El maldito lunes parecía no tener fin. Cada minuto en la escuela se arrastraba como una tortuga enferma. Mi única amiga, Paula, no había asistido hoy, lo que me dejó sintiéndome como un leproso europeo en plena Edad Media: completamente solo y aislado.
Paula y yo éramos como dos piezas de un rompecabezas, cada una complementando perfectamente a la otra. Pero, a veces, su naturaleza exagerada me hacía dudar de si debería contarle lo que había pasado este fin de semana con Jonah.
No tenía idea de cómo lo tomaría.
Aun así, hay una persona a la que me muero por contarle. Y esa es Abby.
Finalmente, sonó la campana que marcaba el fin de las clases, y lo único que deseaba era salir corriendo. No sabía si Matt vendría a buscarme hoy, pero rezaba para que no llamara mucho la atención. Sin embargo, cuando vi a la multitud amontonándose alrededor del conocido auto, tuve una buena idea de quién estaba detrás de todo ese alboroto.
La bocina comenzó a sonar repetidamente, como si me llamara a la aventura. No me quedó más remedio que abrirme paso entre la multitud, repartiendo codazos como siempre y ganándome miradas de reproche y asco en el proceso.
Finalmente, llegué a la puerta del copiloto y subí con el poco orgullo que me quedaba.
Abby, mi prima, estaba detrás del volante del hermoso coche blanco perla que, en realidad pertenece a su hermana Luce, con una sonrisa irónica en el rostro.
— Todavía no logro entender por qué se compartan de esta manera… lo juro. Solo soy una persona…— dice Abby detrás del volante.
— No mientas, sabes perfectamente por qué…—refunfuñé mientras me abrochaba el cinturón de seguridad.
— Es que… nunca he hecho nada para llamar la atención. Al menos no a propósito.
— Eres una belleza, Abby… Eres hermosa, divertida y amable. Eres todo lo que todos desearían ser. Por supuesto llamarías la atención. De los chicos que quieren poseerte y de las chicas que quieren ser como tú. Todavía más de las que te envidian…
— Vamos Fran, sabes que no hablo de eso…—musita arrancando y saliendo del estacionamiento de la escuela.
— Por favor, Todos te aman. No hay nada de malo en ello. Deberías estar feliz...
— No me conocen…
— No es necesario. Tienen ojos.
— Mira, no hablemos más de esto.
— Tú empezaste, ahora te la aguantas—. Sonrío mientras maneja a través de la ciudad hasta que llegamos al centro comercial. No podría faltar nuestro batido de fresas. Me vendría bien algo dulce hoy.
— ¿lo mismo de siempre? —pregunta estacionando el coche y ambas salimos.
— Obviamente. No sabes lo que me hizo Matt hoy, tengo una venganza que planear.
— Ese muchacho está loco…
— ¿ahora hablas como la abuela Anna? —. Entre risas y conversaciones insipientes llegamos a la cafetería de mamá.
Tomaremos el batido en un cubículo individual y cuando veo a Matt con su delantal de trabajo sé cómo vengarme.
Abby sonríe cuando logra descifrar lo que mi mente planea y yo solo pongo el plan en marcha.
— ¿estás segura de que esto es una buena idea? —pregunta desconfiando, pero sonriente.
— ¿por qué no lo sería?
— No quiero arruinarte la idea, pero… nunca has podido ganarle.
— La traición… la decepción—murmuro estupefacta.
— Oye, te amo. Pero debes reconocer que es un genio cuando se trata de estas cosas.
Y lo sé. Pero en algún momento el alumno debe superar al maestro. Y si no lo intento, no lo lograré nunca.
Empiezo a filmar con mi teléfono por pruebas y dejo que la venganza se sirva, bien caliente pero llena de intriga.
— ¡Disculpe, mesero! —grito para llamar su atención ignorando la advertencia; él solo arrastra los pies en mi dirección.
— ¿qué desearan las damiselas hoy? —murmulla tomando su libreta electrónica listo para mi orden.
— Bueno, Matt, primero que nada, ¿por qué tan... descortés esta mañana? — pregunté, elevando una ceja y recostando mi mejilla sobre mi mano.
— Sí, Matt, no esperábamos eso de ti —agrega Abby solo para apoyarme.
— Solo pide algo…—ordena sonriendo exageradamente.
— No hasta que te disculpes. ¿cómo es posible que la atención de este camarero sea tan irrespetuosa? —sonrío triunfal cuando veo la mirada asesina que me dirige, pero solo espero hasta que se rinde y suspira.
— De acuerdo. Ganas. Lamento lo que pasó esta mañana…
— Muy bien, como muestra de tu arrepentimiento y el gran amor que sientes por tu única hermana pequeña, quiero un batido de fresa cortesía de la casa, una orden del brunch número cuatro con muchas fresas y acceso ilimitado a tu colección personal de manga.
— Sí, eso no va a pasar…-niega rotundamente.
— Al menos lo intenté, ¿no? —digo encogiéndome de hombros.
— ¿Y tú, Abby? Yo invito…—preguntó notando que no había orden para ella aún.
— Un sándwich salado caliente y un batido de mango, por favor. Gracias— responde aprovechando la invitación a comer de mi hermano.
— ¿algo más?
— Solo eso… gracias.
— Enseguida vuelvo…—sonríe antes de volverse y desaparecer en el interior.
— Todavía no me has dicho lo que hizo hoy…
— Ni siquiera debería decírtelo. Seguro habrá un video dando vueltas en las redes. Ya lo verás. Estaba lleno de gente y se comportó como un completo idiota.
Los minutos pasan, regresa con nuestro pedido y me entrega el batido y la comida.
Estoy a punto de poner mis labios en el sorbete metálico cuando noto que no se marcha.
— ¿y ahora qué pasa? —pregunto alzando la vista.
— Me aseguro de que te guste…—anuncia sonriente como siempre.
Matt sonrió, como siempre, con una expresión que solo aumentó mi desconfianza. Decidí darle otra oportunidad al batido y acerqué mis labios al sorbete, pero su sonrisa se hizo aún más grande.
— ¿qué le has hecho? —pregunto finalmente alejando el vaso de mí.
— ¿qué le haría? —preguntó fingiendo inocencia.
No hermano, conmigo no. Que soy la reina al momento de fingir “inocencia”
— Algo le has hecho… te estoy viendo sonreír.
— No he hecho nada.
— Oigan… ¿puedo tomar del mío? —interrumpe Abby.
— Claro que sí, el tuyo es seguro—descarta dándole un pequeño golpe en la frente lleno de afecto y complicidad. Ella comienza a comer.
— Ahh…O sea que el mío no es seguro.
— Yo no he dicho eso. No pongas palabras en mi boca que no lo he dicho…
— Lo has dicho…—afirmo asintiendo repetidamente con la cabeza.
— Sí, si lo has dicho—afirma ella poniéndose de mi lado en esta guerra de palabras que parece no terminar nunca...
— Eso lo dicen ustedes, no yo—. concluyó Matt encogiéndose de hombros, aparentemente listo para retirarse de la escena. Pero no iba a dejar que esto terminara tan fácilmente. No ahora que ha dado vuelta el tablero y otra vez está tomando ventaja.
Así que, tomo mi vaso y lo sigo sin que se dé cuenta.
Cuando estamos dentro de la cocina y con un movimiento rápido, uso mi pie para hacerlo caer y en el momento en que se endereza y voltea a verme sujeto su mandíbula volcando un poco del batido en su boca.
— ¿qué haces?¡¡ ¿Acaso quieres que muera ahogado en batido de fresa?!! ¡SERIA PATÉTICO! —grita tosiendo un poco y saboreando mi bebida.
— ¿¡QUÉ LE HICISTE?! —grito pretendiendo estar indignada.
— ¡NADA! ¿QUÉ NO VES QUE LO TOMÉ SIN PROBLEMA?
Dudo un poco observando en todas las direcciones como si la respuesta fuera a estar a mi alrededor y arrugo mi boca como siempre hago. No sé si darle un trago o no, pero se ve tan tentadora. Y hace tanto calor, y tengo tanta hambre. Además, él lo tomó sin ningún problema.
Matt se pone de pie limpiándose la ropa y decido darle un sorbo. Entonces, en lugar de disfrutar el sabor: estallan las carcajadas.
— Supongo que para mi tomar un poco de mi propia saliva no es un problema…—dice riéndose como desquiciado.
Entonces empiezan.
Las arcadas que intentan vaciar el contenido de mi estómago en el medio de la cocina.
Mis ojos se llenan de lágrimas y corro al baño de servicio haciendo esos ruidos horribles que solo intensifican mis ganas de vomitar.
Estaba prácticamente escupiendo saliva en el lavabo cuando sentí la gran mano en mi espalda dándome pequeños golpecitos y juro que cuando salga de esta voy a matarlo.
— Perdóname, Fran… no pensé que reaccionarías así. Juro que ese batido no tenía nada…—dice disculpándose mientras yo intento acabar con esta crisis de arcadas.
Finalmente, logré controlarme lo suficiente como para mirarlo. Volteé hacia él, con el rostro rojo y las lágrimas aún en los ojos, y le di una patada en la espinilla antes de marcharme de allí.
¿Cuándo aprendería a ganarle a Matt en esta guerra de bromas? Era una pregunta que me hacía constantemente mientras caminaba hacia el cubículo en el que Abby se encontraba.
Bien.
Ahora también había arruinado mi gusto por los batidos de fresa.