—Yo... no diré que no me parece que esto es algo apresurado, pero estoy bien con él. No sé, dime loca, si quieres, pero creo que puedo enamorarme de Carlo, y soy bonita y agradable, así que creo que él también se enamoraría de mí.
La respuesta de Ángela no le sorprendió al hombre. Lo que había visto entre ellos la noche anterior no parecía un espejismo, así que respiró profundo deseando que ninguno de los dos se estuviera equivocando.
Los días continuaron pasando, con todos viendo cómo se creaba en la menor de los Báez la adicción a su teléfono y el hábito de sonreírle a la pantalla.
—¿Qué le diste de comer? —preguntó Rodrigo viendo a su hermana disfrutando de teclear en ese aparato al que, antes de ese par de semanas, no le prestaba demasiada atención.
—Nada que le hiciera cambiar tanto —respondió Martha, que, aunque le agradaba la idea de que ya no le hiciera mala cara al matrimonio, odiaba que se la pasara de pie en cualquier lugar o acostada en los sofás escribiendo todo el rato.
—Yo digo que le dieron agua de...
—¡Manuel! —gritó la progenitora de esa casa interrumpiendo a su hijo mayor para que no terminara tan grotesca frase—. Es suficiente, dejemos el tema por la paz.
—Pero —insistió el segundo hijo de la familia Báez—, ¿de verdad no te parece extraño que se la pase hablando con él? Prácticamente eran desconocidos, y luego de una cena ahora son la pareja perfecta. Yo no me creo tanta belleza.
Martha negó con la cabeza. Sí era algo extraño, pero no era algo malo, pues, después de todo, ellos se convertirían en marido y mujer un día después del que vivían, y era mejor que se llevaran bien.
Algunos pasos adelante, no tan cerca de ellos, hablaba Ángela con Lorena y Sandra, sus dos cuñadas, sobre cosas que nunca había hablado con ellas, ni con nadie.
No es que hubieran tenido una mala relación, era más bien que ella no se relacionaba con mucha gente, pero ahora que no le asustaban las personas ni que pidieran algo de ella, porque había decidido decir que no cuando no le conviniera, se estaba dando la oportunidad de socializar.
—¿A poco no te mueres de los nervios? —preguntó Sandra, la esposa de Rodrigo a la hermana menor de su marido.
—Claro que sí —respondió la cuestionada con tremenda sonrisa en la cara.
Su boda había sido algo que no le había gustado recordar, porque, en el pasado, ese día había sentido una profunda tristeza que no le dejó disfrutar ni el pastel y, lo peor había pasado cuando la recepción se terminó y Carlo la dejó sola en su habitación de hotel en su noche de bodas.
Lo que había pasado esa noche con él era algo de lo que desconocía la causa, aunque, teniendo en cuenta los sentimientos de ese hombre, que no eran tan diferentes a los de ella en aquel entonces, podía deducir que algo había tenido que ver con que ella hubiese tenido cara de velorio durante todo el día que la vio.
—Todo va a salir perfecto —aseguró Lorena sonriéndole con calma—. Tu mamá puede ser una controladora total, pero es muy eficiente en cuanto a reuniones sociales se refiere, así que estoy segura que no hay cabida a errores... a menos que te tropieces de camino al altar.
—¡No! —exclamó Sandra con cara de susto—. Ni de broma lo digas, porque si lo dices pasa. No va a pasarte nada malo mañana, lo decreto —dijo la joven mirando a la futura novia y haciendo algunos raros ademanes con las manos.
Ángela sonrió. No creía tener tan mala suerte como para que semejante cosa le pasara, pero, por si las moscas, se aseguraría de no olvidar que se camina moviendo un pie a la vez.
—¿Tienes todo listo? —preguntó su madre llegando a la sala donde su hija y nueras estaban—. No puedes olvidar absolutamente nada.
—Tranquila, mamá. Son tantas cosas que posiblemente me olvide de dos o tres.
La respuesta de Ángela le pareció inaceptable, pero no dijo nada porque su segunda nuera habló antes que ella demasiado alto.
—¿Qué cosa vieja llevas? —preguntó Sandra emocionada.
Ella era una chica muy alegre y casi hiperactiva, que creía en cosas raras como los horóscopos, las cartas, la energía espiritual y las tradiciones de buena suerte.
—Si dices que a tu madre te van a volar los dientes —advirtió Martha que se relajaba un poco luego de ver la emoción en el rostro de todas.
Las fiestas debían ser fuente de alegría, mucho más las bodas, así que disfrutaría también de lo que todos disfrutaban.
Las tres jóvenes rieron en voz alta junto a esa mujer que sonrió como Ángela no recordaba haberla visto sonreír jamás.
—Tengo las perlas de mi abuela —respondió la chica cuando recobró el aliento que la risa le había quitado—, aunque solo usaré los aretes, no el collar.
—¿Y azul? ¿Qué llevarás azul? —insistió Sandra.
—Mis zapatos son azul cielo, y los listones de mi ramo son de ese mismo color.
—¿Qué llevarás prestado?
—Pues, pensaba que, como las perlas son de mi mamá, no mías, contaban también como prestado.
—¡No! —volvió a exclamar alterada la chica del tarot, como la llamaba a veces su padre cuando se refería a ella—. Nena, es súper importante que sean cuatro cosas, porque simbolizan algo diferente cada una. Te prestaré una pulsera preciosa que compré para mi ajuar cuando me casé... quiero compartirte de esa manera un poquito de mi felicidad.
—Muchas gracias —aceptó Ángela emocionada por todo lo que ocurría, arrepintiéndose de no haberlo disfrutado la primera vez—. Pero, en lugar de felicidad, espero me dé un mucho de paciencia, porque seguro es lo que más practicas con ese marido que te cargas... auch.
—Te estoy oyendo —reclamó Rodrigo luego de pellizcar el costado de su hermana—. No le digas nada, porque si tus palabras entran en su aura lo empezará a percibir, y todavía no es tiempo de que conozca mi yo interno real.
Sandra negó con la cabeza, sabía que su marido intentaba burlarse de ella, pero no la perturbaría, su paz era de ella y nadie podía romperla, mucho menos en ese momento que se sentía tan feliz de ver nacer una nueva felicidad en esa familia que formaría Ángela con su ser amado.
—Vas a ser la novia más bonita del mundo —aseguró Manuel abrazando a su pequeña hermana.
—Coincido con eso —dijo Rodrigo y ambos soltaron la risa cuando sus respectivas esposas gritaron “Oye” a unísono.
Ambos lo habían hecho con intensión de molestarlas, en parte, pero una parte de ellos, esa parte del pasado donde habían visto nacer y crecer a su pequeña hermana era la principal razón de decir algo que sí creían, que su linda hermana se convertiría en la novia más linda del mundo entero.
Ángela sonrió, de nuevo, como lo había estado haciendo posiblemente todo el tiempo desde que logró cambiar su primer mal entendido y como sospechaba que sonreiría por mucho tiempo más en el futuro.
Esa noche, después de mucho, dormiría con algo más que paz en el corazón, y eso era la emoción y los nervios de estar a punto de dar un paso muy importante, y se aseguraría de que todo fuera bien ahora sí. Aprovecharía la segunda oportunidad que la vida le había dado, definitivamente, para no arrepentirse de nada esta vez.
**
—¿Por qué no estás bañada aún? —cuestionó Martha abriendo la puerta de la habitación de su hija muy temprano en la mañana.
—Carlo no responde mis mensajes —respondió la chica mordiendo el acrílico de una de sus uñas pulgares.
—Debe estar ocupado, o debió apagar su celular para algo en el aeropuerto —sugirió su madre restándole importancia a la preocupación de su hija—. Anda, muévete, no es tiempo de preocuparte por los demás.
—Mamá, dijo que me mandaría mensaje en cuanto abordara el avión, pero no lo ha hecho y su vuelo debió haber salido hace media hora atrás —insistió Ángela.
—Probablemente lo olvidó, o algo surgió y...
—¿Y? —cuestionó la joven sintiendo su frente comenzar a ponerse pesada, igual que su respiración—. ¿Debería llamarlo?
—No —respondió su madre—. ¿Para qué molestarlo? Son tus nervios los que te tienen paranoica. Solo respira profundo y metete a bañar.
Las manos de Ángela temblaron viendo a su madre irse muy quitada de la pena, pero ni tras respirar profundo pudo tranquilizarse, así que le escribió un nuevo mensaje pidiéndole que le llamara y se metió al baño con todo y teléfono para poderle responder en cuando él marcara.
Pero Carlo no marcó, y ella envuelta en su bata de baño y con la toalla blanca enredada en la cabeza no dejaba de caminar de un lado al otro en su habitación.
—¿Será que así fue la otra vez? —se preguntó en voz alta y no pudo responderse.
El día de su boda se había encontrado con él en la puerta de la iglesia, pero, por alguna razón que no entendía bien, no se atrevía a dejarlo pasar y confiar en que todo estaría bien porque, igual como ella había cambiado las cosas para bien, algo podía haber cambiado para mal.
Y, no fue sino hasta ese momento que un pensamiento cruzó en su cabeza.
¿Por qué estaba viviendo tan cómodamente, jugando a resolver el pasado, justo después de morir?
¿De verdad estaba viva? No había indicio alguno en la ciencia que asegurara que se podía viajar al pasado, mucho menos reubicándose en el tiempo. O podría ser cosa espiritual, pero, ¿Dios jugaba así con los humanos?
Todo era un incordio, y su cabeza mucho más, así que corrió al estudio de su padre, donde sabía que lo encontraría y, al borde del llanto, le hizo una pregunta que preocupó bastante al hombre que la escuchaba.
—Papá —dijo la joven tras abrir la puerta, adentrándose en ese estudio que poco recordaba—. ¿Crees que alguien que murió puede volver de la muerte, pero muchos años atrás, en el pasado?
—¿De qué estás hablando? —cuestionó el hombre en serio confundido.
—Yo... ¿cómo debería decirlo? Es como, como si yo hubiera muerto siendo muy vieja y luego de eso abriera los ojos siendo yo dos semanas atrás al día de hoy.
—¿Te sientes enferma? —preguntó Manuel Báez poniéndose en pie para ir hasta su hija—. Cielo, si esto es por la boda, no tienes que preocuparte, ya te lo dije...
—No —refutó Ángela en extremo nerviosa—. Quiero casarme con él, quiero amarlo y que me ame... pero, es que no es normal... ¿por qué me está pasando esto?
Sus preguntas estaban enmarcadas en las lágrimas que escurrían por sus mejillas.
» Di por sentado que era otra oportunidad, una para ser feliz, pero... estas cosas no deberían pasar... ¿Crees que estoy en el purgatorio y no saldré de aquí hasta que remedie mi pasado y me libre de todos mis arrepentimientos?
—¿De qué estás hablando? —volvió a preguntar el padre de la confundida y muy agitada chica que decía tonterías.
Pero ella no pudo seguir explicando, pues justo en ese momento su hermano mayor abrió la puerta para informar algo que acababa de ver en un corto exprés del noticiero de la mañana.
Esa mañana, justo antes de despegar, el vuelo donde su futuro marido volvía, había estallado por una aún desconocida razón.
Ángela se quedó sin aire, y sus ojos acumularon lágrimas que inmediatamente después corrieron por sus mejillas.
A penas la noche anterior se había prometido que no se arrepentiría de nada, no de nuevo, y ahora se arrepentía de haber cambiado el pasado, pues estaba segura de que eso era la causa de lo ocurrido.