Shana.
Muevo mi cuerpo al compás de la música, una vibrante canción de Beyoncé que resuena en el salón de baile privado. Desde que me mudé a Milán, he adoptado nuevas formas de expresión. El hip hop y el pop se han convertido en mi pasión, un contraste liberador con las danzas tradicionales árabes.
Veo a mi hermano Ikram entrar en la sala. Me observa con una intensidad que no me sorprende mientras se dirige a uno de los sofás cercanos. La canción termina minutos después. Me giro hacia él con una sonrisa, la respiración agitada y algunas gotas de sudor brillando en mi frente.
—Eres increíble, nena —Se levanta y se acerca a mí con rapidez—. Una de las cosas que más disfruto es verte bailar. Tienes un talento natural y una energía que lo inunda todo. —Besa mi frente sin importarle el sudor
