COLISIÓN
Miré mi reflejo en el espejo del elevador; tenis deportivos, una falda a cuadros, una camiseta blanca, un gorro de lana, un par de guantes y un abrigo beige cuyo dobladillo roza la mitad de mis muslos. El cabello suelto cayendo en pequeñas ondas naturales y una inconfundible expresión de incomodidad.
Intenté sonreír, sólo para no tener que dar una explicación sobre cómo me estaba haciendo sentir toda esa situación antes de calmarme, pero entonces noté que Thomas había estado viéndome todo el rato.
—¿Todo en orden?
Desvié la atención hacia un costado, cruzando los brazos sobre mi pecho. Ese ascenso comenzaba a parecerme eterno, si bien no llevábamos ni un minuto allí.
—Sí.
—Si tienes algo que decir sólo hazlo. Sabes que odio dejar asuntos sin resolver.
Me giré para enfrentarlo. Por algún motivo el hecho de que él no se mostrara igual de estresado que yo alteraba incluso más mis nervios. ¿Es que no ve el problema?
—¿Cómo pudiste pensar que traerme a este viaje, mintiéndome, iba a ser una maravillosa idea?
—No te mentí.
—Dijiste que teníamos una reservación en el Four Seasons.
—Este lugar es mucho mejor.
—¡Pero no es el Four Seasons! Y ni siquiera tenemos reservación.
—Damon jamás me cobraría por…
—Dios, Thomas, es la casa de tu mejor amigo, ¿cómo piensas que estaré cómoda aquí, por seis largos meses, sintiendo que me estoy aprovechando de su hospitalidad?
—Las cosas no son así, amor, cuando le mencioné que vendríamos a la ciudad se ofreció a darnos alojo. Hace tiempo que no nos vemos, es la oportunidad perfecta para reunirnos y…
—Si no fuera por ti yo no sabría quién diablos es él.
—Es famoso.
—Sí, pero a mí no me interesa ese tipo de “celebridades”. Lo ubico por las fotos que ustedes tienen juntos, apenas sé cómo es su cara, Thomas… No puedo vivir con un desconocido.
—No vivirás con… Hey, estaré yo también ¿recuerdas?
—Por las noches, en las mañanas tendrás que ir a este sitio…
—Si obtengo el empleo—interrumpió.
—Que lo harás—afirmé—. Y yo tendré que convivir con este chico sin que haya nada en común.
—Eso no lo sabes, amor, porque no lo conoces. Actúas como si fuera un psicópata en potencia.
—¿Qué te hace pensar que no lo es?
Thomas parpadeó, como atónito, y exhaló sonoramente, quizás para dejar en claro que también empezaba a perder la paciencia.
—Tú lo has dicho; es mi mejor amigo.
—Pero no comparten la misma habitación desde hace mucho—debatí—. Tú lo has dicho—enfaticé, arrastrando las palabras porque de alguna u otra forma él merece sentirse tan irritado como yo.
Las puertas del elevador se abrieron en nuestro piso. Thomas fue el primero en salir, dando la vuelta en lo que se apoyaba contra la pared de enfrente para seguir viéndome. Yo permanecí estática en el mismo sitio, sosteniéndole el contacto visual, hasta que entendí que descendería de nuevo si no me movía.
Me detuve a pocos pasos de él, advirtiendo que se encontraba inusualmente tenso.
—Él es un tipo ocupado, Abby, prácticamente nunca está en casa. Por eso dijo que no habría ningún problema con que viniéramos. Es posible que no lo veamos en todo el día.
—Aun así…
—A ver, si lo que te preocupa es el dinero, tranquila, le pagaré el alquiler de una habitación para los dos y listo.
Resoplé antes de darle la espalda. ¿Por qué le es tan difícil entenderme? No creo estar exagerando, y tampoco siento que todo este asunto pueda solucionarse así de fácil… Me niego a ceder y ya, porque nosotros habíamos planificado este viaje por el tiempo suficiente como para que tuviera oportunidad de comunicarme los cambios que pensaba hacer.
Avancé decidida por el pasillo, pese a no tener la más mínima idea de a dónde se supone que debo ir.
Pronto sentí que me seguía. En menos de un parpadeo ya me había adelantado. Dejó de caminar al final, frente a una puerta enorme de madera negra con dos letras impresas en dorado justo en el centro; D.W.
La rabia no me había dejado pensar mucho en ello, pero en ese momento recaí en un hecho que sí es cien por ciento evidente: Damon es espantosamente millonario.
A pesar de lo cercanos que somos, Thomas y yo no hemos conversado mucho sobre él. La primera vez que me habló de Damon, cuando encontré una foto de ambos en su laptop, dijo que se habían distanciado un poco por la diferencia de horarios y porque Damon no parecía tener tiempo para nada, pero aseguró que a pesar de eso la amistad seguía intacta. Dijo que era una de las pocas personas con las que en verdad conectaba, y que sospechaba que a él le pasaba igual. Me contó que se conocieron casi por casualidad en un campamento de vacaciones de verano, que a él lo habían inscrito por error pero que al final del primer día concluyó que era lo bastante agradable como para terminarlo. Y que desde entonces han sido inseparables.
Lo último que mencionó fue el hecho de que poseía una riqueza grandísima por herencia, y que había comenzado a forjarse la propia mediante una carrera emergente de modelo, como si no fuera un dato relevante. La manera en la que lo mencionó me hizo pensar que definitivamente no lo era.
De modo que en cuanto a él siempre he sabido que tiene mucho dinero. Así como también que por su físico y talento ha logrado bastantes cosas en un corto periodo de tiempo. Thomas habla de vez en cuando de su club de fans y de la cantidad de shows en los que aparece. Es ese tipo de chico que llama la atención sin siquiera esforzarse. Es ese tipo de chico que podría comprarse la mitad de una ciudad si quisiera, que podría comprarme incluso a mí.
Thomas hundió el dedo en el timbre. Oímos el eco de una melodía que seguramente es la canción de alguien resonar en el interior hasta extinguirse por completo. Pero nadie atendió.
Cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro, pensando en qué cara será prudente poner para este tipo de situación. No quería ser grosera. Era consciente de que Damon, a quien nunca había visto en persona, estaba siendo amable. Y de que no había hecho nada por lo que yo pudiera estar enfadada. Sabía que mi actitud debía limitarse a Thomas y su impulsividad. Porque la verdad lo que más me molestaba era que no me hubiera consultado nada a la hora de tomar esta decisión, y que hubiera ocultado lo que de verdad planeaba hacer hasta el final.
—Oh, hola.
El rubio y yo dimos un respingo cuando una voz inesperada nos abordó por detrás. Pronto teníamos a una pelirroja de pie junto a nosotros, mirándonos con una pequeña sonrisa apenada en sus labios.
—Lo siento, el señor me dijo que vendrían, pero no estaba segura de a qué hora, y salí a comprar unas cosas—alzó los brazos para mostramos las dos bolsas de papel que traía. Thomas y yo seguimos observándola sin entender muy bien lo que pasaba—. Soy Elizabeth, y ustedes deben ser el señor y la señorita Dune ¿cierto?
Normalmente no lo aclararía, pero lo cierto es que sigo molesta con Thomas.
—En realidad, todavía no estamos casados.
Mi novio clavó sus ojos sobre mí con el ceño fruncido, visiblemente disgustado.
—Pero pronto lo estaremos, así que da igual si ya usas mi apellido.
—No hemos escogido una fecha para la boda, yo pienso que sí importa.
Me volteé hacia Elizabeth, cuya sonrisa había desaparecido.
—Un segundo… ¿Te referiste a Damon como “señor”? ¿O su padre también vive aquí?
—Por respeto he decidido llamarle así.
Parpadeé en silencio. Una punzada de terror me asaltó de pronto.
—¿Todos debemos decirle Señor? Porque no creo que pueda pretender que es más relevante que yo.
—Abby…
—¿Qué? No voy a llamarle así, preferiría dormir bajo un puente.
—No le diremos señor, pero eso no significa que debas reaccionar como si Elizabeth estuviera haciendo algo horrible.
Pensé en debatirle que de hecho sí luce como algo horrible, pero no creí correcto la idea de involucrarla en nuestro conflicto.
Un denso e incómodo silencio nos cubrió. La pelirroja se aclaró la garganta cuando el ambiente se tornó asfixiante.
—¿Les gustaría entrar? Seguro que están cansados, preparé las habitaciones en las que pueden instalarse.
—¿Habitaciones? Creí que dormiríamos juntos.
Thomas buscó mi mirada, como si yo hubiera hecho un complot a sus espaldas y recién lo notara.
—Fue una medida que tomé en caso de que quisieran algún espacio personal, pero si no les parece…
—Por mí está perfecto, Elizabeth, muchas gracias—intervine. Pensar en dormir sola en un departamento desconocido se me antojó hostil, no obstante, no podía evitarlo; sentía la constante necesidad de llevarle la contraria a Thomas por venganza.
—Ah, maldita sea, ¿te comportarás de esta forma todo el día?
—Todos los seis putos meses, así que acostúmbrate desde ya.
Vi que cruzaba los brazos, volteándose hacia la puerta con la irritación plasmada en el rostro.
—De acuerdo… Creo que ahora sí debemos pasar.
Elizabeth nos hizo a un lado para poder abrir, siendo ella la primera en entrar. Thomas fue el siguiente, y yo la última. Atravesamos un pequeño recibidor flaqueado por dos percheros de bronce que se retorcían en distintos ángulos para dar forma a lo que parecía una enredadera trepando por la pared.
Lo primero que capté fue un aroma dulce a lo que quizás fuese vainilla impregnando el ambiente, así como la cantidad de color blanco que había por todas partes. Cuando salimos de ese pasillo pusimos un pie en la sala de estar, donde me quedé estática por la impresión de lo que veía.
En la pared contraria había una chimenea eléctrica, probablemente uno de los sistemas de sonido y entretenimiento más lujosos que he visto en la vida, con una TV gigante, y varios cuadros de arte abstracto distribuidos estratégicamente para aportar un poco de color al conjunto de objetos negros. Frente a ella un grupo de sofás probablemente elaborados con algún material que imita al cuero, también negros, y una mesa de vidrio que da la impresión de estar flotando en el aire, sostenida por cuatro tiras delgadas casi del todo invisibles. Al costado derecho tenemos una pared transparente que va del suelo al techo mediante la cual se puede ver perfectamente la ciudad a nuestros pies, una silla colgante en un rincón y una pequeña estantería justo al lado. A la izquierda se observa la cocina, con una barra alargada que divide los espacios, y probablemente la estancia soñada de cualquier chef, con todo tipo de electrodomésticos y utensilios perfectamente ordenados.
Al fondo, junto al área de los sofás, hay un pasillo que parece contener las tres puertas de las únicas habitaciones que están al alcance de mi vista. Nuestros pies se hunden en una alfombra de felpa.
Me estremecí, pero no sé si fue por la elegancia que desprende aquel ambiente o por el cambio de temperatura en cuanto nos golpeó la calefacción.
—Síganme, los llevaré hasta sus habitaciones.
Thomas obedeció de inmediato, yo me quedé en el mismo sitio medio minuto más. Nunca había estado en un lugar tan bonito. Absolutamente cada detalle daba la impresión de haber sido sacado de una revista.
Una vez mi novio se hubo instalado, desistiendo de la idea de hablarme hasta que se me pasara el enojo, Elizabeth me dio un tour por cada rincón del cuarto en el que dormiría.
A diferencia del exterior, sentí que era un ambiente más discreto, pero no por eso menos ostentoso.
La pelirroja me explicó todo lo que consideró que debía saber sobre el cuidado de todos los objetos que habían allí y se marchó, sugiriendo que tomara una ducha caliente para dejar atrás el frío del clima de afuera. A decir verdad creo que fue la manera educada que consiguió para dar a entender que era preferible si me quedaba adentro de la habitación mientras pasaba la aspiradora, cosa que dijo que haría.
Decidí hacerle caso. Lancé la ropa que llevaba puesta sobre la cama, envolviéndome en una toalla de Hello Kitty. Cuando abrí la puerta que encontré, pensando en si no se me habría quedado la botella del shampoo, choqué de golpe con la realidad de que allí, de hecho, no había una ducha, sino un amplio armario con un pasillo ancho para pasar y mucho espacio de almacenamiento.
Fruncí el ceño, pero tampoco le di demasiadas vueltas. Salí de la habitación camino al lugar por el que Thomas desapareció. Llamé a la puerta con los nudillos, y al cabo de unos segundos él se asomó.
—¿Sí?
—Necesito utilizar tu baño.
—¿Para qué?
—Voy a darme una ducha.
—Usa el de tu habitación.
—No tiene.
Mi novio hizo una mueca, luego retrocedió con toda la intención de cerrarme la puerta en la cara.
—Triste.
—Aguarda, ¿no vas a dejarme pasar?
—Tú decidiste que tendríamos habitaciones separadas—dijo, tan serio que por un instante esperé que fuera una broma—, así que no.
Cerré los ojos por inercia cuando el sonido del impacto me sobresaltó. Luego clavé la mirada en la madera sin poder creerme que eso en serio acababa de pasar.
—¿Estás de broma, Thomas? Porque no estoy de humor.
—¿Tú qué crees?
—¡Eres un rencoroso de mierda!
Noté que alguien se acercaba a mis espaldas.
—¿Todo en orden?—intervino Elizabeth. Era la segunda vez que oía esa pregunta en menos de una hora y nuevamente sentí el súbito impulso de gritar.
Me di la vuelta, respirando hondo, porque no tenía caso armar una escena en la casa donde recién me permitían quedarme.
—Sí.
Y luego caminé con paso decidido hacia la primera puerta que se cruzó en mi campo visual. Justo después de abrirla noté que esa definitivamente no era la habitación que me correspondía, pero me di cuenta de que estaba vacía y, lo más importante, ¡había una ducha!
Entré antes de que Elizabeth intentara sacarme. No necesitaba ser demasiado inteligente como para saber que ahí debía dormir Damon.
Intenté no detenerme a admirar la belleza y el cuidado que pusieron dentro de ese baño, reafirmando todo el tema de que nuestro anfitrión nada en dinero, y me enfoqué en terminar con todo esto lo más rápido posible.
Creí que mi pequeña misión había sido un éxito hasta que, a pocos pasos de la puerta, me quedé congelada por la intrusión de una persona que esperaba no ver en estas condiciones. Tras él, parcialmente cubierta por su cuerpo, estaba Elizabeth.
—Lo siento, señor, no pude detenerla y…
—¿Qué haces aquí?
Me recorrió un escalofrío apenas oí su voz. Ese era Damon. Resulta imposible confundirlo.
No trae camiseta, sólo un pantalón deportivo. Tiene el cabello abundante y desordenado, con mechones apuntando en diferentes direcciones. Me pareció ver, además, que sus mejillas y la punta de la nariz están enrojecidas.
—Yo no… en mi habitación no hay un baño y…
Frunció el ceño, y se vio tan intimidante que tuve la necesidad de guardar silencio. ¿Cómo puede estar allí de pie, simplemente existiendo, y lucir tan imponente?
—Todas tienen uno.
De pronto pensé en lo que patética que debía verme; con el cabello húmedo, una toalla de Hello Kitty como lo único que me cubre, descalza y pálida. Definitivamente esta no es la primera impresión que esperaba dar.
—Lo siento.
Pasé por su lado deprisa, procurando no tocarlo ni por error. Elizabeth me lanzó una mirada indescifrable en lo que me escabullía, probablemente deseando que los seis meses pasaran rápido, y yo aceleré el paso de tal manera que casi me resbalo dos veces seguidas.
Apoyé la espalda contra la puerta de mi cuarto en cuanto la cerré, respirando hondo.
Esa escena ni siquiera había durado demasiado tiempo, pero fue horrible. Me sentí extrañamente agobiada.
Jamás me imaginé que un chico como él, pese a su supuesto atractivo, pudiera tener un efecto tan abrasivo e inmediato sobre mí.
Si antes de conocerlo me pareció difícil suponer que yo en verdad podría estar ahí en paz, ahora lo veía imposible.
Me senté sobre el colchón porque pensé que tenía las piernas temblorosas, sin poder sacarme la fijeza con la que me veía de la cabeza.
¿Era demasiado estúpido creer que él también percibió esa extraña energía que surgió de la nada entre nuestros cuerpos?, ¿era muy absurdo creer que ese pequeño período de tiempo iba a cambiarme la vida?
¿Era muy tarde para huir?