Prólogo

587 Words
**¿Cómo sería tu chico ideal?** Esa fue la pregunta que rondó en mi cabeza durante toda mi adolescencia. Mientras las demás chicas hablaban con certeza de "ojos claros" o "cabellos rebeldes", yo solo podía encogerme de hombros y admitir que no lo sabía. No tenía una lista clara, ni un molde exacto; apenas algunos rasgos sueltos que me hacían voltear la cabeza en ciertos momentos: una sonrisa traviesa, unas manos firmes, una mirada que pareciera atravesarme sin esfuerzo. Pero jamás imaginé cómo se vería todo eso reunido en una sola persona. Jamás, hasta que semanas antes de cumplir 19 años, el destino decidió ponerlo frente a mí. Él era la materialización de todo aquello que nunca supe que anhelaba. Alto —imposiblemente alto— de al menos 1.90 metros, con un cuerpo trabajado no por vanidad, sino por fuerza y disciplina. Sus hombros anchos y su espalda poderosa parecían hechos para sostener mundos enteros. Su piel, de un tono moreno dorado, resplandecía bajo la luz del atardecer, y sus ojos... Dios, sus ojos. De un color miel intenso, como si atraparan rayos de sol en cada mirada. Su cabello castaño, ligeramente largo y rebelde, caía sobre su frente de forma descuidada, como si el viento se empeñara en acariciarlo. Sus labios, de un grosor perfecto —ni delgados ni gruesos—, formaban líneas que invitaban al pecado o, quizá, a la salvación. Cada vez que pasaba cerca de mí, mi corazón latía con una fuerza dolorosa, como si mi pecho fuera demasiado pequeño para contener tanto anhelo. Mis pensamientos se volvían caóticos, infantiles, desesperados. *"¡Me necesito en sus brazos ahora!"*, gritaba mi mente, olvidando cualquier atisbo de dignidad o vergüenza. Y sus brazos... oh, sus brazos. Eran enormes, capaces de envolverme por completo y hacerme sentir diminuta, protegida. Sus pectorales tonificados, su pecho amplio y firme, me provocaban un deseo casi instintivo de esconderme allí, de encontrar un refugio del que nunca quisiera salir. Y luego estaba su trasero, perfecto hasta el punto de la obsesión: firme, redondo, un recordatorio cruel de que la belleza real no siempre es inalcanzable; a veces simplemente pasa caminando frente a ti, ignorando que te acaba de robar el aliento. No me jodan: era un maldito Adonis, una visión mitológica encarnada en carne y hueso. No sabía su nombre, no conocía su voz, pero se había convertido, sin pedir permiso, en una necesidad en mi vida. Me preguntaba quién sería, a dónde iba cada mañana cuando lo veía cruzar la calle apresuradamente, con auriculares puestos y una expresión concentrada. ¿Tendría novia? ¿Sería tan perfecto por dentro como lo era por fuera? A veces, me sorprendía a mí misma imaginando escenarios ridículos: tropezar "accidentalmente" frente a él, derramar mi café cerca suyo para obligarlo a mirarme, o incluso atreverme a decir un simple "hola". Pero la cobardía me anclaba al mismo sitio, a las mismas miradas furtivas desde la distancia. Y sin embargo, cada día que lo veía pasar, sentía que una parte de mí cobraba vida. Como si algo dentro de mí —algo que había estado dormido por años— comenzara a despertar, estirándose lentamente, recordándome que todavía estaba aquí, que todavía era capaz de soñar, de desear, de querer algo con todo el corazón. Quizá nunca sepa su nombre. Quizá nunca sepa cómo suena su risa o cómo es su voz al susurrar. Pero por ahora, verlo pasar era suficiente para encender algo en mí. Algo que me recordaba que estaba viva.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD