Capitulo 7

851 Words
Tercer día… Desperté con la firme convicción de que el universo tenía algo en mi contra. Mi cuerpo ya no dolía: ardía. Cada músculo protestaba, cada hueso pedía vacaciones y mi cerebro... bueno, mi cerebro seguía intentando recordar por qué alguien en su sano juicio abriría una heladería en plena temporada alta sin un ejército de ayudantes. Aceptémoslo: “en los días más soleados, se come más helado.” —Hellen… ¿seguimos vivas o esto ya es el más allá con olor a dulce de leche? —pregunté con voz de fantasma cansado. —Si esto es el cielo, que alguien me cambie el turno —gruñó desde la cocina—. ¡Y hoy toca hacer el doble de mezcla! El doble. Casi me desmayo solo de escucharlo. Pero luego recordé las caras del día anterior: los niños riendo con la boca llena, los adultos volviendo por “solo una más”, las parejas compartiendo cucharitas (y miradas sospechosamente románticas). Y sentí ese calorcito otra vez. Esa mezcla de orgullo, miedo y adrenalina que me hacía seguir. Todo esto valía la pena, y sé que grande será la recompensa. Mientras revolvía la base de vainilla en la máquina, una idea me golpeó de pronto. —Hellen, escúchame: ¿y si mañana hacemos una cata? Una “noche de helados experimentales.” —¿Helados experimentales? —repitió arqueando una ceja—. Suena a que vamos a intoxicar al pueblo. —¡No! —reí—. Suena a que la gente probará sabores nuevos y nos ayudará a elegir el próximo lanzamiento. ¡Interacción, mercadeo, emoción! —O caos. —O caos —asentí—, pero del sabroso. —Sí, definitivamente, pero... ¿no crees que estamos yendo muy rápido? Al punto de que estaremos mordiendo más de lo que podemos masticar —dijo mirando a la nada, dramáticamente. Nos miramos y sonreímos. Ya sabíamos la respuesta. --- Esa tarde, entre risas, manchas de chocolate y clientes felices, sentí algo diferente. Ya no era solo nuestra pequeña heladería. Era un lugar que estaba empezando a tener alma. Y mientras cerrábamos, exhaustas pero radiantes, pensé que tal vez abrir un negocio no se trataba solo de vender helado… sino de servir pequeños pedacitos de felicidad fría en un mundo que a veces se derrite demasiado rápido. —¿Sabes qué, Hellen? —dije, cerrando la caja registradora. —¿Qué? —Creo que este sueño ya no es una locura. —Nah —respondió ella con una sonrisa—. Sigue siendo una locura. Pero es nuestra locura. Y sabe a caramelo salado. --- Al día siguiente, la heladería amaneció con un aire distinto. El letrero que colgamos en la puerta decía, en letras color pastel: “Noche de helados experimentales — entrada libre (valentía obligatoria).” Hellen se cruzó de brazos, observando la fila que empezaba a formarse antes de abrir. —No puedo creer que haya gente dispuesta a probar tu invento de “menta con jengibre”. —Es una propuesta arriesgada —dije muy seria—. Como el arte contemporáneo, pero con más azúcar. La risa se nos escapó antes de poder contenerla. Cuando las luces bajaron un poco y el primer grupo de curiosos entró, sentí una mezcla de pánico y emoción. Era como presentar un concierto… solo que los instrumentos eran cucharitas y las notas, cucharadas heladas. Los sabores desfilaron: maracuyá con mango, café con menta, mango y sal negra. Algunos causaron caras de sorpresa, otros carcajadas y unos cuantos aplausos sinceros. Y en medio de todo, la heladería vibraba con algo que no se podía medir: alegría pura. Esa noche, al cerrar, Hellen me dio un pequeño golpe con el codo. —Te lo concedo: fue un éxito. —¿Ves? Te dije que no era locura. —No. —Sonrió—. Es magia. Pero con refri. Y por primera vez, sentí que estábamos construyendo algo más que un negocio. Estábamos construyendo recuerdos… sabor por sabor. --- La limpieza siguió sin problema. Al terminar, estábamos agotadas. El día fue increíble, pero nada quita que, aun así, se hace mucho esfuerzo en cada interacción. —Hellen, sé que ya habíamos hablado de esto, pero toma, mi querida niña —estiré mi brazo mostrando un sobre—. Es mi regalo por todo lo que estás haciendo por mí. Sé que estás dejando tus trabajos y asuntos por asistir a esta locura dulce y colorida. Por eso, mi pequeña, esta unnie te está premiando por tu gran dedicación y compromiso —sonreí. —No hacía falta, Gaby, pero ya que insistes, lo tomaré. Aunque me ofende muchísimo —dijo conteniendo la risa—. Laptop nueva, ahí te voy. Continuamos charlando hasta cerrar el local y salir rumbo a casa. Supongo que así serán los primeros tres meses: mucho trabajo, poco sueño, y una mezcla constante de cansancio y emoción. Hasta lograr la estabilidad deseada y, al fin, ver las ganancias reales… Pero de momento, no quiero pensar en nada más que en cerrar los ojos y dormir. Zzzzzzzz…
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