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Una virgen en apuros

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Blurb

Emma Blake es una presentadora de televisión respetada, romántica empedernida y experta en relaciones... de ficción. Su mundo se tambalea cuando su jefe decide emparejarla en el aire con Nicolas West, el arrogante, sexy y provocador "gurú del sexo", cuyo programa nocturno está arrasando en audiencia.

¿El problema? Nic no solo la pone nerviosa, la contradice en vivo y le roba el protagonismo… también es su insoportable vecino, ese que jamás saluda en el ascensor, pero que protagoniza todas sus fantasías prohibidas.

Cuando el rating explota por la química entre ambos, Emma se ve obligada a aceptar un trato tan indecente como necesario:

Nic la enseñará todo sobre sexo.

Ella solo tiene que seguir las reglas.

Primera regla: no enamorarse.

Segunda: no romperse el corazón.

Pero lo que ninguno de los dos espera es que bajo la piel, el deseo y los juegos, se esconda algo mucho más peligroso:

Verdades que duelen.

Pasados que pesan.

Y un amor tan real… que podría llegar demasiado tarde.

Una historia de deseo, heridas, sexo sin censura y amor sin garantías.

Porque a veces, lo que empieza como una lección, termina siendo la prueba más difícil de tu vida.

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Nuevo compañero
Durante los últimos tres años, yo, Emma Blake, había sido la cara amable, sonriente, y perfectamente moderada del programa vespertino más visto del país. Café en mano, pestañas listas y frases bien pensadas, saludaba al público como si no tuviera ansiedad social, cero tolerancia al caos, y una lista de traumas maternos más larga que mis piernas. Pero esa mañana… esa mañana olía a desastre. —¿Ya viste esto? —preguntó Maddie, mi mejor amiga, secretaria y desubicada profesional, mientras sostenía su celular frente a mi cara. En pantalla: una publicación viral. Título grande: "El Gurú del Sexo conquista las noches con su voz... y algo más." Subtítulo: Las mujeres quieren más de Nic West. Los hombres también quieren aprender de él. Tragué el último sorbo de mi café con resignación. —Qué elegante —murmuré—. Y yo que pensaba que para tener éxito necesitabas una carrera universitaria. Maddie se carcajeó. —Tiene algo. Míralo. Es como si el pecado tuviera cara, barba de tres días y una licenciatura en cama. —No necesito mirarlo. Lo he visto. —¿Ah, sí? —Es mi maldito vecino. Se hizo un silencio que Maddie rompió con un gritito ahogado. —¿Qué? —El del 5B. El que no saluda. El que me despierta cada noche con su música ruidosa. El que siempre está con una mujer distinta. El que huele bien incluso en el ascensor. Ese. Ella se llevó una mano al pecho, como si acabara de escuchar que el anticristo vivía en mi edificio. —¿Y nunca me dijiste? —Porque saluda menos que una piedra. Y cuando lo hace, es con los ojos, no con la boca. Aunque admito que su boca es… —¿Es? —…como para perder la dignidad. Maddie soltó otra risita mientras su teléfono vibraba. —Es del jefe. Dice que vayas al estudio. Urgente. No pregunté por qué. No me dio tiempo. Cuando llegué, lo primero que noté fue la tensión. Y lo segundo… que había alguien más en la oficina. De espaldas. Alto. Tranquilo. Camisa blanca arremangada, pantalón n***o que moldeaban jodidamente bien su trasero. Postura de “estoy aquí porque quiero, no porque necesito”. Y entonces se giró. Y mi día terminó de irse al carajo. Nicolas West. El gurú del sexo. El tipo del ascensor. —Emma, te presento a tu nuevo compañero de programa —dijo el jefe, con esa sonrisa que siempre precede a decisiones estúpidas—. Ustedes dos van a ser dinamita juntos. Tragué en seco. —¿Perdón? Nic me miró. Sus labios se curvaron. No en una sonrisa, no. En algo peor: una promesa. —Hola, vecina. Y yo supe, con cada fibra de mi cuerpo, que acababa de empezar una pesadilla con abdominales marcados. Mi mente divagó al primer momento en que empecé a odiarlo. … Mi paz mental murió a las once cuarenta y cinco de la noche. Y la mató el bajo de una canción cuyo único contenido lírico era "perreo hasta el suelo, baby". En bucle. En el departamento de enfrente. Apreté los dientes, cerré la ventana y conté hasta diez. Spoiler: no funcionó. Tercera noche seguida. Mismo volumen. Mismos gemidos. Mismo maldito ritmo. Mi vecino debía ser DJ, actor porno o simplemente un imbécil con complejo de club nocturno. Tenía que ser él, aquel idiota del ascensor. Con solo verlo la primera vez, supe que era aquel tipo de hombre que cree que por ser malditamente atractivo todas las mujeres se bajarán las bragas ante él. Y tal vez, solo tal vez tenía razón. Pero conmigo no. —Genial. Otro jueves de música para fornicar —murmuré mientras me ataba la bata de gatitos y salía al pasillo con la energía homicida de alguien que solo quería dormir. Toqué su puerta con fuerza. Nada. Toqué otra vez. La puerta se abrió. Y ahí estaba. El infierno con abdominales. Desnudo de cintura para arriba. Sudado. Pantalones bajos. Olor a algo entre madera, sexo y pecado. Me paralicé. No porque estuviera impresionada, bueno, si lo estaba, sino porque me miraba como si no entendiera el problema. —¿Pasa algo, vecina? —preguntó, sonriendo como si acabara de ofrecerme entrar al paraíso. —Sí. Algunos intentamos dormir sin la banda sonora de una orgía de fondo —espeté, cruzándome de brazos. Su mirada bajó a mi pijama. De gatitos. Perfecto. —Entiendo —dijo, fingiendo preocupación—. Aunque si cambias de idea, siempre puedes venir a bailar. Y me cerró la puerta en la cara. Ese. Maldito. Idiota. … Si me hubieran dado a elegir entre presentar el programa con el gurú del sexo o lanzarme a una piscina llena de tiburones con hambre... habría preguntado qué tan afilados tenían los dientes. —Relájate —susurró Maddie, ajustándome el micrófono—. Solo es televisión en vivo con tu vecino odioso, sexy y con voz de orgasmo. —Gracias. Muy tranquilizador. Me miró con esa sonrisa que no era sonrisa, era amenaza de que si no me calmaba, me iba a lanzar al aire arrastrándome del pelo. Así que respiré. Nic estaba sentado en su silla como si el estudio fuera su casa. Relajado, piernas abiertas, sonrisa segura y ese brillo en los ojos que decía: sé que vas a caer. —¿Lista, princesa? —murmuró sin mirarme. —Llámame “princesa” una vez más y vas a terminar con el micrófono insertado en un lugar donde no entra audio. Él rió. Literalmente rió. —Vas a ser divertida, Blake. Lo siento por los del turno anterior. Nunca tuvieron este nivel de tensión. —¿s****l? Porque solo estoy tensa de rabia. —Tú dices rabia… yo digo represión. Tragué saliva. Maldito. El director hizo la cuenta regresiva. Cinco. Cuatro. Tres... Dos… Uno. Luces. Sonrisa. —Buenos días, bienvenidos a una edición especial de Vive y Siente. Soy Emma Blake, y junto a mí, bueno… está el cambio de estrategia más arriesgado que ha hecho esta emisora. Nic sonrió a la cámara. —Nic West, su gurú del sexo, listos para hablar sin filtro. —Relaciones casuales —dijo con esa voz suya—. También conocidas como “sexo sin compromiso, sin expectativas, sin culpa”. Sonreí. Falsa. Brillante. Lista para matarlo. —O, para algunos —dije—, como vacíos disfrazados de conexión. Nic giró el rostro hacia mí, levemente. —¿Vacíos? ¿Tú crees que dos adultos, responsables, que saben lo que quieren y lo hacen con consentimiento mutuo, están vacíos? —Creo que confundir sexo con intimidad emocional es… peligroso. —Creo que confundir intimidad emocional con sexo puede ser peor —disparó él. —¿Así que tú promueves acostarse con cualquiera, sin consecuencias? —Yo promuevo conocerte. Saber qué te gusta, cómo te gusta, y con quién. No todo el mundo busca casarse con el primero que besa. ¿Nunca has tenido un orgasmo, Emma? Boom. Touché. Lo odié. Lo odié tanto que me dieron ganas de besarlo para ver si se callaba. O para que siguiera hablando con la boca ocupada. —Hay cosas que no se improvisan —repliqué. Pasando de largo su ultima pregunta. —¿Como qué? —Como la conexión. —¿Estás segura de que alguna vez la tuviste? —dijo, bajando la voz. Solo para mí. Lo miré, con la mandíbula tensa. —¿Y tú? ¿Alguna vez estuviste con alguien sin desnudarte? Y por primera vez, él se quedó en silencio. Solo por un segundo. Pero fue suficiente. El programa fue avanzando, entre corte, miradas de odio que le dedicaba y peleas entre su forma de pensar y la mía. Era un idiota, un idiota muy guapo y caliente. ¡Maldita sea! ¡concéntrate! La música de cierre sonó. El director gritó: “¡Corte!” Y yo regresé a la realidad. Y el set explotó en aplausos. Yo seguía con la respiración agitada. Él… me sonreía. Bastardo. Me quité los audífonos de golpe. —Fue un desastre —murmuré. —Fue un éxito —dijo Maddie entrando como un huracán—. ¡El rating explotó! ¡Rompimos todos los números! Me giré a ver a Nic. Él solo alzó una ceja. —Buen primer round, princesa. Vas a tener que soportarme por mucho tiempo más. Entorné los ojos. Él y su maldito apodo. Me di la vuelta. Si me quedaba un segundo más lo iba a golpear.

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