**Capítulo 1: El Comienzo**
*Hola, hola... déjenme presentarme.*
Mi nombre es Gabriela Jiménez. Tengo 19 años, mido 1.67, mi piel es blanca con matices bronceados aquí y allá. Llevo el cabello castaño, ondulado, que cae en suaves mechones justo debajo de mis hombros. Mis ojos, de un avellana profundo, a veces parecen cambiar de color según la luz. Mis labios, carnosos y de un rosa amaderado, esconden más historias de las que a veces me atrevo a contar.
Mi figura es esbelta, con curvas que se marcan sin pedir permiso: una cintura estrecha, caderas anchas y un trasero firme, redondo, como esculpido a mano. Mi pecho, pequeño pero orgulloso, encaja perfectamente en la palma de una mano. Llevo en el rostro cinco lunares rebeldes: uno en cada pómulo, uno en la mejilla, uno juguetón sobre la nariz y otro justo encima del labio. Todo el mundo jura que parezco de 14 años, aunque ya he vivido y sentido mucho más de lo que aparento.
Soy extrovertida hasta el descaro, alegre hasta en los días grises, imprudente cuando el corazón me puede, consejera cuando hace falta, psicóloga de ocasión y todóloga de emergencia.
Y esta… esta es la historia de cómo mi vida cambió para siempre.
***
Las ruedas del avión tocaron el suelo de Los Ángeles, y mi corazón retumbó en mi pecho como si fuera a estallar. Cada minuto del vuelo lo odié con pasión, pero ahora estaba aquí, parada frente a la puerta de mi nueva vida.
Mis padres, esos seres tan increíbles como locos, me habían comprado un hogar dos años atrás, cuando les confesé que quería vivir en el extranjero al cumplir los 18. No sabía mucho más, sólo que me habían prometido que sería "perfecto".
Al llegar, lo entendí todo.
Por fuera, parecía un negocio amplio de dos pisos. Pero al cruzar el largo pasillo de entrada, el mundo cambió: un hermoso apartamento se abría ante mí, diseñado como si alguien hubiera arrancado mis sueños y los hubiera plasmado ladrillo por ladrillo.
La cocina era un universo propio: un gran mesón de mármol blanco, estanterías interminables, gavetas ordenadas, un horno reluciente y un refrigerador de dos puertas que parecía un portal a otro mundo. La sala... oh, la sala. Muebles en rosa, violeta y celeste pastel, una enorme alfombra rosada cubierta de pequeñas huellas de perrito negras, una pantalla plana enorme que colgaba como un cuadro en la pared y altavoces distribuidos para envolver cada rincón de música. Incluso había una licorería personal, pequeña pero exquisitamente surtida.
Mi corazón latía cada vez más rápido. Pero no era suficiente. Necesitaba ver más. Necesitaba tocarlo todo para creer que era real.
Corrí hasta la habitación que tenía escrito "NANA" en letras grandes.
La abrí con la emoción temblándome en los dedos... y me encontré con una cama inmensa, de tres plazas, cubierta con sábanas de animalitos kawaii que parecían reírse conmigo. Almohadas normales y otras tantas en forma de banana, hamburguesa, chanchito, batido, Snoopy, jirafa, gatito... me rodeaban como un ejército tierno y absurdo.
Sin pensarlo, me lancé al baño, y fue allí donde terminé de perder la razón.
Una bañera gigante, como de cuento, dominaba el espacio. Había escalones para sentarse dentro, estantes transparentes que mostraban filas y filas de productos de belleza y cuidado: jabones líquidos, jabones en barra, esponjas con forma de animales y comida, cremas corporales de todos los aromas, toallas blancas y de mis colores pasteles favoritos.
Era como si todos los pequeños deseos que alguna vez soñé en silencio se hubieran materializado delante de mí.
Cerré los ojos un segundo, tratando de atrapar ese momento para siempre. Luego, sin pensarlo, abrí la llave de la bañera, dejando que el agua caliente empezara a llenarla lentamente. El vapor subía en espirales suaves, como acariciando el aire.
Me sumergí en el agua, dejé que me abrazara, y sentí las lágrimas de felicidad resbalar por mis mejillas sin pedir permiso.
Mañana seguiría explorando... mañana sería un nuevo comienzo.
Pero hoy... hoy me permitía creer, por primera vez en mucho tiempo, que los sueños sí se cumplen.
Y lo que no sabía era que, entre estas paredes nuevas, también iba a encontrar el amor.
Un amor que ni en mis mejores sueños habría imaginado.