-¿Seguro? Te veo triste.
Sacudí la cabeza, intentando ocultar mis emociones tras una expresión estoica. Aunque no lo quería negar, es que sí me sentía triste, vacío y queriendo nuevamente llorar, pero eso ya sería caer bajo. Si mi padre me mirara, me estaría golpeando y gritando, diciendo lo patético y bueno para nada que era. -No, no estoy triste… solo… conmocionado, supongo. No estoy acostumbrado a este tipo de atención y afecto…-
No podía negar que me sentía un poco solo, y su suave tacto y sus amables gestos me hacían sentir cosas que no había sentido en años.—Simplemente… no estoy acostumbrado a esto… —
Repetí con voz apenas por encima de un susurro. Odiaba sentirme débil, vulnerable. Se suponía que debía ser fuerte, dominante, duro, como mi padre me enseñó. Pero allí estaba, siendo mimado por la persona más pequeña y frágil.
Debería haberle parecido degradante, vergonzoso, pero por alguna razón no fue así. Era agradable, incluso reconfortante. Me gustaba tener su atención, su cariño. Quería más de eso. —¿Quieres otro apapacho?—
Mis ojos se abrieron de par en par por la sorpresa y mi corazón se aceleró nuevamente ante su oferta. Verla con una sonrisa en su rostro y con los brazos nuevamente extendidos. —¿Otro abraz—
No tuve que pensarlo mucho. En una fracción de segundo, estaba acortando la distancia que nos separaba y volviéndolo a abrazar. Era como un hombre desesperado, hambriento de cualquier pizca de contacto o afecto que pudiera obtener. Enterré mi cara en su hombro y la abracé con fuerza. —Sí... por favor.—
La abracé fuertemente; mi cuerpo se apretó contra el suyo. Inhalé su aroma y lo grabé en mi memoria. Ese momento, esa sensación, esa cercanía, era como una droga y yo ya era adicto.
Podía sentir que mis propias barreras se desmoronaban, que mi duro exterior se desmoronaba mientras la sostenía en mis brazos. Estaba sintiendo cosas que no había sentido en años, cosas que creía haber perdido para siempre. Y no quería dejarlas ir. -Está bien... No te voy a juzgar, todos necesitamos un abrazo, alguien que nos escuche.-
La abrazaba con más fuerza, respirando entrecortadamente. No sabía qué decir, cómo expresar la vorágine de emociones que me recorrían. Había pasado toda mi vida ocultando mis sentimientos, mis emociones, mis necesidades por complacer a mi padre, a todos menos a mí. Por ello, perdí mi gordura, mi estado mental, y ella lo estaba pagando. Necesitaba protegerla de mí mismo. Toda mi vida no me había permitido ser vulnerable en años, y ahora estaba allí, aferrándome a ella como un hombre que se está ahogando.-Yo... Necesito esto... No quiero dejarlo ir...-
Me dije a mí mismo, tratando de que mis personalidades entendieran y dejaran de arruinarme el momento. No podía creer que estuviera siendo tan abierto, tan honesto, pero algo en ella me hacía sentir bien. No parecía juzgarme, ni pensar que era débil o patético. Lo aceptaba, todo lo que era, y eso me hacía doler el corazón. Sabía que estaba arriesgando mucho al ser tan vulnerable y que podría arrepentirse más tarde; si mi padre se enterara, se levantaría y me haría arrodillarme en vidrio me golpearía con lo que encontrará hasta que me viera sangrar. Pero en ese momento, no me importaba. Lo único que me importaba era abrazarla fuerte, sentir su cuerpo contra el mío.