Owen Daniels
9 de junio, 2016
Abro los ojos dándome cuenta de las desagradables punzadas de tormento que martiriza mi cabeza. Convirtiéndose en un agudo dolor el cual ensombrece la mirada y da la impresión como si las paredes de la habitación se vinieran encima de mí. Carraspeo arrastrando el rancio sabor de la cerveza, y el alcohol, los cuales aún sigue adheridos como lapas a mi lengua, recordándome cuantos litros tome anoche. Palmeo los laterales de la cama buscando a la persona de anoche; el tacto de la sabana es frío y rugoso, comprobando que hace horas estoy solo en este lugar. Ella desapareció de la misma forma que llego, en pocos segundos y sin dejar rastro alguno.
La última vez que desperté con una resaca de este tipo y en compañía, fue cuando conocí a quien en este momento es mi exnovia. Adelaide, una morena encantadora que me robó el corazón con una sola mirada. Pero dicen que lo que fácil llega, rápido se pierde y causa daño. Tenían toda la razón, así fue Adelaide. Sin embargo, ahora no es momento de lamentarse por su pérdida o lo que hizo.
Salgo de la cama a pasos torpes y enredados, los cuales me llevan a chocar con la esquina del baño; suelto un ahogado jadeo al sentir un leve escozor desde el costado izquierdo. Deslizo la mano sobre las costillas, buscando a ciegas de donde proviene el dolor, la piel se reciente al rozar la punta de los dedos en la zona afecta; mascullo, una maldición entre dientes al sentir el mismo dolor, el cual asocio con facilidad a un tatuaje recién hecho. Encuentro un espejo en el interior del baño, la mirada oscura vaga por el contorno de mi cuerpo, detallando cada músculo que se halla al rojo vivo.
Marcas de dientes y uñas adornan la piel tintada, esas manchas rojas son la prueba de lo que sucedió hace unas horas. Un suceso del cual no me acuerdo. Lagunas estropean el recuerdo de anoche, de la locura y pasión que experimente con aquella mujer de cabellera rubia. Mechones de cabello color carbón se adhieren a la frente, entonando la fiera mirada que me devuelve el espejo.
Puedo decir con seguridad que fue una noche alocada, la de ayer. Cargada de sexo desenfrenado y salvaje, el cual nunca podía tener con Adelaide. Parece que, a la musa de cabellos rubios y ojos como el metal, le fascina.
La mirada cae sobre el nuevo tatuaje que decora el costado izquierdo del abdomen. Se extiende en la piel las iniciales de un nombre en una caligrafía pulcra y elegante, la cual se pierde con facilidad entre los tantos tatuajes que poseo a blanco y n***o.
—A. Monts—gesticulo el nombre. Aunque lo repita continuamente, ni un recuerdo más aparece para recordándome las demás letras que faltan.
No me desagrada tener un tatuaje más, aunque pueda llegar a ser un nombre. Me considero un adicto a la tinta, lo que me fastidia es que no recordar el significado. Salgo de la habitación del hotel colocándome una gorra sobre la cabeza y lentes de sol caminando por el pequeño pueblo sin llamar la atención. Al otro lado de la calle, un pelirrojo lleno de lunares por todo el cuerpo está corriendo sin camisa y un gorro sobre su cabello, el cual está sujetando con una mano. No tengo ninguna duda que es Callum, nadie parece una galaxia llena de puntos en tonos marrones y rojizos, tampoco alguien más estaría corriendo en esas fachas por la calle siendo perseguido por varios periodistas.
Las preguntas vuelan hacia el pelirrojo, quien solamente ríe y se digna a contestar las que son más inocentes o aburridas, dejando a un lado las múltiples preguntas sobre su estado de ropa y los muchos rasguños que decoran su abdomen.
Callum y Allen son quienes mejor saben lidiar con los periodistas, para ser los más revoltosos son quienes mejor manejan la interrupción de esas personas sin ser borde o secos. Ellos son todo lo contrario de Evans, el cual no le importa decirle de qué van a morir y largarse sacándole el dedo, un rebelde desde nacimiento. Yo solo los ignoro y trato de pasar desapercibido.
— ¿Cómo estás? —pregunta Evans apenas abro la puerta.
La mirada ámbar del pianista me estudia detenidamente esperando captar cada pequeño pensamiento que pasa por mi cabeza o cada cosa que hice en estas horas, las cuales desaparecí sin dar señal, pero Evans nada más pregunta como estoy sin querer indagar más allá. Él sabe que soy del tipo de persona la cual no comparte sus problemas, sin importar cuan mal este en ese momento. Suelo callar y guardarme cada problema, esperando que el tiempo pase y ellos no exploten en mi cara. Y esta vez no será la excepción.
Adelaide es la mierda de la cual no quiero hablar.
—Normal, ella no existe para mí.
—Así nació el próximo chico malo, ya podemos decir que viste de n***o para aparentar su nueva personalidad—Allen exclama en un hilo de voz lamentable, pero dejando saber que tengo todo su apoyo.
—No jodas Allen—rio sin poder evitarlo, mirando al rubio quien sonríe sin fuerzas—visto de n***o para no salir disfrazado y no confió en ustedes para combinar mi vestuario, es como confiar en mis ojos que no reconoce los colores.
—Qué poca confianza nos tienes—se queja el rubio.
—No te hagas la víctima—me tiro en el sofá que está a su lado, aun la cabeza me duele un poco.
La puerta se vuelve abrir dejando ver a un agitado y sudado Callum, el cual entra por la puerta sin fuerza, apoya la espalda contra ella entre jadeos ahogados. Parece que los periodistas lo hicieron correr varios metros desde que lo vi.
— ¿Qué tal estuvo el ejercicio mañanero? —le pregunto con burla.
—De maravilla me hacía falta un poco de forma—responde con su típico humor, tirándose en el piso— ¿acaso me viste? —asiento—me hubieras echado una mano—gruñe.
—Ni lo pienses, tú amas a las periodistas, sigue corriendo con ellos—río, provocando que mi cabeza duela aún más—si algún día te casas será con una periodista.
—No me desees el mal, no dormiré tranquilo con ella a mi lado—se queda en silencio—sería tener sexo con el enemigo, no estaría mal.
Una mirada pensativa se posa sobre los ojos verdosos con motas azules del pelirrojo, quien está considerando la propuesta seriamente. Puedo asegurar que los pensamientos dando vuelta por su cabeza de Callum, no son como van a convivir, sino cuan movido y sucio seria el sexo con ella. Con su enemiga imaginaria. La expresión que decora las facciones de su rostro, me dejan saber que le ha gustado demasiado lo que ha imaginado.
—No necesitas que sea periodista para que sea tu enemiga—esclarece Evans.
—Dañan todo—gruñe caminando hacia los cuartos.
30 de agosto, 2016
Aviones, aviones y más aviones es lo único que puedo procesar en esta primera semana de la gira. Las giras son lo mejor del mundo. ¿Agotadoras? Totalmente, ¿horarios extraños? También, ¿pocas horas de sueño? A veces. Pero la emoción de estar encima de un escenario todos los días es algo increíble y de lo que nunca me cansaré. Los gritos de los fanáticos, las manos inquietas cuando caminamos por la orilla de la tarima, la adrenalina provocada cada vez que subo a un escenario, la batería sonando fuerte y escuchándose sobre los gritos. No lo cambiaría por nada del mundo, es una de las mejores experiencias.
Las canciones van y vienen, algunos están escribiendo de amor, otros de rechazo y algunos más arriesgados están escribiendo de noches llenas de pasión y de cautivadores ojos verdes. Callum está tarareando su nueva canción buscando cual ritmo le favorece, lleva una semana sumergido en la misma letra dándole vueltas de un lado a otro.
— ¿Cuándo vamos a escucharla? —le preguntó, y él sonríe saliendo de su mundo.
—Aún no está lista.
—Parece que la enigmática mujer de ojos verdes no te deja decidir.
—Es un encanto que quiero tener—sonríe—es difícil decidirse en algunas cosas—suspira con cansancio.
—Solo lánzate de cabeza como siempre—sugiero sin prestarle mucha atención a su rostro.
—Sería fácil si me acordara de todo lo que paso con nitidez, únicamente me acuerdo de sus cautivadores ojos y su forma de rechazarme, después su sonrisa y coqueteo descarado. Pero lo que quiero recordar no está.
No hay nada que pueda decirle que le ayude, es difícil recordar algo de aquella noche cuando solamente existía el alcohol y muchas copas a nuestra disposición. Apenas puedo recordar pocas cosas de esa mujer; cabellos rubios y ojos grises, casi tirando azul, pero grises; ella era refrescante y dominante, pero más allá de su apariencia no me acuerdo de nada.
Eres un pecado que quiero cometer.
Quiero tenerte de nuevo y no dejarte ir.
Tus ojos me persiguen en todos los lugares.
Solo ven y quédate conmigo, recházame y hazme ver las estrellas.
Déjame estar contigo, mi pecado enigmático deja que yo sea tu amo esta noche.
Susurra Callum cantando lo más bajo que puede, pero su voz ronca y gruesa no le ayuda demasiado, sigue repitiendo las mismas líneas hasta que pasa a otra estrofa cuando está satisfecho con la composición. Siempre es la misma rutina cuando escribe, canta lo que escribe una y otra vez hasta que él sienta que le gusta. En pocas palabras se vende a él mismo la canción.
Yo prefiero ir lejos, encerrarme en mi burbuja de emociones e ideas; estar en lo más alto de un edificio con la briza acariciándome la piel y componer algo con todas las frases desordenadas que llegan a mi cabeza. Sé que en esta temporada si intento escribir algo será capaz de cortar venas con solo escucharla; estoy triste y herido por todo lo que ha pasado, lo único que experimentarían las personas al escucharme serían emociones feas y melancólicas.
—Hemos llegado—dice uno de los guardaespaldas abriendo las puertas.
Bajamos de la camioneta, todos en fila, detrás de la castaña que es nuestra representante. Esta pequeña mujer de no más de un metro sesenta es la que pelea por nosotros en contratos y discos, siempre anda salvando nuestros culos en cualquier situación que estemos. Claudia D'angelo es una italiana de treinta y siete años de edad, posee una apariencia la cual te hace creer que no mataría una mosca, pero no te confíes; es capaz de matar un tiburón con sus simples manos.
Es mejor nunca hacerla enojar y si lo logras alguna vez corre por tu vida, si no quieres sufrir por la eternidad. Compadezco desde hace dos años a la persona que se case con la hermosa Claudia D'angelo.
Dos guardaespaldas a cada lado nuestro abren espacio hasta una puerta del estadio donde será el concierto de hoy. Entramos a paso apresurados a los camerinos preparándonos en cuestión de segundos después de comer algo ligero antes que la pequeña mujer italiana entre faltando diez minutos para la función. Claudia siempre entra puntual a cada uno de nuestros camerinos, se toma pocos segundos en recordarnos el tiempo faltante, y si no escuchamos su demanda ella vuelve aparecer cuatro minutos después.
— ¡Buenas noches, Barcelona! —grita Callum— ¿Están listos? —el público grita.
—Parece que no están listos aún Callum—grita Allen, avivando aún más los gritos de la multitud— ¿están listos? —grita.
—Más duro, que se sienta que nos quieren—los gritos se intensifican.
Toco la batería dando comienzo a la canción—con ustedes Black and white love—murmuran el dúo fantástico con la voz ronca, enloqueciendo aún más al público femenino.
—Deja de robarte la atención—chilla Evans comenzando a cantar.
Como ya había dicho, me gustan las emociones que despierta en mí tocar delante de nuestros millones de fans. Ellas cantan y griten nuestras letras con fuerza como si les pertenecieran, que sean descaradas e insinuantes hasta el punto de subir al escenario y querer robarse uno de los miembros; es algo que me hace sonreír de la emoción, una sonrisa sincera y no forzada.
Tocó el último acorde de la última canción viendo como una castaña se trepa por el escenario, corriendo hacia donde estoy sentado detrás de la batería. La mujer de cabellos castaños y poca ropa salta sobre mí, enganchando sus brazos con desesperación alrededor del cuello, detengo el ritmo de las baquetas sujetando su cintura con firmeza. Ella suelta un grito ahogado de emoción, y deja que acomode su cuerpo sin mucha protesta. Golpeo una vez más las baquetas contra la batería, marcando el ritmo de la última estrofa. La castaña permanece quieta sobre una de mis piernas, disfrutando desde ese lugar privilegiado lo que resta del concierto.
Ella sonríe como una loca, una loca muy linda quien está feliz de que su amor platónico la tenga entre sus brazos; un pequeño grito y jadeo se escapa de ella, al notar que he tocado la última nota de la canción. Sus ojos observan mis labios con descaro y necesidad, dejándome saber lo que desea, y yo no soy nadie para negarme. Su boca se acerca un poco a la mía rozando nuestros labios en una suave caricia, acortó la distancia dándole el beso que ella tanto quería; tanteo su boca y lengua guiando el beso a un ritmo lento, pero devastador que la tiene soltando pequeños jadeos.
La mujer es alejada de mis brazos con mi camiseta entre sus manos, no entiendo en qué momento sus inquietas manos lograron hacerse con la prenda. Niego hacia el guardia quien posee la intensión de recuperar la prenda. Que se la quede tengo muchas como esa de color n***o y algún logotipo comercial.
—Te amo—grita mirándome con ojos de cachorro, sujetando la camisa contra su cara con fuerza.
Amo las giras.