La ligera capa de sudor que aperlaba su cuerpo a extensión le provocó escalofríos, y el sofoco en su pecho le hacía sentir que incluso tragar saliva era difícil de hacer. Con las manos temblorosas tomó su teléfono, confirmando que todo lo que recordaba que acababa de suceder no era más que un sueño, y aún así no pudo deshacerse de su ansiedad, por esa razón marcó por primera vez un numero al cuál solo le había mandado mensajes. —¿Ángela? —preguntó Carlo tomando la llamada, devolviéndole el alma al cuerpo de esa joven que comenzaba a lagrimear. —Lo siento, ¿te desperté? —preguntó la joven intentando que no se notara que lloraba. —No —respondió él—. Acabo de llegar a mi casa, así que seguía deshaciendo mi maleta antes de acostarme al fin. —¿Ya estás aquí? —cuestionó la chica solo p

