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1164 Words
Intentando anular el bullicio que provenía de la cocina de la casa de su madre, Makena se había encerrado en su antiguo cuarto para desplegar todo el material que se había enviado a sí misma. Estando en Boston, con su habitual obsesión por planificar todo, había contactado a las bibliotecas, municipalidades y hasta museos históricos solicitando copias de todo el material que tuvieran de la familia Guerrero y De Alzaga. Su madre le avisaba de vez en cuando que había recibido un nuevo paquete, pero nunca imaginó que sería tanto. Su plan le había otorgado una semana a la lectura preliminar pero a juzgar por la cantidad de encomiendas que había sobre su escritorio el primero de los plazos para terminar su tesis ya estaba equivocado. Había pasado todo el día clasificando la información y aún no tenía muy en claro por donde comenzar. Su estómago comenzó a reclamarle y en ese momento se percató de que la casa se encontraba demasiado silenciosa. Se asomó al pasillo y las luces estaban apagadas. Algo sorprendida llamó a su madre sin obtener respuesta. Llegó a la cocina y un pequeño trozo de papel escrito en lapicera le rememoró su adolescencia, tiempo en que su madre solía dejarles notas similares señalando a qué hora regresaría. El mensaje anunciaba que había ido a la casa de Norma. Sonrió porque de repente le apeteció ir a ver a aquella mujer, que había sido no sólo la mejor amiga de su abuela, sino la vecina que recordaba de toda su infancia. Norma las había cuidado a ella y a sus hermanas cada tarde luego del colegio. Recordaba sus chocolates calientes y las galletitas “Coquitas”. Recordó que las ayudaba con la tarea y las dejaba ver la telenovela de Ana Colchero, “Alondra”. ¡Cómo le gustaba aquel programa!, recordó con una sonrisa. Norma había obrado como una abuela postiza y la posibilidad de volver a verla la llenó de alegría. Ni siquiera se bañó, se cambió la remera verde por una blanca, se ató el cabello con un nuevo lápiz y luego de colocarse su campera de jean y salió de su casa para tocar el timbre de la casa en la que pasaba casi todas sus tardes siendo una niña. Las paredes se encontraban recientemente pintadas y el timbre había sido reemplazado por un portero con cámara mucho más moderno, pero su voz sonó tan nítida como en el pasado. -¡Hola Make! ¡Qué alegría que hayas venido!- le dijo con genuino entusiasmo y antes de que ella pudiera responder se escuchó que cortaba el teléfono. La puerta de entrada se abrió segundos después y su hermana Mercedes la invitó a pasar. La mesa del mismo comedor en el que antes merendaban albergaba masitas, medialunas y tazas de té vacías, sus hermanas y su madre charlaban animadamente y en el mismo lugar en el que se sentaba antes, Norma la miraba con luminosidad y alegría. Llevaba el cabello blanco, la piel arrugada y las manos huesudas, como si los años se hubieran multiplicado para ella, pero su sonrisa estaba intacta y el abrazo que le pudo dar la transportó inmediatamente a un tiempo en el que el miedo desaparecía con sólo cruzar aquel umbral y la infancia se llenaba de buenos momentos para recordar. -¡Hay Make, lo linda que estas!- le dijo Norma con los ojos vidriosos, sin soltarle la mano. -Gracias Norma, vos no te quedas atrás.- le respondió Makena con una sonrisa en sus labios. -Estoy vieja, querida, pero feliz.- le respondió la anciana imitando su sonrisa. -Me alegra tanto escuchar eso, se te ve feliz.- le respondió Makena. -Pero contame que te trae por Buenos Aires. ¿Vas a quedarte? - le preguntó Norma con curiosidad. - No, no creo. Vengo para escribir mi tesis. Por suerte ya terminé de cursar la facultad y si todo va bien, en un par de semanas regreso para graduarme. Mi idea es conseguir alguna de las pasantías para las que apliqué en Boston.- le explicó Makena tomando asiento en una de las sillas vacías. -¡Qué pena que no te quedes! Sabes que uno de mis hijos tiene en editorial y estoy segura de que estaría feliz de recibirte.- le dijo Norma mientras le servía una taza de té y le acercaba un plato con comida. -Te lo agradezco mucho, pero no se si puedo regresar. Tengo mi vida allí, me acostumbré y me gusta.- le dijo Makena bebiendo el exquisito té. -Pero acá también te gusta. ¿O me equivoco? - le preguntó tan asertiva como la recordaba. Makena sonrió, pero no le respondió. Por supuesto que le gustaba, pero se había ido porque extrañaba demasiado a su padre, porque todo le recordaba a él y porque sentía que ya no había nada que la retuviera realmente. -Está bien, no hace falta que me respondas. Tu mirada siempre me dijo mucho más que tu boca. - le dijo la mujer volviendo su vista a su taza vacía. -Ahora contame, ¿de qué es la tesis que estás preparando?- preguntó cambiando la intensidad de la conversación. -En un principio iba a ser de la emblemática Felicitas Guerrero, pero el otro día, justo antes de regresar, tuve una idea. Me acordé de una amiga de ella, Alina Cáceres. Recordé que formaba parte de su círculo íntimo y también que su historia terminaba con el fatídico asesinato y entonces quise concer más. Creo que puede haber algo interesante allí. - explicó Makena a las mujeres de la mesa que la escuchaban con entusiasmo. -¿Qué fue de ella?- le preguntó Mercedes interesada. -Eso es lo que quiero averiguar. Tengo bastante material de su vida junto a Felicitas, pero casi nada de lo que le ocurrió después. Se que a lo mejor es un poco ambicioso pero me gustaría intentarlo.- respondió haciendo una mueca con su boca, la misma que solía hacer cuando algo le deba un poco de temor. -¡Me parece fantástico!- exclamó Norma y comenzó a levantarse. -Y es más, tengo la persona indicada para ayudarte.- agregó buscando entre las hojas de una agenda. -No necesito ayuda, trabajo sola Norma, pero gracias.- le respondió Makena sin terminar de entender. -Es una investigación y se quien puede ayudarte. Mi nieto es periodista y por una desafortunada circunstancia va a tener unos días libres. No creo que tenga problema, es un encanto, ya vas a ver.- le dijo la mujer comenzado a marcar un número en el antiguo teléfono de línea que aún conservaba en el living. Makena quiso seguirla pero sus hermanas continuaron haciéndole preguntas y sus voces le impidieron escuchar la conversación. Decidió que no quería contradecir a la mujer que la había cuidado durante tantos años, a lo mejor su nieto le decía que no podía y si no, siempre podía encontrar una buena excusa. Al fin y al cabo se había vuelto experta en ello.
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