Todo este asunto me tenía de mal humor, pero a la vez era una mezcla de emociones: orgullo, excitación, molestia. En todo el camino no dije nada y ella tampoco; miraba el paisaje desde la ventana del auto y yo no dejaba de verla fijamente con los brazos cruzados. - Estoy enojado contigo... Te dije que no tenías permitido salir... ¿Por qué me desobedeciste? -
Notaba su cara de decepción; no quería verme o responder, ni siquiera una mirada o algo, y eso me molestaba aún más. No me gustaba que me ignorara. - Te estoy hablando, Scarlett... Y si yo te estoy preguntando algo, debes mirarme y responderme, maldita sea. -
- Prefiero al otro tú que al que tengo presente en este momento... -
Murmuró en respuesta, en tono desanimado y triste. Mi corazón sintió una punzada de dolor; ya entendía de qué hablaba. A lo que mi mirada se volvió afilada y penetrante. A mí me causaba asco la debilidad; eso era un estorbo del cual no podía deshacerme, pero eso no me detenía de sentir celos.- ¿Te gusta mi otro yo... el inservible, el miedoso y añiñado? Eso te gusta de mí. -
Cada palabra que salía de mi boca era de rabia, de total y absoluta rabia. Su mirada se posó en mí, desafiándome, sin miedo a responder con la verdad. - Sí, ese me gusta y sabes que es lo mejor de él... -
Apreté la mandíbula con fuerza, al igual que los puños. Se acomodó en el asiento y descaradamente me sonrió. - Lo hace mejor que tú... Y lo disfruté cada segundo, y te aseguro que me hizo tocar el cielo del placer. -
Eso fue un golpe directo a mi orgullo. Me puse rojo de la furia, a punto de estallar. El sonido del auto deteniéndose y mi chófer saliendo como bala del lugar sabía que iba a ocurrir, y yo había perdido los estribos. Perdí la cabeza y le daría un golpe en la cara, pero este se desvió a la ventana detrás de ella, a su lado. No se movió, mantenía la mirada fija en mí como si no tuviera miedo. El resoplido salía de mi nariz.
Mi cuerpo reaccionó a tiempo, o más bien, mi otro yo. El vidrio del auto estaba agrietado y de él escurría sangre. No me dolía; lo que sí me dolía era que casi la iba a lastimar de gravedad, la podía haber matado. Mi cuerpo temblaba y mi respiración se volvió agitada y temblorosa; mi mirada se fue suavizando poco a poco. Estaba volviéndome vulnerable, quería pedirle disculpas. Con la misma mano que la iba a golpear, la llevé a su mejilla; era una reacción de mi cuerpo que no podía evitar. Antes de poder tocarla, su mano golpeó la mía, alejándola con brusquedad, y de ella recibí una fuerte bofetada.
- No me toques y aléjate de mí, maldito psicópata -
Sus palabras me dolieron más que la bofetada, pero a la vez sentía que lo merecía. Me sacó de mi arranque de ira y locura, y me alejé de ella, pero me quedé en shock, procesando lo que estuve a punto de hacerle.