Capítulo 2: Vincent Hamilton

2035 Words
 Golpee la cabeza contra el asiento de adelante por la manera tan brusca en la que frenó. Vi con horror como un hombre corpulento sacó un arma y apuntó directamente hacia nosotros. Todo el alcohol salió de mi sistema mientras miraba como el tipo se acercaba, pero en lo único que podía pensar era en un s*******o. Y si era así, entonces estaba muy jodida. Mi chofer cerró las puertas automáticas, aunque eso no sirvió de nada. El tipo se acercó a mi ventana, con pasos decididos y rápidos.   —Baja la ventana —gritó, haciéndome saltar del asiento. Miré alrededor, pero estábamos en una zona desierta, no había nadie por aquí, y tampoco serviría de mucho con un tipo que tenía un arma apuntando mi cabeza.    Bajé la ventana un poco, lo suficiente para que él se calmara. Debí saber que eso no funcionaria.   —Bájala toda y dame tu bolso, anillo y reloj princesita —escupió, no pude ver su cara entre la oscuridad, estaba vestido de n***o y llevaba una sudadera con capucha que tapaba la mitad de su rostro. Ni siquiera podía ver sus ojos, sólo su brazo con el arma apuntando.    Me quité las prendas lo más rápido que pude, pero varias veces se me cayeron al piso del auto, haciendo que el ladrón maldijera. Cuando le entregué poco a poco todo lo que tenía, él miró a mi chofer un momento, para luego apuntarlo, jalar el gatillo y dispararle. Grité aterrada, mirando la escena con los ojos abiertos como platos.    Cuando el tipo me escuchó, pensé que saldría corriendo, pero sólo me sonrío de manera perversa y rompió el vidrio de mi auto, haciendo que saltara hacia el otro lado.   —Ser rica tiene sus consecuencias.    Y entonces el hombre se dio la vuelta y salió corriendo, tan rápido que parpadee y ya no estaba. Las lágrimas se desbordaban por mis mejillas, y mis manos temblaban por el miedo que sentía. Miré a mi chofer, estaba sangrando, pero podía ver su pecho subir y bajar con suavidad, y sus ojos estaban muy abierto, como si no pudiera creer lo que pasaba. Yo tampoco podía.    Por instinto, busqué mi teléfono, pero recordé que me lo habían robado hace un momento. Me acerqué al chofer y busqué su teléfono celular, gracias al cielo lo encontré en su bolsillo mientras él me pedía ayuda. Estaba poniéndome más nerviosa, yo no quería tocarlo por miedo a hacerle más daño del que ya tenía. Y era preferible que llamara a alguien que me pudiera ayudar, antes de hacer alguna tontería. Cuando marqué, una operadora me contestó de inmediato.   —¿911 cuál es su emergencia? —Preguntó con voz calmada.   —Necesito una ambulancia —lloré—. Acaban de dispararle a mi chofer.   —Bien, tranquila ¿puede decirme dónde se encuentra?   —¡No lo sé! —exclamé temblando—. Acabo de salir del Sensation y un hombre nos robó y le disparó. ¡Necesito una maldita ambulancia y la jodida policía de inmediato! —Esta vez le grité, sabiendo que eso no ayudaría, pero estaba muy asustada, sólo quería que alguien viniera ayudarnos.    Estaba aterrada.   —Tranquilícese ¿puede decirme su nombre? —preguntó de nuevo, con esa maldita voz tan calmada.   —April Lewis.   —Muy bien April, he descubierto su ubicación, mandaré una ambulancia y patrulla de inmediato ¿está usted herida?   —No.   —Entonces quédese en el auto y no salga hasta que la policía vaya.    La operadora me hizo un par de preguntas más; me preguntaba sí mi chofer seguía respirando, o sí la herida estaba cerca del corazón. Yo respondía todas sus preguntas mientras miraba alrededor, con miedo a que el ladrón decidiera volver y dispararme a mí también. Pero no sucedió, y cuando la policía llegó, le colgué a la operadora sin siquiera despedirme.                                                                      ***    Mi chófer iba a vivir.    Afortunadamente, la bala solo había golpeado uno de sus pulmones, el otro estaba entero. Él iba a vivir para contarlo, aunque no seguiría trabajando para mi padre hasta que se recuperara al cien por cien, y eso iba a tardar un poco. Me senté en la camilla, yo estaba hecha nada, cansada, frustrada y con hambre. Mi padre hablaba con la enfermera, ella le sonreía con coquetería, esperando una oportunidad. No vendría, mi padre no era de esos.    Una vez la ambulancia y la policía llegaron al auto, tuve que soportar que confirmaran quién era yo mientras mi chofer era montado en la ambulancia. Cuando todo estuvo en orden, me obligaron a venir al hospital por si había algún daño que no estaba a simple vista. No tenía ningún otro daño aparte del horrible trauma. Suspiré aburrida y me levanté, fui hasta donde estaba mi padre y miré a la enfermera con molestia, ella me estaba reteniendo más de lo necesario sólo para seguir hablando con mi padre.    Tenía que admitir que era muy guapo, a su edad seguía conquistando chicas. No estaba claro si por su dinero, o su encanto, aunque igual forma, nunca las miraba demasiado. O al menos no delante de mí. Mi madre nos había abandonado para irse con un extranjero que no tenía ni la mitad de la fortuna de mi padre, pero según ella se había enamorado perdidamente de él, y mi padre ya no la llenaba. No entendía eso ¿cómo alguien podía preferir un tipo sin dinero a un un hombre que tenía el estado a sus pies?    De igual forma era una mierda.   —Papá ¿podemos irnos ya? —le pregunté haciendo un puchero, siempre funcionaba con él.   —Si la enfermera dice que todo está bien, podemos hacerlo —El tono de mi padre era encantador, pero yo lo conocía mejor, él estaba enojado.    La enfermera obviamente no quería que mi padre se fuera, ella estaba demasiado encantada hablando con él. La miré con una ceja alzada, el desafió en mi mirada, la mujer sabía que no podía competir conmigo, era mucho más hermosa y rica. Sin nombrar el hecho de que era su hija. Ella también pareció entender eso, miró a mi padre un poco más, con una expresión soñadora y suspiró.   Patética.   —No está herida de ningún tipo señor Lewis, pueden retirarse si lo desean —ella le sonrió—. Fue un placer tenerlos aquí —bufé poniéndola más nerviosa—. Quiero decir, no que la señorita Lewis haya tenido que pasar por ello...   —Ya entendimos —la interrumpí con voz molesta—. Ya puedes retirarte.   —April —mi padre me regañó, pero no sirvió de nada. La enfermera dio media vuelta y se fue rápidamente, dejándonos solos y cansados.   —Papá es solo una enfermera —dije, poniendo mala cara—, y quiero irme, estoy cansada y estresada.   —Bien, pero mañana hablaremos April, lo que ha pasado esta noche es algo muy grave.    No respondí, en vez de eso dejé que me llevara hacia el auto.                                                         ***         Alguien tocando mi puerta me despertó.    Gruñí y puse la sabana sobre mi cabeza, no me levantaba hasta después de las once de la mañana, cuando me había recuperado de la noche anterior. Esta por dormirme de nuevo cuando mi puerta sonó otra vez, haciéndome saltar de la cama. La puerta se abrió entonces, y mi nana y casi madre entró, su paso firme y seguro.   —¿Miranda no tienes algo que limpiar o hacer? —le pregunté de mal humor. Entrecerré los ojos cuando ella abrió las cortinas de mi ventana, dejando entrar la luz del sol.   —April Lewis a mí no me intimidas —respondió poniendo sus manos en sus caderas—, levántate ya que tu padre quiere verte.   —Mi padre sabe que no me levanto temprano —puse la sabana de nuevo sobre mi cabeza, pero ella la jaló hacia abajo.   —¡Por Dios niña! Es algo importante —Miranda besó mi cien—. Pudimos perderte anoche, y eso no puede volver a pasar.   —j***r —me senté en la cama, al tiempo en que mi nana me daba un manotazo en el brazo, no demasiado fuerte, pero tampoco demasiado suave.   —Deja las malas palabras, eres muy linda para ello —ella fue al baño y volvió segundos después—. Ve y date una ducha, te espero abajo con el desayuno en media hora.    Se fue cerrando mi puerta suavemente. Ella era la única a la que le permitía hacer todo esto, aunque tampoco era que me prestaba atención cuando la regañaba por meterse en mis asuntos. Miranda me había casi criado, ella me cuidó cuando mi madre nos abandonó a mi padre y a mí,  fue mi roca en ese momento, y en cierta forma, la de mi padre también. Eso no quería decir que estuviera privilegiada, mi nana sabía cuál era su lugar en esta casa, aunque a veces parecía olvidarlo.    Gruñí de nuevo y me levanté. Abrí las ventanas completamente, estaba en un segundo piso, y desde aquí veía la piscina. Me gustaba esta vista en especial, el lugar siempre parecía estar sólo, y eso me daba paz y tranquilidad.    Mi habitación era blanco y rosado, cama blanca, paredes rosas, laptop blanca, baño rosa. Me quité la ropa y encendí la música de mi equipo. Cuando me metí en el baño, suspiré en placer, el agua caliente era maravillosa; en realidad no recordaba si alguna vez tuve una ducha con agua fría.    Salí de allí veinte minutos después, sequé mi cabello castaño y cepillé mis dientes.  Mis ojos verdes tenían ojeras, no me gustaba mi aspecto, pero para la noche estaría mejor.    Me vestí con un pantalón corto de jeans desgastado, una camisa rosa claro y sandalias sin tacón. Maquillé mis ojos lo mejor que pude y sonreí frente al espejo, había ido al gimnasio un par de veces, pero me aburría demasiado allí. A pesar de todo, hacía dieta todo el tiempo, mucho en realidad, y eso me mantenía en un buen peso.    Cuando bajé al comedor, mi desayuno estaba allí, fruta fresca y jugo de naranja. Me senté donde regularmente lo hacía y devoré todo, cada parte de la comida. La resaca siempre me dejaba con mucha hambre, una que luego tenía que saciar con frutas y ensaladas. La casa estaba silenciosa, pero ya estaba acostumbrada aquello. La única que hacía ruido era yo cuando estaba aquí, de resto esto parecía un cementerio.    Justo cuando estaba por terminar de comer, mi nana apareció con una sonrisa. Ella siempre sonreía.   —¿Ya estás lista? —preguntó, quitando los platos de la mesa—. Tu padre quiere que vayas ahora a su oficina.   —¡Dios por qué está tan ansioso! —exclamé, levantándome sin demasiada delicadeza.   —Tiene una pequeña sorpresa para ti.   —A menos que sea para sorprenderme con un nuevo auto, no creo que me interese —mi nana no sonrío esta vez, en cambio, siguió recogiendo como toda una profesional, procurando no tropezarme en el camino.   —Ni siquiera utilizas un auto ¿por qué quieres uno nuevo? —Su voz estaba llena de escepticismo, eso era lo que odiaba de Miranda, nunca me entendía.   —Por lo mismo que adoro esta casa, pero casi nunca estoy —suspiré—. Apariencias querida nana, las apariencias.    No escuché su respuesta, salí del comedor y caminé hacia la oficina de mi padre con rapidez. Estaba en el primer piso, casi al final del pasillo, justo al lado del baño de visitas. Cuando llegué allí, abrí la puerta de golpe, sin siquiera detenerme a tocar, no era necesario.    Vi a mi padre sentado en su silla mientras hablaba con alguien, no era raro, él hablaba con mucha gente todos los días. Entré en la habitación y cerré la puerta detrás de mí, ni un poco intimidada por el hombre. Pero entonces, él se giró para mirarme, y mi boca se secó.    Estaba de pie frente al tipo de la barra, frente al idiota que no había querido comprarme la maldita bebida.    Miré a mi padre de inmediato por una explicación, y sí, él me la dio, pero esa explicación no me gustó en lo más mínimo.   —April, él es Vincent Hamilton. Tu nuevo guardaespaldas.  
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