Tiempo actual...
🥃 ~VIKTOR DRAYTON~ 🥃
Sentado ante el escritorio de mi oficina en la sede de Industrias Drayton, cuelgo el teléfono y me reclino contra el respaldo de la silla y junto los dedos formando un triángulo bajo mi barbilla, al tiempo que evalúo a conciencia los pensamientos perturbadores que tengo en la cabeza.
Sé que estoy mal, pero no puedo evitar odiar a mi padre, sobre todo cuando lo veo pavonearse frente a mà con sus aires de superioridad y todo poderÃo, suponiendo que todo, absolutamente todo lo puede arreglar con dinero, tal y como siempre lo ha dicho y ha hecho. Pero lo que más me hace odiarlo es recordar lo que hizo. Creo que nunca podré perdonarlo por ello. Sin embargo, la parte sosegada de mi mente me dice que no piense de esa forma, porque es mi padre y no puede haber rencillas entre padres e hijos. Pero... Es tan difÃcil no sentirlo.
A pesar de que han pasado dos años de ello, esa rabia contenida que siento contra él no ha disminuido ni un poco. Lo odio tanto como odio ser un Drayton.
Odio llevar este maldito apellido encima, siempre lo he odiado, desde que tuve conciencia de lo que significaba ser un Drayton.
Hasta el sol de hoy, no entiendo cómo es que sigo sometido a cumplir su voluntad, especialmente, lo que se refiere a ese maldito matrimonio que me obligó a contraer con esa chica a la que le desgracié la vida. Bueno, aunque no me voy a victimizar negando la verdad, y la verdad es que la mayor razón por la que terminé aceptando fue para no ir a la cárcel. Es algo de cobardes, lo sé. Pero, ¿quién no tomarÃa el salvavidas que le lanzan, para salvarse y no terminar ahogado?
Durante todo el dÃa, aunque fÃsicamente mi cuerpo se ha visto obligado a asistir a varias reuniones, mi mente no está ni mucho menos presente en ninguna de ellas. Desde aquel dÃa que todo cambió, mi vida ha sido asÃ. Mis pensamientos se han vuelto escenas angustiosas y nauseabundas que me oprimen el corazón cada minuto que pasa.
Luego de terminar una conferencia telefónica con un cliente potencial, me levanto de la silla y me pongo a dar vueltas por la oficina, preguntándome hasta cuándo va a continuar esto. Desde arriba contemplo las calles caóticas ya por ser hora punta, y decido que me voy a largar de este lugar para ir a un bar.
Sé que con lo que pasó, deberÃa de haber cambiado y ni siquiera acercarme a una botella de alcohol, pero me es imposible. Emborracharme es lo único que me ayuda a olvidar. Por eso, la única responsabilidad que he tomado es no volver a tocar un timón y emplear a un chófer que me lleve a todos lados.
Antes de que pueda llevar a cabo mi decisión, la voz de mi secretaria suena a través del intercomunicador e interrumpe mis pensamientos turbulentos.
—Señor Drayton, le hablan del hospital St. Patrick.
Me doy la vuelta y miro fijamente el teléfono. Aunque un subidón de adrenalina me recorre el cuerpo, mis facciones no muestran más que calma. Antes de responderle, vuelvo despacio a mi escritorio, me quito la americana y la dejo sobre la silla. Al mismo tiempo, me aflojo la corbata y suelto un suspiro pausado, echo los hombros hacia atrás y presiono el botón del intercomunicador.
—Pásame la llamada, Natalie. Gracias.
Con la mandÃbula apretada y el cuerpo tenso, espero a que hablen del otro lado.
Nunca me llaman más que para confirmar los pagos cada mes, y esta no es fecha de pago, asà que lo único que puedo imaginar es que me han llamado para darme la noticia que he esperado durante estos dos largos años: Que la chica ha muerto y al fin soy libre.
—Hola, buenas tardes, señor Drayton. —Hablan desde el otro lado.
—Buenas tardes —respondo, ansioso.
—Le llama Ana Parker del Hospital St. Patrick, para informarle que su esposa —mi pulso se agita—, la señora Ailén Drayton —los latidos de mi corazón se desbocan—, finalmente ha despertado.
Trago con dificultad: el anuncio de la mujer arde en mis orejas y el susurro insidioso se expande como ácido en mis pulmones. Un dolor agudo, profundo y brutal, se extiende por mis venas como si fuera una infección.
Levanto el brazo libre y paso mi mano por mi pelo, con inquietud.
—¿Qué es lo que ha dicho? —pregunto en voz baja, torturado por la confusión.
—Que su esposa ha despertado. Asà que necesitamos que venga cuánto antes al hospital par...
Ni siquiera dejo que la mujer termine de hablar, cuando cuelgo el teléfono y tomo mi americana para salir de la oficina disparado como una bala.
Mientras avanzo, ignorando a todos los que me encuentro a mi paso y tratan de detenerme para decirme algo, voy intentando recuperarme del dolor que arraiga en mi pecho.
«¿Cómo puede ser esto posible? Ya pasaron dos años. No es posible que haya despertado, si se suponÃa que iba a morir de un momento a otro».
He esperado tanto, suponiendo otra cosa, y resulta que la situación tomó otro rumbo. ¿Qué se supone que pasará con mi vida ahora?
—¡Phil, prepara el auto! —le exijo a mi chófer desde las puertas de salida del edificio, cuando lo veo apoyado despreocupadamente contra el capó, bebiendo un café.
Phil se despabila, casi tirando su café y asiente, abriendo la puerta trasera para mÃ.
—¿A dónde vamos, señor Drayton? —pregunta mientras me deslizo en el asiento.
—Al hospital. Rápido —apresuro.
Phil cierra mi puerta y corre a la del conductor. Se sube, enciende el coche y lo pone en marcha.
Cuando llegamos al hospital, voy directo al área de información.
—Buenas tardes —jadeo por el esfuerzo que he hecho mientras casi corrÃa hacia aquÃ.
—Buenas tardes —saluda la enfermera que me atiende, con una sonrisa amable.
—Mi nombre es Viktor Drayton. Mi esposa es Ailén Drayton. —Llamarla de esa forma se escucha y se siente raro—. La paciente del 405 que está o estaba en estado de coma. Me han llamado para decir que ha despertado.
—SÃ. El doctor Faberman lo está esperando para hablar con usted. Por favor, vaya a su consultorio y él lo atenderá.
—Gracias.
Con la misma prisa con la que he entrado, avanzo hacia un ascensor, entro en él y aprieto el botón que lleva al segundo piso. Una vez allÃ, busco el consultorio del doctor y entro. Él ya me está esperando.
—Buenas tardes, señor Drayton —saluda, haciendo un gesto con su mano para que tome asiento en una de las sillas frente a su escritorio.
—Buenas tardes, doctor. —Me acerco, le estrecho la mano, saludándole, y me siento en la silla, aunque la verdad preferirÃa quedarme de pie—. Me han dicho que...
Las palabras se me pierden a media oración. TodavÃa estoy impactado.
—SÃ. Esta mañana, su esposa finalmente salió del estado de coma y despertó —dice—. No lo llamamos en ese momento porque ella entró en un estado de crisis y tuvimos que aplicarle un tranquilizante.
—¿Estado de crisis? —murmuro, frunciendo el entrecejo—. ¿Por qué?
—Bueno, es que recuerde que lo que ella está pasando es algo bastante difÃcil de asimilar y todo le ha causado un gran impacto, especialmente el hecho de que no podrá volver a caminar por la lesión en su columna.
Cierro los ojos, me restriego el rostro con ambas manos y exhalo un resoplido de frustración.
—¿Y ya se enteró de...? —Vuelvo a abrir los ojos y lo miro, sin poder terminar la pregunta siquiera.
—No, señor Drayton. Eso es algo que solamente le compete a usted. Por eso he mandado a llamarlo, para que hable con ella y le explique la situación.
Humedezco mis labios y trago, sintiendo un gran peso sobre mis hombros, mi cabeza y mi pecho.
«¿Cómo diablos se supone que le voy a explicar qué durante el tiempo que estuvo inconsciente, se casó con un completo desconocido y que ese desconocido es el mismo hombre que la dejó en ese estado?»
—¿Cuándo lo haremos?
—Ahora mismo. El efecto del sedante ya está pasando y ella estará totalmente lúcida en unos momentos.
—Entiendo.
—Para que sea un poco más fácil, primero entraré yo y luego lo haré pasar a usted, ¿le parece?
—Claro. —Le doy un encogimiento de hombros, porque qué más da. Como sea, esto será una verdadera mierda y no habrá forma de hacerlo más fácil.
Salimos del consultorio y vamos a los ascensores para subir al cuarto piso. Con cada paso que doy, acercándome a esa habitación, mi cuerpo se siente más y más tenso y la opresión en mi pecho se vuelve más intensa.
—Espere aquà —indica el doctor antes de entrar a la habitación.
No puedo quedarme quieto. Los nervios me están carcomiendo, asà que debo moverme de un punto a otro, pareciendo que pronto voy a labrar el suelo.
Los minutos pasan, hasta que, finalmente, la puerta vuelve a abrirse y el doctor Faberman me hace una señal con su mano, para que pase.
—Los dejaré solos para que hablen mejor, pero por cualquier cosa que se presente, recuerde que estaré aquà afuera, junto a las enfermeras.
Asiento con un meneo de cabeza y tomando un hondo suspiro, entro, dispuesto a enfrentar esta situación.
Mis pasos son lentos, y con cada uno, mi respiración se vuelve más densa y pesada.
Una vez que atravieso el umbral de la puerta, mis ojos vuelan hacia la figura en la cama.
La chica yace allÃ, como nunca antes la he visto: despierta.
Su rostro está pálido y el color castaño de su cabello liso extendiéndose a su alrededor como un halo, solo acentúa más su palidez. Unos pómulos altos enmarcan su rostro. Sus labios carnosos se abren y se mueven, y entonces quiero mover mis pies, pero permanecen pegados al suelo, manteniéndome completamente cautivo a su merced.
—¿Quién eres tú? —me pregunta, con semblante confundido.
Inspiro silenciosamente y, sin poder evitarlo, agacho la mirada, sintiéndome absolutamente avergonzado por todo.
Definitivamente, no quiero estar aquÃ, y, mucho menos, enfrentarme a esto. Pero sé que no puedo. Es hora de de enfrentarme a las consecuencias de lo que ocasioné; de atarme mucho más a esta chica a la que he estado atado, esperando que muriera para ser libre, pero que, para mi desgracia, ha sido tan fuerte como para poder vencer todo y regresar a la vida, solo para volver mi ya miserable vida un tormento mucho peor, gracias a mi cobardÃa.
—Soy Viktor Drayton —respondo—. Tu esposo.
Primero hay confusión y contrariedad en su rostro, luego pasa a la risa, irónica.
—¿Qué ha dicho? —murmura, incrédula.
—Lo que has escuchado. Yo soy tu esposo. —Logro dar un paso al frente y me acerco a la cama.
—Por favor, déjese de bromas. Yo ni siquiera lo conozco a usted. ¿Cómo va a ser mi esposo?
Suelto un resoplido y doy otro paso.
—Sé que esto es difÃcil de asimilar —explico y me paso una mano por el cabello, mientras busco las palabras adecuadas—. Pero, asà son las cosas. Estamos casados. Nos casamos hace dos años.
Entre sus cejas aparecen arrugas que denotan su desconcierto.
—Por favor, le pido que se marche. No lo conozco y no tengo idea del porqué está aquÃ, cuando la persona que deberÃa de estar es mi padre.
Trago hondo.
Otro tema delicado, del cual yo debo hacerme responsable.
—Tu padre no va a venir.
—¿Por qué no?
—Porque él fue quien permitió que te casaras conmigo mientras estabas en coma, a cambio de una fuerte cantidad de dinero que mi padre le dio.
Decirle eso es horrible, pero, ver la expresión de su rostro, es todavÃa mucho peor.
Observo cómo su mirada se cristaliza y su labio inferior tiembla. Está a nada de romperse y ponerse a llorar.
Abre la boca, tratando de hablar, pero apenas balbucea unos cuantos monosÃlabos.
—Ailén, sé que esto es difÃcil de creer y asimilar, pero...
—¡Lárguese de aquÃ! —grita, histérica.
—Pero...
—¡Que se largue! —Alza todavÃa más la voz, convirtiéndola en un chillido estridente—. ¡Usted no es nada mÃo y no tiene ningún derecho a estar aquÃ!
Levanto las manos, para pedirle que se calme.
—Ailén, soy tu esposo, y, por ende, soy la persona encargada de absolutamente todo sobre ti y...
—¡Lárguese! ¡Lárguese ahora mismo! —insiste y comienza a berrear, alterada.
Extiende los brazos y busca algo, hasta que al fin agarra una almohada y me la lanza, para dejarme claro que no me quiere aquÃ.
Sé que la situación debe de ser lo más frustrante para ella, pero, aún asÃ, no puedo evitar sentirme molesto por su reacción.
Aprieto las manos en puños y cuadro la mandÃbula, rechinando mis dientes.
Esto será mucho más difÃcil de lo que pensé. Sin embargo, ni yo tengo ánimos de seguir con esta situación tan absurda, y decido que por el bien de ambos es mejor dejarlo aquà y luego ya veremos.
Como sea, aunque ni ella ni yo queramos esto, estamos atados el uno al otro y no hay nada que podamos hacer para cambiar la situación, porque su padre procuró de la mejor manera desligarse de ella y que todo, absolutamente todo lo que pasara si llegaba a despertar, fuera mi maldito problema y no el de nadie más, cuando firmamos ese maldito contrato.