LA PROPOSICIÓN
Daniel
No he usado corbata desde el funeral de mi abuelo, cuando tenía quince años. Más les vale que estos empleados del banco lo aprecien. Ya había pasado casi toda la mañana atascado en el tráfico desde Walterboro hasta el centro de Charleston. Normalmente es un viaje de treinta minutos por la interestatal. Hoy tardé casi una hora y media.
Me senté en el vestíbulo y recé en silencio para que los banqueros nos dieran una oportunidad de extender el plazo. Solo necesitaba algo de tiempo extra... cualquier cosa que nos permitiera a mí y a mi pequeña familia quedarnos en casa. ¿Quizás podrían darnos dos meses más, además de los noventa días? ¿Qué son dos meses más?
El diablo me llenó la cabeza de pensamientos negativos. ¿Y si se negaban? Tendríamos que empezar de cero de alguna manera. No me asusta, salvo por el hecho de que mi pobre padre no sabría qué hacer. La tienda es todo lo que ha conocido.
Los minutos se hicieron horas y me encontraba aturdido, entrando y saliendo. Tomé una revista y la hojeé sin siquiera mirar las páginas. Sentí que me observaban, así que miré a mi alrededor una vez más. Vi a una mujer sentada frente a mí, una mujer atractiva, de hecho. Era mayor, ¿quizás de cuarenta y tantos? No era mi tipo, pero seguía siendo bastante sexy, con un aire de dominatrix madura.
Me devolvía la mirada sin disimular que me observaba. Sin ocultarlo, sus ojos se desplazaron de los míos a mi entrepierna. Su mirada no encajaba con su aspecto. Con las piernas cruzadas, con aire recatado y formal, me sonrió seductoramente. Le devolví la sonrisa. Oye, si ella quería jugar, yo también podía. Entonces su rostro se desdibujó y su sonrisa fue reemplazada por una ceja alzada con sarcasmo y una mueca.
Negué con la cabeza y aparté la mirada. No tenía tiempo para una vieja broma.
Finalmente, después de lo que parecieron días, la recepcionista me devolvió la llamada. Entré en la oficina del gerente del banco.
—¿El señor Daniel Michaels, supongo? —preguntó el hombre detrás del mostrador.
Se levantó y me extendió la mano. La estreché. Mi palma sudorosa hizo un ruido aplastante al apretarla, delatando mis nervios.
Esto tiene que funcionar. Es nuestro último recurso.
Me llamo Sr. Schaefer. ¿En qué puedo ayudarle?
Tomé asiento y empecé a inquietarme un poco. Era lo más importante que había hecho en mi vida y que me rechazaran no era una opción en ese momento.
—Bueno, Sr. Schaefer, no le haré perder su valioso tiempo, así que iré directo al grano. Le debemos a este banco más dinero del que tenemos y solo tenemos noventa días para reunirlo. Vengo a pedirle más tiempo, ¿quizás sesenta días más? —dije rápidamente.
Tomó una pequeña pila de papeles y los golpeó contra el escritorio mientras los organizaba.
Sr. Michaels, voy a serle completamente sincero. He revisado su expediente a fondo y no hay nada más que podamos hacer. Me siento fatal, de verdad, pero si no se paga el saldo en los próximos noventa días, nos veremos obligados a ejecutar la hipoteca de todas las propiedades de su padre, incluido el negocio. Lo siento mucho. Si hay algo más en lo que pueda ayudarle, hágamelo saber.
—¿Me estás diciendo que no hay otra opción?— Dije en voz alta.
Sabía que la gente en la sala de espera podía oírme, pero no me importaba. Estaba jugando con mi vida. Estaba jugando con la vida de Jenny. Nuestra casa y nuestro trabajo, nuestra forma de sobrevivir.
—Señor Schaefer, entiendo que este sea su trabajo, ¡pero tiene que buscar otra solución! —grité—. ¡No podemos conseguir esa cantidad de dinero tan rápido! ¡Y que me aspen si usted o alguno de estos creídos que tiene trabajando aquí nos quitan la casa!
—Señor Michaels, creo que será mejor que se vaya antes de que tenga que llamar a seguridad.
—Entonces supongo que será mejor que llames a seguridad porque no me iré hasta que lleguemos a algún tipo de acuerdo.
—Entiendo que tú y tu papá tengan problemas de dinero, pero en realidad no es problema mío ni del banco. Si regaláramos dinero o más tiempo a cada pobre que entrara por la puerta, también quebraríamos. Quizás tu padre debería reflexionar sobre cómo gestiona las cosas—, espetó.
Sin darme cuenta, estaba de pie junto al Sr. Schaefer con el puño dolorido y su sangre en los nudillos. Más le vale a ese cabrón que no haya seguido. Tuvo la audacia de hablar mal de mí y de mi padre... en mi cara, nada menos. Su arrogante necesitaba una buena dosis de realidad, y me alegro de haber sido yo quien se la dio.
Los de seguridad llegaron justo cuando me estaba alejando hacia la puerta y supe que iría a la cárcel.
Vine aquí para intentar arreglar las cosas, pero como no pude controlar mi maldito temperamento, papá iba a tener que echar mano de nuestros miserables ahorros para sacarme de la cárcel. Esta vez sí que la cagué.
Cuatro horas después, me acosté en la pequeña litera que me dieron en la cárcel y le di vueltas a varias ideas. Decidí no llamar a papá para que me pagara la fianza. Podía pasar la noche en la cárcel. Sabía que me dejarían salir por la mañana y, siendo sincero, prefería que papá se preocupara por mí esa noche que usar el dinero que necesitábamos para pagar mi fianza. Valió la pena estar entre rejas. Ese cabrón recibió su merecido.
La puerta de la celda se abrió y un oficial de policía entró en el pequeño espacio.
—Está bien, Michaels, es hora de irnos —dijo.
¿Qué quieres decir? Acabo de llegar.
Ya pagaste tu fianza. Puedes irte.
Salí de la celda con el agente y caminé por el pasillo hasta la recepción de la comisaría. Recogí todas mis cosas, incluida mi billetera vacía, y me giré para mirar a mi padre.
No lo encontré por ningún lado. Hice una última búsqueda rápida por la comisaría. Definitivamente no estaba.
¿Tal vez fue a esperar en el camión?
Salí de la comisaría y revisé el estacionamiento. La camioneta de papá no estaba a la vista, lo que significaba que estaba tan enojado que me dejó allí.
Estaba a punto de empezar a caminar hacia casa cuando vi a la mujer madura del vestíbulo del banco parada al otro lado del estacionamiento. Estaba sentada contra una limusina larga y negra mientras me hacía señas con el dedo para que me acercara.
Hoy se había convertido oficialmente en el día más jodido de mi vida, y no parecía que fuera a mejorar. Primero, una vieja me golpeó el ojo en el banco. Luego, le di una paliza al gerente, lo que me costó una mano hinchada y la cárcel. Después, misteriosamente, me liberaron bajo fianza, solo para encontrarme con la violadora golpeadora esperándome fuera de la comisaría.
Me dirigí hacia la limusina.
—Ya era hora. Empezaba a pensar que me habían quitado el dinero y te habían dejado ahí —dijo con voz ronca.
—¿Me rescataste?— pregunté confundido.
—Bueno, ¿de qué otra manera iba a hablarte?
—Lo siento… ¿te conozco?— continué preguntando.
No seas ridícula. Normalmente, jamás me pillarían socializando con alguien como tú.
El fuego me atravesó el pecho mientras mi ira empezó a aumentar.
—Entonces, ¿qué carajos haces socializando con alguien como yo? —dije en tono burlón.
Un bastardo engreído más en mi cara esta noche e iba a estallar.
—Dejemos de charlar. Te oí hoy armando un berrinche en el banco. Necesitas dinero y yo tengo de sobra, así que hablemos de negocios —dijo.
—Mire, señora, no sé cómo hacen las cosas en su mundo, pero en el mío, venderse le costará al menos treinta días. Como acabo de salir de la cárcel, preferiría...
Ella me interrumpió con una carcajada.
—Sé que no crees que te estoy sugiriendo que te pague por sexo, ¿verdad? —Se rió a carcajadas una vez más—. No me malinterpretes, chaval, eres guapo, pero me gustan los hombres, no los chicos.
—Entonces, ¿qué carajo quieres? —pregunté con rudeza.
—Tengo una propuesta de negocios para ti. —Abrió la puerta de la limusina y subió—. ¿Te apetece acompañarme? —preguntó.
—Ya dije que no soy un…—
—¡No te hagas ilusiones! —Me interrumpió de nuevo—. Créeme... soy demasiado mujer para un chico como tú. ¿Te subes a la maldita limusina o no? —gruñó.
Me quedé allí debatiendo qué hacer. Finalmente, me dirigí a la limusina y subí de un salto, cerrando la puerta tras de mí.
—¿A dónde?— preguntó ella.
—Walterboro…cerca de Clements Road—.
—Dios mío, eres un patán —resopló.
Me senté allí mientras ella daba órdenes al conductor y luego presionó un pequeño botón causando que se levantara una barrera entre nosotros y él.
—Ahora, volvamos al asunto —dijo—. Necesito que hagas algo por mí y, como necesitas tanto dinero, estoy dispuesta a pagarte bien, siempre y cuando no lo arruines.
—Bueno, ¿es esto ilegal? Porque no soy ningún delincuente.
—No, no es ilegal.—
—Está bien, dispárame con eso—.
Ella sonrió y luego se deslizó más hacia atrás en su asiento.
—Me gustaría pagarte para que salgas con mi hija—, sonrió con sorna mientras vertía un líquido marrón de un recipiente de cristal en un vaso de cristal. Olía a licor, lo cual era apropiado, ya que estaba casi seguro de que la zorra estaba borracha.
—¿Quieres pagarme para hacer qué?—
—Me escuchaste.—
—Estás bromeando, ¿verdad?— resoplé.
—No, esto no es para bromear y te agradecería que no lo tomaras como tal. Te estoy ofreciendo una propuesta de negocios seria —dijo con agresividad.
Me puse serio y dejé de sonreír. Si esta mujer hablaba en serio, yo también lo haría. Esta podría ser la oportunidad que papá y yo esperábamos. Aun así, que me pagaran por salir con alguien no me sentaba bien. Esta chica debía ser una criatura horrible si su madre tenía que pagarle a un tipo para que saliera con ella.
- ¿Qué le pasa? - pregunté.
—¿Disculpe?—
—Bueno, sin ánimo de ofender ni nada, pero si tienes que pagarle a alguien para que salga con tu hija, debe haber algo mal con ella.
Mi hija no tiene nada de malo. Lo que pasa es que todos los chicos no ven lo maravillosa que es.
-Entonces, ¿es fea?
¡Para nada! —espetó—. Tiene un pequeño problema de peso, pero es hermosa y así es como la tratas. Sácala a pasear, hazla pasar un rato fabuloso y hazla sentir como la criatura más hermosa que hayas visto jamás.
—¿Básicamente quieres que le eche humo en el culo?—
—Aléjate de su culo, pero sí…haz lo que tengas que hacer—.
—¿Qué gano exactamente con esto y cuánto tiempo tengo para hacerlo?—, pregunté.