NARRA FABIEN
Después de un rato de conversación y de que me contara algunas de las terribles cosas que el muy hijo de puta le había hecho y de que mi sangre hirviera con más fervor, Noemie se quedó profundamente dormida.
Me senté en una de las sillas que habían en la habitación y palmeé mis piernas para pedirle a Evangeline que se sentara sobre ellas.
Así lo hizo. Se sentó en mi regazo y enroscó sus manos en mi cuello; acarició mi nuca y el nacimiento de mi cabello y cerré los ojos por un momento.
En mi puta vida me habían consentido de aquella manera y mucho menos había dejado que lo hicieran, pero por ella podía dejarme hacer lo que se le diera la gana, porque simplemente me hacía sentir bien.
—Tus manos son mágicas, ¿sabes? —susurré, sin abrir los ojos, pero apoyando mi cabeza en l
