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Contrato con el señor Villarreal.

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Blurb

Rodrigo Villarreal es un hombre que intenta rehacer su vida luego de cometer muchos errores, es alguien que no conoce lo que es la escasez, pues pertenece a una importante familia, de la cual, estará próximo a heredar una gran fortuna más los negocios de su familia.

Su madre, Victoria Ellison, CEO de una gran compañía, debido a esos errores del pasado de su hijo, lo arrastra hacia una lección en la que intenta hacerlo madurar y centrarse en lo que es realmente importante en la vida, pero para él fue difícil de asumir. Para su madre fue complejo verlo “madurar” pero la vida, lo obligaría a hacerlo.

Tras la muerte de su madre, Rodrigo descubre que, para acceder a su herencia, debe cumplir con una pequeña condición: casarse. Aquel hombre que no conoce la palabra compromiso, tiene la gran idea de sabotear la petición de su difunta madre y decide contratar a una esposa, a Madison Blake.

Madison es una mujer joven, trabajadora y muy independiente, es una mujer rebelde, con ganas de salir adelante. Madi, como muchos la llaman de cariño, no ha tenido una vida fácil, por lo que no desaprovecha una “oportunidad” para resolver múltiples problemas de finanzas.

Lo que para ellos sería algo que podría ser “sencillo” termina siendo una pesadilla, pues Rodrigo es un hombre controlador y autoritario, que se debe enfrentar a Madison, alguien que no sigue normas y no se deja dominar fácilmente.

¿Cómo puede terminar esta historia? ¿Será solo odio entre ellos o puede surgir el amor?

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Capítulo 1: Una nueva vida.
Narra Rodrigo Me detuve a mirar mi pasado y no estaba feliz con lo que veía. No he sido un buen hombre, un buen hijo, un buen profesional, ¿En qué clase de ser humano me he convertido? He venido de errores tras errores y no he reaccionado, pues vuelvo a caer en esas mismas malas decisiones de siempre. A mi edad ya he vivido tantas cosas y ninguna ha sido positiva, me casé con una buena mujer y la hice trizas, la engañé con muchas mujeres y la convertí en una mujer infeliz. Me separé de ella bajo circunstancias que me avergüenza contar, perdimos nuestro bebé y luego se fue de mi lado. Recuerdo su nombre con nostalgia, y pienso, ella hizo bien en alejarse porque yo no le convenía, ni a ella, ni a ninguna otra mujer. —Señor, ¿esto también lo llevamos a su auto? Miré al hombre tomar la última caja que quedaba en mi departamento y asentí. —Sí, también llévenla a mi auto. Tragué sonoramente y le di una última mirada a este lugar. Solté un suspiro y llevé mis manos a mi cabeza. —¿Qué hice? Mi madre me pidió desocupar el apartamento que había dado para ponerlo en alquiler, me quitó las tarjetas y el auto. Miré la vista de mi balcón, sabiendo que sería la última vez que tendría esa imagen. Me reproché a mí mismo, pues venía haciendo las cosas bien, estaba bien, ¿Cómo me desvié de semejante manera? Luego de separarme de Grace, mi primera esposa, caí en una terrible depresión que casi me mata. Pero logré reforzarme a mí mismo, mi madre me dio mucho apoyo y me hizo caer en cuenta de que había cosas en mí por mejorar. Yo trabajé en mí, en ser una mejor versión, intenté buscarla y pedirle perdón, demostrarle que sería el hombre de antes, de quien se enamoró, pero se me hizo imposible, pues perdí el rastro de esa mujer. Por casi seis largos años, crecí como profesional, intenté enamorarme, pero me di cuenta que el amor no era para mí. Nada funcionaba, nada se consolidaba, ¿por qué? Porque yo era el maldito problema. Simplemente no estaba listo para asumir una relación porque no me podía conformar con una sola mujer. Así que, dejé los temas amorosos a un lado y me entregué a la compañía de mi madre. Claro que, había una persona que solía ver en ocasiones, alguien que entendía mi posición y que compartía muchas cosas en mi manera de pensar. Era como esa versión de mí, hecha mujer que me comprendía, alguien que podía dejar de ver por meses, pero que, al volvernos a unir, sostenía esa esencia, y lo mejor, sin juzgarme. Ambos entendíamos lo que queríamos y nos negábamos a un compromiso, solo encuentros pasionales esporádicos. —Señor Villareal, su madre me ha pedido venir por las llaves del apartamento. El administrador del edificio vino prácticamente a sacarme de aquí. Tomé las llaves y las extendí en el aire, este lleva su mano debajo de las llaves y las dejo caer en la palma de su mano. —Espero verlo pronto, señor Villareal. No dije nada y salí del apartamento. Mis años de “superación” en los que me centré en mí y en otras prioridades, se fueron a la mierd*. Venir a esta ciudad fue un error, Londres fue la peor decisión de mi vida. Yo estaba bien, en Madrid estaba haciendo las cosas de maravilla, ¿por qué acepté venir aquí? ¿para ahora irme como un sucio perro al que muchos señalan? En Londres todo se echó a perder, porque aquella mujer que un día destruí la vi de nuevo, luego de tantos años la vi resurgida, la vi haciendo una vida y creo que ese fue un duro golpe de realidad. ¿Fui egoísta? Creo que sí, porque no pude con su felicidad. Verla junto a un hombre que la amaba, que la hacía feliz, me hizo sentir como un miserable, porque veía en él cosas que yo no pude darle, sentía como si me hubiera ganado en muchas cosas y no pude con eso. —Buen día, señor Villareal —dice el conductor de mi madre fuera del edificio. —¿Por qué estás aquí? —Su madre me pidió recogerlo, me dijo que lo llevara al aeropuerto. Sonreí y bajé mi cabeza. —Entonces, ¿ella solo quiere asegurarse de que me voy? Negué con mi cabeza y no protesté, solo subí al otro vehículo y dejé que me llevaran al aeropuerto. Irme de esta manera refuerza todo lo que hice mal en mi tiempo en Londres, pues intenté recuperar a esa mujer por las malas, volví hacer cosas que no debía, volví a ser el mismo promiscuo de antes y me dejé influenciar de personas que no debía tener en mi vida. Aquí no solo arruiné mi carrera profesional, sino que decepcioné a mi madre, quien conoció ese lado de mí que jamás quise que viera, vio la otra cara de su hijo y en duras palabras y acciones me hizo saber que estaba triste por mí. Metí la empresa de mi madre en problemas, puse en juego su nombre, arruiné mi imagen, ¿Qué más podía hacer? ¿Qué podía ser peor? Me vi enredado en problemas legales, estuve a un punto de conocer una prisión. Simplemente lo arruiné, lo arruiné y eso no cambiaría nada. Al final terminé siendo el mismo mal hombre de siempre, el mismo mal hijo y el mismo mal profesional de siempre. Retrocedí, esos seis largos años de avance se fueron a la mierd* y terminé detonando una bomba en mi vida. Mi madre me sacó de la compañía, dejó a Sebastián Ellison, mi primo, a cargo de la empresa, me quito lo que tenía y ahora me saca del país por temor a que termine de arruinar lo poco que queda de mi propio nombre. —Llegamos, señor. Asentí y bajé del auto. Solo tomé mi equipaje, pues otras cosas que traería conmigo, llegarían por encomienda después. —Déjeme ayudarlo, señor. El chofer quiso tomar mi equipaje, pero lo aparté. —Puedo hacerlo, está bien. Ya puede retirarse. —Lo siento, señor. La orden de su madre fue clara, debo dejarlo en el interior del lugar. Mordí mis labios, solo tenía que aceptarlo. Mi propia madre había dejado de confiar en mí. No sé de mi madre hace un par de semanas, la última vez que la vi tuvimos una fuerte discusión, una en la que echó en cara todo lo que hizo por mí y la manera en como casi destruyo sus esfuerzos. Sabía que buscarla serían esfuerzos en vano, porque la conozco y sé lo radical que es a la hora de tomar decisiones. No sé por cuanto tiempo las cosas sean así, por lo que solo dejé que el tiempo pasara, volveremos a hablarnos de buena manera cuando las tensiones y el enojo se desaparezcan, no pensaba insistir. De pensar en eso, me siento mal, porque debí buscarla, debí intentar acércame a ella, pero el ego también me estaba trabajando demasiado y simplemente hice lo que ella pidió, irme a Estados Unidos. —Sobrino, que bueno verte. Mi tío Isaac estaba esperando por mí. Me avergonzaba verlo a los ojos y saber que él podía estar al tanto de todo lo que pasó. ¿Podría? Claro que lo sabe, el escándalo mediático rebasó fronteras y se hizo casi que noticia mundial. —Gracias, tío. Me sentía como esos adolescentes rebeldes a los que mandaban lejos para tratar de modificar y mejorar sus conductas, era patético, tener más de treinta y ver que todo lo que tienes no te pertenece, solo te hace sentir como un fracasado. —Pedí acomodar una habitación para ti en casa, espero que puedas sentirte cómodo. —Sí, gracias. Miraba por la ventanilla el paisaje de New York y sentí un nudo en mi garganta, mis ojos se hicieron cristalinos y quise llorar, pero no podía hacerlo en frente de él. Tragué ese nudo en mi garganta y era difícil, era como si ese sentimiento estuviera enraizado en mi alma. De todo, lo único que me da un ligero alivio, es que al menos intenté pedir disculpas a alguien que necesitaba escucharlo. Esa mujer que destruí en diferentes ocasiones y en diferentes momentos de su vida, a ella debía decirle que lo sentía. Aquel perdón llegó como un impulso y simplemente me dejé llevar porque era lo que en ese momento necesitaba decirle. Eso no aminora mis culpas, pero al menos, abre un pequeño orificio en mi garganta para un poder seguir respirando y sobrevivir con la doble culpa que me invade. —Llegamos. Mi tío baja del auto y yo bajo tras él, la incomodidad no dejaba de golpearme. Hospedarme en su casa luego de vivir solo por mucho tiempo, tener mi espacio. —¡Rodrigo! La esposa de mi tía, María Mónica, me da un abrazo. —Dios, la última vez que te vi no tenías barba, eras solo un jovencito. —Qué bueno verlos. Sonreí de manera forzada y fingí estar bien, pero soy un maldito fracasado andante. —Es bueno tener a alguien en casa, desde que los chicos se fueron a la universidad, se siente muy silenciosa nuestra casa. Ven, pedimos organizar una de las habitaciones para ti. María Mónica fue amable conmigo, intentó hacerme sentir bien. —Debes tener hambre, ¿quieres algo de comer? —No, estoy bien. —¿Seguro? —Sí, gracias. Ella me deja en la que será mi habitación y se retira. Solté un suspiro y negué con mi cabeza, terminar así se siente terrible. Quisiera solo irme y buscar un hotel en el que quedarme, pero no tengo ni para eso. Tarjetas, múltiples tarjetas en mi cartera, pero todas congeladas. —Mamá, ¿hasta cuándo harás esto? —susurré mirando el lugar donde estaré no sé por cuanto tiempo.

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