POV Alaric
—Lo entiendo a la perfección —respondí con calma.
Vi cómo los hombros de su hermano se relajaban ligeramente, aunque su mirada permanecía fija en mí, analizando cada movimiento, cada palabra que pronunciaba. Sin embargo, mi atención se desvió pronto hacia Luciana.
Sus manos reposaban delicadamente sobre sus rodillas, y aunque su rostro tenía algunos rasguños producto del accidente, estos no lograban opacar su innegable belleza. Su cabello estaba ligeramente desordenado, con algunos mechones sueltos que le daban un aire infantil.
Aclaré mi garganta antes de hablar:
—Imagino que querrá descansar. No quisiera que mi visita provoque que su salud se vea afectada.
Ella me observó con una expresión serena, su voz firme y segura cuando respondió:
—Aunque no lo creas, estoy bastante mejor.
Hizo una pausa y, con una tranquilidad que me tomó por sorpresa, continuó:
—Y ya que nosotros seremos… digo, seremos más cercanos, sería conveniente que hubiera menos formalidad en nuestro trato.
La manera en que lo dijo me dejó momentáneamente perplejo. No esperaba que diera ese paso con tanta rapidez. Sin embargo, no vi razón para negarme.
—De acuerdo, Luciana.
Me puse de pie, alisando mi chaqueta con naturalidad.
—Me retiro para dejarte descansar. Nos mantendremos en contacto y, cuando firmes el divorcio, los papeles estarán listos para formalizar nuestro matrimonio.
Luciana apretó los labios, como si procesara el peso de mis palabras, pero finalmente asintió.
Inclinándome ligeramente en un gesto de despedida, desvié la mirada hacia sus ojos. Una mezcla de azul con tonos grises que, por alguna razón, me resultaban inquietantes. No tardé en darme la vuelta y salir de la habitación, dejando a los hermanos Salvatore a solas.
Tan pronto crucé la puerta, pude escuchar murmullos dentro. Imaginé que su hermano tenía muchas preguntas que hacerle. Su reacción cuando mencioné el matrimonio no pasó desapercibida para mí; la forma en que me miró con ese aire de desconfianza me hizo suponer que sabía más de mí que solo el hecho de ser dueño de su competencia.
Solté un leve suspiro mientras caminaba por el pasillo. No había mucho que pensar. Estaba claro que él conocía los rumores que circulaban sobre mí. De hecho, ¿quién no lo hacía? Aunque parecía que la única persona que no estaba al tanto era ella.
Sacudí la cabeza, apartando esos pensamientos, y continué hasta el estacionamiento del hospital. Tan pronto como llegué, abrí la puerta de mi auto y me dejé caer en el asiento con un gran resoplido.
—Creí que tardarías más.
Levanté la vista y me encontré con Stefano, quien se quitaba las gafas oscuras, revelando sus ojos castaños con un brillo inquisitivo.
—¿Y bien? —preguntó con curiosidad—. ¿Cuál fue el resultado de la conversación?
—Aceptó.
Stefano abrió los ojos con sorpresa, claramente sin esperar una respuesta tan contundente.
—¿Y lo aceptó así, sin más? ¿No te hizo preguntas sobre los rumores que circulan sobre ti?
Negué con la cabeza.
—Parece que no lo sabe… o simplemente lo ignora. Aunque me da la sensación de que su hermano sí está enterado de todo.
Stefano chasqueó la lengua y soltó una carcajada breve.
—Bueno, hombre, ¿y quién no? Sabes muy bien que, ante la sociedad, no eres precisamente un santo. Podrás ser el dueño de Vitale, pero eso no quita que para el resto del mundo seas un monstruo.
—Me tiene sin cuidado lo que el resto pueda pensar.
Stefano levantó las manos en un gesto de rendición y echó la cabeza hacia atrás, dejando escapar un largo suspiro.
—Bien, no dije nada. Pero dime algo, ¿estás seguro de lo que quieres hacer? No olvides que ella sigue siendo una mujer casada. Y tú mejor que nadie sabes lo crueles que pueden ser los medios. Tal vez no usen piedras, pero la lapidarán con comentarios hirientes.
—Luciana no parece ser el tipo de mujer que se derrumba por unos cuantos comentarios.
—¿Y cómo puedes estar tan seguro? A veces la apariencia engaña. No puedes predecir cómo responderá ante los ataques.
Lo miré con seguridad antes de responder:
—Si eso ocurre, entonces estaré yo para recibir todos los comentarios por ella.
Stefano me observó con una mezcla de incredulidad y resignación.
—No tienes remedio… —exhaló, pasándose una mano por la frente.
——————
POV Camilo
Apenas crucé la puerta del departamento, solté una larga exhalación mientras me pasaba una mano por el cabello. Mi mente seguía atrapada en la conversación que había tenido con Luciana. Pronto, todo cambiaría. El divorcio era inminente y, con él, una nueva vida. Una vida con Bibiana.
No tuve mucho tiempo para sumergirme en mis pensamientos, pues en cuanto me vio, Bibiana corrió hacia mí con una sonrisa radiante. Sus ojos brillaban de emoción mientras se acercaba a toda prisa. Sin dudarlo, abrí los brazos para recibirla y la envolví en un abrazo fuerte, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío.
—Te extrañé —susurró contra mi pecho.
—Yo también, mi amor —respondí, besando su frente con ternura.
Se separó apenas lo suficiente para mirarme a los ojos, buscando respuestas. Yo le sonreí, trazando con mis dedos su mejilla. No había razón para seguir ocultándola, para seguir relegándola a este departamento como si fuera un secreto vergonzoso.
—Desde ahora, viviremos juntos —le dije con determinación.
Sus ojos se agrandaron con sorpresa y un brillo infantil de felicidad iluminó su rostro.
—¿De verdad? —preguntó con incredulidad, cubriéndose la boca con ambas manos.
—Sí. Ya no hay motivos para esconderte. No permitiré que mi hijo y su madre vivan en un departamento cuando tienen derecho a estar en la mansión.
La expresión de Bibiana cambió a una de preocupación.
—Pero… ¿y Luciana? —susurró—. ¿Cómo crees que reaccionará?
Rodé los ojos con fastidio.
—Ya no hay nada que temer. Me divorciaré de ella, y con eso, todo lo que tengo será también tuyo —afirmé con seguridad.
Bibiana sonrió, pero esta vez, su sonrisa tenía un matiz diferente. Uno lleno de satisfacción, de triunfo. Como si finalmente estuviera reclamando lo que creía que le pertenecía. Se aferró a mi cuello y escondió su rostro en mi hombro, dejando escapar una risita entre dientes.
—No hubiera querido que las cosas se dieran así… —murmuró —. Pero no es mi culpa que Luciana sea estéril. Tú tenías derecho a construir una familia.
—Lo sé mi vida, y por eso te prometo que Luciana ni nadie podrá arruinar nuestra felicidad.