Shana. Abro las cortinas de mi balcón para salir a él. El clima de Dubái golpea mi piel con esa calidez familiar, y la brisa marina y el sol de la mañana no tienen parangón con el clima de Milán. Había extrañado mucho estar en mi verdadero hogar. La mansión se mantiene tan espectacular como siempre: los jardines inmaculados, las fuentes funcionando y el personal realizando sus labores con la discreción habitual. Apenas tocan a la puerta y mi madre, Selena, entra con una bandeja. —Buenos días para mis amores —saluda con dulzura, una sonrisa radiante en su rostro. —Buenos días, Mamá —responde Saalim, aún recostado en mi cama. Sí, Saalim se había quedado a dormir en mi habitación anoche. Yo veía una película mientras él, absorto en documentos de trabajo, se quedó hasta que se rindió al s

