CÓMO SE ARRUINÓ MI VIDA

1661 Words
Poco más de dos años antes... 🩰 ~AILÉN MITCHELL~ 🩰 Desde que tenía siete años -cuando entré a mi primera escuela de verano de baile-, mi vida ha sido el ballet y mi sueño, convertirme en la bailarina estrella de La ABA (Academia de Ballet Americano), la compañía de ballet con más prestigio en Nueva York y el país entero, y la tercera a nivel mundial. A los dieciocho años entré a la compañía para formarme profesionalmente siendo solista y, ahora, a mis diecinueve, luego de tantos sacrificios y una vida esclavizada por la disciplina que conlleva convertirse en la mejor, la oportunidad de lograrlo finalmente llega con la audición que he presentado hace un par de días atrás. Se supone que este será el mejor día de mi vida, porque estoy segura de que veré mi nombre en el primer lugar de la lista de audiciones, siendo la bailarina estrella para la nueva temporada de invierno con la obra clásica de Giselle, pero desde que me he despertado, me he sentido estresada y las cosas no han salido tan bien, por uno que otro percance «Ojalá alguien me hubiera dicho cuánto estrés conlleva cumplir los sueños; desde que uno los pone en marcha, hasta que finalmente está a punto de verlos cumplidos». He pasado semanas practicando arduamente, durmiendo muy muy poco y comiendo todavía mucho menos, para poder estar lo suficientemente flaca, como para entrar en esos diminutos vestidos de ballet y ser lo bastante ligera para que Chris, mi compañero de baile, pueda levantarme en el aire y hacer piruetas, sin dejarme caer. Y ahora estoy aquí, sentada detrás del volante de mi viejo sedán y todo parece ir mal. Presiono el botón de arranque. No pasa nada. —Oh, por favor. No me hagas esto —gimo, presionándolo de nuevo. El tablero permanece oscuro y el motor aún no ha cobrado vida mientras sigo presionando el encendido. —¡No! —grito, golpeando mis manos contra el volante. Frustrada, le doy un último golpe al botón de encendido y el motor del Sedán finalmente ruge, devolviéndome el alma y la felicidad al cuerpo. —¡Sí! —exclamo emocionada y pongo el auto en marcha para adentrarme en las calles del Bronx y dirigirme al centro de la ciudad. [...] La primera hora en la compañía la tomamos para calentar y prepararnos. Después, pasamos a una de las salas de ensayo con la señora Macintyre, una de nuestras maestras. La tensión es palpable en el aire mientras practicamos nuestras piruetas. Todas las solistas estamos inquietas por ver ya ese listado; ¿Quién será la nueva bailarina estrella y quiénes formarán parte del elenco secundario? «Espero que Daniela esté dentro». Dos horas de ensayo parecen una eternidad, pero finalmente pasan y, al salir de la sala, anuncian que los listados ya están publicados. Decir que nos comportamos como niñitas de escuela que salen corriendo porque están regalando helados, es quedarme corta. El barullo se forma en el pasillo, porque todas queremos ser la primera en ver quién se ha quedado con el papel. Aspiro una bocanada de aire, profunda y muy necesaria, y me obligo a tranquilizarme, a pesar de que ya estoy temblando y siento mis piernas flaquear por los nervios. Algunas ya se me han adelantado y buscan sus nombres en los listados, así que tengo que abrirme paso para poder llegar a la pared en la que las listas están pegadas y poder leer. Ni siquiera he logrado ver la primera letra, cuando Daniela, mi mejor amiga y compañera, me abraza y me felicita, sorprendiéndome. Además de ella, las otras chicas que están alrededor también comienzan a abrazarme y felicitarme. Es entonces que, por encima del hombro de la que me está abrazando en ese momento, miro la primera lista y encuentro mi nombre al lado del personaje protagónico: Ailén Mitchell || Giselle Daniela, que ha conseguido el papel de Myrtha, reina de las Willis, y las otras chicas que también han conseguido un papel en la obra, me convencen de ir a celebrar con ellas. «¿Por qué no?», me digo. Después de todo, me lo merezco, ya que me he esforzado durante mucho tiempo. Necesito relajarme aunque sea un poco. Mañana continúo con mi disciplinada vida entregada al ballet. Primero vamos a cenar a un restaurante bastante conocido de Manhattan y luego nos vamos a un bar. Yo no bebo, puesto que ando en mi coche y no soy una persona irresponsable. Pero sí me dedico a bailar al ritmo del techno hasta que mi cuerpo ya no puede más y decido que es hora de regresar a mi departamento a descansar. Me despido de las chicas, salgo del bar y me subo a mi coche, todavía sonriendo de felicidad y sin poder creer que de verdad lo he obtenido. Antes de encender el coche, observo la hora en el tablero. Marca las once treinta y dos, y me pregunto si mi padre se dignará en responder mi llamada para contarle las buenas nuevas. Nuestra relación no es la mejor. Nunca lo ha sido, desde que yo tengo memoria, pero ya que es mi única familia en este mundo, quiero compartir con él mi logro e imagino que le va a alegrar tanto como a mí. Finalmente, decido llamarlo. Extrañamente, me responde luego del tercer pitido. El mejor logro hasta el momento, ya que normalmente debo realizar varios intentos de llamada para poder hablar con él. —¿Hola? —Escucho su voz desde el otro lado de la línea. —Hola, pa. ¿Cómo estás? ¿Te he despertado? —No. Ando cenando con Janine y con Melissa, para celebrar que Meli finalmente se graduó del instituto —dice. Janine es mi madrastra y Melissa su hija, o sea, mi hermanastra e hijastra de mi padre, a quien parece apreciar más que a su propia hija—. ¿Ocupas algo? Aprieto una sonrisa, un tanto decepcionada, pero luego me digo que nada va a cambiar mi buen humor, ni va a opacar mi gran momento. —Solo te llamaba para contarte que finalmente lo he logrado —anuncio, con una enorme sonrisa que se extiende por toda mi boca e ilumina mi rostro—. He conseguido el papel protagónico en la próxima obra de la compañía y... —¿Ah, sí? Qué bien —murmura, no tan emocionado como se espera que un padre esté por los logros de su única hija—. Me alegro por ti. El ánimo se me cae al suelo, sintiendo que mi alegría y entusiasmo se desinflan como un globo. La verdad es que, tontamente, sí esperaba que se alegrara por mí, pero, bien. No es algo que no imaginara que iba a pasar, tampoco. —Oye, ¿podemos hablar luego? El postre viene llegando y no puedo seguir al teléfono. Exhalo un aliento, decepcionada, y asiento. —Por supuesto. Felicítame a Meli. Ni siquiera obtengo una contestación del otro lado. Antes de que termine la oración, la llamada se corta y lo único que puedo escuchar es el pitido que indica que mi padre ya me mandó a volar. Trago el nudo que se está formando en mi garganta y, antes de que siga pensando demasiado en esa llamada, arrojo el teléfono en el asiento del pasajero y arranco el coche para salir del aparcamiento y regresar a mi apartamento. Mientras conduzco, voy imaginando cómo podría haber sido de diferente mi vida si mi madre no hubiese muerto mientras me daba a luz. Quizá ella sí se sentiría orgullosa de mí y celebraría mis logros. Probablemente, ella habría estado en cada una de las obras en las que he participado durante toda mi carrera como bailarina, animándome y dándome todo su apoyo, sobre todo en los momentos de fracaso en los cuales creía que no podía más y quería rendirme. Para mí, el ballet es lo más importante porque ha sido mi refugio y lo que ha llenado siquiera un poco del vacío que he sentido dentro de mí durante toda mi vida. Para mi padre, el ballet ha sido la forma en la que se ha deshecho de mí y se ha desentendido de sus obligaciones. Cada internado de ballet en el que me metió durante mi niñez fue la excusa perfecta para que yo estuviera entretenida y no le estorbara para realizar su nueva vida: Una vida en la que yo nunca he tenido lugar. Aunque nunca lo ha dicho, estoy segura de que me culpa por la muerte de mi madre y no me soporta, porque yo soy su vivo retrato y verme, es como recordarle ese amor que perdió muy pronto, arrebatado por una hija a la que nunca ha querido y que hubiera preferido que muriera durante el parto en vez de su esposa. Embargada por un dolor que me quema el pecho, resollo para contener el llanto y aprovecho estar detenida en un semáforo en rojo para limpiar las lágrimas que se han escapado de mis ojos y resbalan por mis mejillas. Soy la única en ese semáforo. La luz cambia a verde y avanzo, mientras me doy ánimo y me digo que no importa. He conseguido lo que quiero y ni la indiferencia de mi padre me lo va a arrebatar. Voy a mitad de la intersección, con una sonrisa de orgullo floreciendo en mi boca, cuando siento el impacto a mi lado. Mi viejo Sedán da vueltas en la avenida. Escucho el estruendo del metal y el hierro siendo aplastado por los golpes que da cada vez que choca contra el duro asfalto, el de los vidrios estallando y haciéndose añicos, y, al final, antes de que mis ojos se cierren, arrojándome a la bruma de la inconsciencia, un pitido ensordecedor. Mi sueño de ser la estrella de la ABA y mi futuro prometedor, se destruyen, tal y como se ha destruido mi viejo Sedán.
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