—Bienvenidos de nuevo a Vive y Siente. Hablemos de sexo —dijo Nic, con su sonrisa suave y voz de comercial de spa caro—. Nuestro tema de hoy: “Sexo en papel. ¿Porno para mamás o literatura erótica?”
No tardó en sonar el primer timbrazo.
—¡Definitivamente es porno para mamás! —gritó una mujer entre risas—. ¡Dios! Si mi marido me escucha, me mata.
La risa alicorada se mezcló con el sonido de un trago siendo servido al otro lado de la línea.
—Chicos, amo este programa, en serio. Y tengo una colección grande de libros eróticos. Amo a Raven y sus novelas son las mejores.
Amber sonrió.
Nic la miró con una ceja alzada.
—Pero tenemos que ser realistas —continuó la mujer—. Ningún hombre puede tener sexo cinco veces seguidas en una noche. ¡Mi marido apenas puede con uno! A los tres minutos está roncando como un jodido tractor. —Rió—. Aunque no me quejo del sexo… es maravilloso. Mi esposo es muy bueno en la cama.
—Entonces, ¿cuál es la queja? —preguntó Nic.
—No me estoy quejando, gurú. Solo digo… que una cosa es el libro y otra es la vida real. A ver, Emma, ¿Cuántas veces tienes sexo con tu novio en una noche?
Silencio.
El tipo de silencio que se puede cortar con una tijera caliente.
Yo parpadeé.
Una. Dos veces.
¿No se suponía que no se hacían preguntas personales?
—Pienso que va de acuerdo… —Nic se acomodó en su asiento, sus ojos fijos en mí, brillando con una mezcla de burla y curiosidad— …al día que haya tenido.
Hijo de puta.
Me reí. Falsa, nerviosa, como quien finge que no está a punto de sufrir combustión espontánea.
—Claro —dije—. Si ha tenido un día muy estresante en el trabajo… a duras penas llegamos a primera base.
Amber soltó una carcajada.
Afortunadamente, la oyente también.
—¡Creo que todos los días de mi marido son estresantes! —rió ella—. Por eso yo me distraigo con mi amiguito de hule, que por un dólar me da todos los orgasmos que necesito.
Gracias, universo, por ponerme a debatir sobre dildos en vivo.
—Pero tengo una duda —continuó la mujer—. ¿Cuántos sexo das tú, mi querido gurú del sexo? ¿O a ti también te cae eso del “día malo”?
Nic se acomodó como quien se prepara para el show.
—El día no me afecta para nada, querida.
Su tono fue grave. Seguro.
—Pero si digo cuántas veces puedo llevar a una mujer al Nirvana… algunos hombres de Nueva York me van a odiar.
Presumido. Bastardo.
Sexy como el demonio.
—Todo está en la respiración, en la técnica… y por supuesto, en la actividad física —añadió—. En nuestra página web podrán encontrar algunos trucos. Tal vez eso ayude.
Amber cerró con una broma ligera. La llamada se cortó.
Y yo…
Yo sentía el corazón desbocado.
Porque cada palabra que él decía parecía dirigida a mí.
Cada insinuación, cada frase, cada mirada con esa media sonrisa ladeada…
Y lo peor de todo era saber que mientras él hablaba con propiedad…
yo estaba improvisando.
Yo no sabía si podía aguantar mucho sexo.
Porque ni siquiera había tenido uno.
Nic se giró en su asiento, con esa media sonrisa tan suya, para mirarme directo a los ojos.
—Pero mejor que nos diga Emma qué piensa de estos libros —dijo, con voz tranquila pero provocadora—. ¿Crees que son solo sexo?
Tragué saliva.
Nunca había pasado del segundo capítulo en uno de esos libros.
Los tenía, claro. Ocultos en la tablet, con títulos como Seducida por el CEO Millonario del Infierno… pero leerlos me daba más vergüenza que placer.
Y aún así, respondí como si estuviera a punto de escribir un ensayo académico.
—El sexo, en la vida de la mujer, suele estar supeditado a los deseos del hombre —empecé—. Y la literatura, como reflejo de la sociedad, así lo trata. Tengo una curiosidad intelectual... y el deseo de mostrar una relación de amor basada en la horizontalidad, claro, si yo fuera la que escribiera esos libros.
Amber asintió.
Nic sonrió.
—¡Uf! No sé cómo llegará a ser eso, señorita Blake… porque para ninguna de nuestros televidentes es nuevo saber que vertical es mucho más divertido.
—¡Uf! —repetí con sorna—. Qué obviedad. Supongo que hablar tanto de estos temas le ha banalizado el sentido del humor.
Me acomodé en mi asiento, la voz firme.
—Pero no me refería al coito. Si no sobre el sexo que sobrepasa la genitalidad.
Nic alzó una ceja.
—¿Sexo con amor? ¿Es que las mujeres que no aman no tienen derecho a disfrutar de su sexualidad?
—Usted sigue subestimándome, gurú del sexo.
—Lo miré de frente—. El “sexo con amor” que usted dice no es cuestión de género, es cuestión de sentimientos. Y no veo por qué negarse al sexo bien hecho… sea uno hombre o mujer.
Amber se enderezó, sonriendo.
—¿Será que tenemos a toda una experta?
Nic se giró hacia los micrófonos con gesto teatral.
—Veamos qué opinan nuestros televidentes. Hablemos de Sexo, te habla el gurú del sexo.
—¡Hola! Soy Mirna —dijo la siguiente llamada, una voz joven y entusiasta—. Me gustan mucho estos libros, y también me gusta el sexo, pero a veces… se pasan. ¡Son demasiado fantasiosos!
—En efecto, Mirna —intervino Amber—. Son fantasías de una mujer para otra mujer. Un regalo de mujer a mujer.
—Sí, pero… me choca que mi novio crea que meter su pene en mi culo es algo por lo que me muero —soltó sin filtros—. Es tentador, pero vamos… a veces duele. Y me da miedo que pase algo espantoso.
Silencio.
Nic, imperturbable, respondió como si hablaran de recetas gourmet:
—Porque no sabe hacerlo bien. El sexo anal requiere paciencia y entrega. Pero si no te gusta, no lo hagas.
Amber añadió con suavidad:
—Recuerda que tú tienes el poder de tu cuerpo. Nadie puede obligarte a hacer algo que no deseas.
—No es que no quiera —explicó Mirna—. Me gusta… a veces. Pero es incómodo. Además, me da miedo que… se me escape un pedo.
Ninguno de los tres pudo contenerse.
Las carcajadas explotaron al aire.
—¡Puede suceder! —dijo ella con un susurro avergonzado—. ¡De hecho, una vez me pasó!
Nic se recuperó primero, riendo aún.
—La verdad no pensé que me dirías algo así en vivo —admitió—, pero estás en lo cierto. Puede pasar. Es natural. ¿Algo más que quieras compartir con nosotros?
—Sí, en esos libros la protagonista gime como diva de ópera. ¡Canta todo el puto abecedario!
Todos rieron otra vez.
Nic asintió, divertido.
—A los hombres nos gusta que griten. Nos excita. Nos da señales de que vamos bien.
—Por los audífonos, se escuchó un sonido de perro jadeando—. Aunque sí… hay quienes exageran más que un cantante de reguetón en vivo.
—Yo apenas gimo —dijo Mirna—. Y mis orgasmos son maravillosos. No necesito hacer una sinfonía en Do Mayor para disfrutar.
—Eso es lo mejor —respondió Nic, esta vez con una sonrisa genuina—. El buen sexo no tiene una partitura única. Para colores, pinturas. Hay quienes gritan, hay quienes no.
Nic se despidió de la oyente y dio paso a una canción para cerrar el bloque.
Pero yo seguía sentada ahí.
Temblando por dentro.
Porque cada palabra de ese programa, cada confesión, cada carcajada, me acercaba más al punto de quiebre.
Y Nic, con su voz, sus ojos, y su maldito control de todo, lo sabía.
Lo peor no era lo que él decía.
Lo peor era lo que despertaba en mí.