería para siempre.
Salí de la habitación deprisa. Thomas se había quedado paralizado. Volví a sentir pena por él, pero no pude evitar preocuparme aún más por Damon.
—¡Olive! ¿Dónde estás?
Mi mejor amiga apareció en la sala, casi del todo lista para lo que se supone haríamos por la tarde.
—¿El chofer está abajo?
—¿Qué? No, aun no, ¿pero quieres hablarme de ese reportaje sobre…?
—Luego, lo prometo.
Me detuve enfrente de la colección de llaves colgadas en la pared adyacente a la entrada, buscando con frenetismo las únicas capaces de mover el auto que en ese momento recordé tener.
—¿A dónde vas?
—Necesito salir.
—Sí, ¿pero a dónde?
Negué con la cabeza, como si no comprendiera sus palabras.
—¿Y las llaves del Audi?
—No lo sé… Creo que no lo han traído.
Resoplé.
—De acuerdo, yo… volveré más tarde, probablemente.
—Puedes usar otro auto, Damon dijo que…
No creí tener la templanza necesaria para seguir allí, oyéndola.
Me marché sin siquiera cerrar la puerta detrás de mí, con una horrible opresión en el pecho. Bajé las escaleras trotando. Para cuando me detuve en el último escalón, con la respiración agitada, ya estaba llorando.
Una cantidad enorme de imágenes pasaron deprisa por mi mente. Él, yo, nosotros, las risas, mis llantos, las inseguridades, sus palabras, mi temor, sus abrazos, lo distante que me esforzaba por ser con él, sus pequeñas sonrisas… luego se fragmentaron en miles de pedazos.
Supongo que ya tomaste tu decisión.
Caminé con mayor velocidad, pero incluso mientras lo hacía me pregunté ¿es que no lo había hecho?
¿No había elegido ya?