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Matrimonio falso con el CEO

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Allan De Assis es un hombre arrogante y frío, dispuesto a hacer lo que sea necesario para conseguir sus objetivos. A la vista del mundo entero es un mujeriego sin remedio, a la vista de todos menos de su padre.

Tras descubrir que está al borde de la muerte Cassiano toma una decisión drástica y decide conseguir a una mujer que pueda ser un verdadero desafío para su hijo.

En su camino se topa Luciana, una chica que está a punto de entregar sus votos y encomendar su vida a Dios, pero que tiene una razón que la mueve incluso más, recuperar a su hermana.

Estará dispuesta a hacer lo que sea necesario con tal de dar con su paradero, incluso si eso significa firmar un matrimonio por contrato.

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Capítulo 1 "Voy a conquistar a su hijo"
Se escuchan las campanas en el cementerio, me limpio las lágrimas del rostro y trato de calmar mi corazón. Cada vez que visito sus tumbas me invade el mismo sentimiento de tristeza, me resulta difícil lidiar con mi vida desde que no están presentes. El único recuerdo que los mantiene vivos es Julia, mi querida Julia. Aunque no sepa dónde está, no sale de mi memoria ni un solo día. —El día está tan hermoso, debería ser un pecado llorar —de su boca salen puras idioteces, levanto la mirada con desprecio, ya que estoy arrodillada frente a la lápida. —Tu presencia debería ser un pecado, una abominación —me quejo dando los primeros pasos en su dirección. —No deberías ser tan dura conmigo, soy un fiel sirviente —camina detrás de mí. —¿Fiel sirviente? No lo creo, te veo como una criatura oscura —me burlo y una media sonrisa escapa de mis labios. En realidad, si estoy siendo un poco dura, pero cuando se trata de Gabriel no puedo ser de otro modo. Mis padres le hicieron prometer que, si algún día ya no estaban en este mundo, cuidaría de nosotras y así fue desde su muerte. Los primeros meses después de la muerte de mis padres fue un periodo difícil, nos mudamos con los huérfanos de la iglesia y Gabriel como sacerdote tenía muchas ocupaciones, pero una vez al día pasaba para vernos a ambas. Una mañana nos despertaron con la sorpresa de que iríamos a visitar un acuario, la primera vez que veríamos una cantidad de peces y criaturas del mar. Julia estaba emocionada, es mi hermana menor y por supuesto que al ser la más pequeña le emocionaba mucho más. Le hacía ilusión ver un pez globo y mientras que entrabamos por un amplio pasillo, ella inflaba sus mejillas tratando de imitarlo. Lo habíamos visto en las películas infantiles, de las pocas que teníamos en unos discos y repetíamos cada fin de semana. A mí me emocionaba ver un delfín, en aquel entonces pensaba que era el animal marino más hermoso que podría verse. Cuando nos paramos frente al vidrio gigante que mostraba los millones de peces de colores me quedé fascinada, todo eso era un mundo nuevo para explorar a la vista de una niña. No me di cuenta en qué momento Julia ya no estaba ahí, bastó un momento perdiéndome entre los colores para que ella desapareciera de mi vista para siempre. Gabriel junto con las monjas que nos habían llevado la buscaron por todo el lugar, el altavoz dijo su nombre y las personas que estaban cerca también colaboraron en la búsqueda; sin embargo, no había rastros de mi hermana. Trataron de tranquilizarme, me dijeron que le rezara a dios y que el día menos pensado, Julia aparecería por la puerta con una enorme sonrisa de brazos abiertos dispuesta a abrazarme. Ahora siendo una adulta me doy cuenta de que solamente era una excusa para que dejara de preguntar, porque no sabían qué decir ante mis insistentes preguntas. Estoy a tres días de entregar mi alma y mi vida completa a la iglesia, al camino de Dios. Nunca salí del orfanato, a medida que iba creciendo y los demás niños eran adoptados, me fui sintiendo cada vez más sola. Mi único consuelo era la biblia y mis esperanzas por volver a ver a mi hermana, que nunca las perdí. Llegué a la iglesia, las personas ya se estaban retirando, hoy me tocaba a mí hacer la limpieza de la casa de Dios. Esperé hasta que la última persona saliera, Gabriel estaba sentado en una de las últimas bancas, con la biblia en mano y la mirada perdida entre las páginas. —Es mejor que te vayas a la capilla, necesito dejar todo el orden —le pido en un tono cortante. —¿Me guardas rencor por no haberla encontrado? —pregunta cerrando la biblia. —Pienso que la casa de Dios no es un lugar para hablar sobre esos temas —confieso apoyada en una escoba— Pero, ya que tienes curiosidad, no te guardo rencor; sin embargo, estoy segura de que no hiciste lo suficiente para encontrarla y si tuviera la oportunidad aquí delante de Dios te juro que estaría dispuesta a hacer lo que sea para recuperarla. —Lo lamento Luciana —expresa con aflicción reflejada en la mirada. Un silencio abrumador se apodera de la iglesia, cruzamos una mirada cuando pasa por mi lado y lo veo irse. Siento dolor en mi corazón, no quiero aceptar que hizo lo que estuvo en sus manos, puede ser un poco contradictorio, pero hay confusión en mi interior. Quiero creer que la razón por la que no encontraron a Julia es porque no hicieron lo suficiente, que sigue con vida, donde quiera que esté y que se encuentra bien. Sin embargo, culpar a Gabriel por esto es el acto más cobarde con el que cargo sobre mis hombros, yo sé que él rezaba por encontrarla sana, que quería cumplir con su promesa a mis difuntos padres. Dejo a un lado los pensamientos, fue un día lleno de tristeza y seguir dándole vueltas al asunto solamente me hará sentir peor. Me dedico a sacar el polvo con la escoba, cuando está todo limpio recuerdo que el confesionario es el único lugar que aún no limpio. Entro y me dejo caer un poco exhausta sobre el asiento, el sitio es oscuro, pero en el silencio del lugar se vuelve relajante. Cierro mis ojos, entonces escucho que se aclaran la voz, al abrirlos veo un hombre de traje parado frente a la pequeña ventanilla que está cubierta por una tela oscura. —Sacerdote, he venido a confesarme, hoy aquí delante de Dios quiero dejar mis pecados —habla afligido. Sé que no es correcto permitirle continuar hablando, después de todo no tengo el poder de otorgarle el perdón divino, ni siquiera debería estar aquí adentro. Sin embargo, se le escucha una tristeza genuina, es un alma sufrida que necesita sacar lo que lleva dentro y no me atrevo a hacer más que escuchar. —No sé por dónde debería de empezar, llevo la vida que cualquier mortal desearía, tengo dinero suficiente para no necesitar trabajar en lo que me resta de vida, más he fallado como padre —veo a través de la tela como limpia sus lágrimas— Mi hijo, Allan, es un mujeriego sin remedio y tengo presente que es el ejemplo que le di toda una vida. Más ahora que estoy en mi lecho de muerte con un cáncer consumiéndome lentamente, no quiero para él esa vida, no podrá mantener la empresa y mucho menos administrar una fortuna. Un gran suspiro escapa de sus labios, baja la cabeza apoyándola sobre sus manos juntas, tal vez en medio de la confesión quiso dejar unas oraciones a Dios. No sé qué tan difícil sea administrar una fortuna, pero estoy segura de que a su hijo si es un mujeriego sin solución no le importará mucho. —Le pido a Dios hallar a una mujer que sea un verdadero desafío para mi hijo, estaría dispuesto a darle lo que quisiera a cambio de que haga de mi hijo un hombre digno —termina por decir con un gesto de súplica reflejado. Esta es la señal que Dios me está enviando para que sepa que aún hay maneras de recuperar a Julia, espero a que el hombre se ponga de pie, mira extrañado porque en todo el tiempo que estuvo hablando no obtuvo respuesta; sin embargo, sale de la iglesia. Voy corriendo a la capilla, justamente donde se encuentra Gabriel con su biblia, me mira extrañado porque llegué corriendo y se pone de pie. —Gabriel, si aún quieres enmendar el haber perdido a mi hermana hace años atrás, estás a tiempo —trato de recuperar la respiración. —¿Qué quieres que haga? —se encoge de hombros desanimado. Lo tomo del brazo y lo llevo a la puerta de entrada, donde el hombre aún está apoyado en su automóvil con un cigarrillo en los dedos. Cruzamos miradas, me observa con detenimiento en busca de una explicación, por supuesto que sí quiero su ayuda tendré que decirle la parte del confesionario, lo que probablemente sea una buena razón para su enojo. —Este hombre vino a confesarse hace algunos minutos, dijo que necesita una mujer que resulte un desafío para su hijo —explico rápidamente ganándome una mirada de desapruebo. —Estuviste metida en el confesionario, aun cuando sabes que no se debe, ya no eres una niña Luciana —me regaña frotando su frente— ¿Qué esperas que haga? ¿Acaso no te das cuenta de que ese hombre es de la ciudad y que tiene demasiado dinero? —Dijo que está dispuesto a dar lo que sea por la ayuda de esa mujer —insisto con los puños presionados— Solamente vas a ir y vas a presentarme con ese hombre. —¿Y qué se supone que debo decirle? ¿Aquí está su encargo? —rodea los ojos y está a punto de darse la vuelta para marcharse. —Tienes que presentarme como una monja, la mujer pura que se supone que soy —fijo mi mirada en la suya— Hazlo por Julia, voy a traerla de regreso a casa. No parece estar convencido, sin embargo, lo hace, se acerca al hombre y yo camino varios pasos detrás. En cuanto ve que nos acercamos, lanza el cigarrillo al suelo, lo aplasta con la punta de su zapato y le extiende la mano a Gabriel que la estrecha enseguida. —Padre, lo noté bastante callado en el confesionario, quiero agradecerle por escucharme en un momento tan difícil de mi vida, le juro que no sé cómo lidiar con tanta presión —suspira y fija su atención en mí. —En realidad quise salir para presentarle a Luciana, es una joven monja y creo que puede ayudarle en su problema —se limita a decir Gabriel tomando distancia entre nosotros— Los dejaré para que puedan hablar. —¿Y bien Luciana? ¿Cómo puedes ser de ayuda? —pregunta con su completo interés puesto en mí. —Yo voy a conquistar a su hijo, tal y como desea haré que se enamore de mí, pero a cambio usted encontrará a mi hermana —exijo cruzada de brazos. Me analiza de pies a cabeza, mira mi túnica y escapa una sonrisa burlona de sus labios. Por supuesto, cree que una mujer que viste cubierta de pies a cabeza no tiene atractivo alguno, es el pensamiento de los hombres mundanos. Suelto una leve risa, basta con que deje mi cabello largo al descubierto, por supuesto que mi rostro tiene su atractivo, pero mi cabello largo hace que me vea como una mujer completamente diferente a lo acostumbrado. —Tienes tu atractivo, pero primero debo verte con ropa normal —abre la puerta del automóvil— Sube, pondremos a prueba tu talento y entonces te daré mi respuesta final.

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