Fuera de la clase de salud, la realidad de lo que acababa de pasar se volvió dolorosamente clara. Sin duda, era la cosa más estúpida que había hecho en mi vida. ¿Por qué había abierto la boca en clase, cuando siempre me había ido mejor callada? ¿Por el bien de las otras chicas grandes? Todas habíamos escuchado cosas peores. Tenía que encontrar la manera de salir de esta apuesta.
Ninguna solución se me ocurrió en Literatura Avanzada, cuando debería haber estado ocupada planeando mi ensayo de investigación. Ninguna idea cruzó por mi mente en Latín, mientras copiaba vocabulario de la pizarra. Y, por supuesto, tampoco apareció mientras llevaba mi mejor comida del día —la única que yo elegía— al patio central.
Me sentaría en mi mesa de siempre y, en lugar de hacer tarea, pensaría en maneras de captar el interés de Ryder.
Tenía que hacerlo.
Mamá se moriría antes de dejarme faltar al baile de Baile de Bienvenida y perder la oportunidad de usar el vestido carísimo que había escogido para mí. Además, siendo yo de último año y Aiden de penúltimo, sería nuestro último baile de Baile de Bienvenida juntos. Tampoco quería perderme eso.
Si era honesta, soñaba con el día en que Ryder se enamorara de mí. Con el momento en que me mirara, con mi cabello ondulado, mi abundancia de carne y mi acné, y me dijera que le gustaba. No porque fuera hermosa, ni porque manejara el mejor auto, ni porque tuviera las mejores conexiones, sino porque era yo.
Pero era peligroso pensar así. Me recordaba todas las formas en las que nunca sería suficiente. No solo para él, sino también para mi madre, cuyos ojos se llenaban de esperanza cada vez que me subía a la báscula y se apagaban en cuanto los números aparecían en la pantalla.
Sabía que lo hacía por mi bien, pero eso no evitaba que yo deseara ser suficiente, aunque fuera una sola vez, tal como era.
A mitad del pasillo, una mano me sujetó del brazo y me arrastró hacia una puerta abierta.
—¿Qué de…? —alcancé a decir antes de ser jalada a una habitación llena de televisores, reproductores de DVD, videograbadoras pasadas de moda y más cables que un centro de b**m.
Cuatro chicas me esperaban allí: Kaitlyn, Callie, Audrey y Ginger. Lo único que tenían en común era su talla. Y esa mirada extrañamente decidida en los ojos. Como si estuvieran a punto de sacrificarme. O asesinarme. (Que eran cosas distintas, ¿no?)
—¿Qué está pasando? ¿Por qué estamos en el almacén de audiovisuales? —pregunté, dejando mi bandeja sobre la mesa junto a las de ellas.
Audrey señaló una silla vacía. —Vamos a ayudarte a conseguir a Ryder, eso es lo que pasa.
Callie asintió. —No estuvo bien lo que Alba te dijo.
Ginger enroscó un rizo rojo alrededor de su dedo. —Eso es decir poco.
—Sí —dijo Kaitlyn—. Ella cree que puede andar tirando su dinero por ahí y obtener lo que quiera.
—Bueno —dije—, puede hacerlo. —Me senté a la mesa y empecé a comer. Tenía que aprovechar la oportunidad de consumir comida procesada mientras pudiera, aunque no supiera tan bien sabiendo que tenía SOP. Ante sus miradas decepcionadas, añadí—: Esto es lindo, en serio, pero ustedes no quieren enfrentarse a Alba.
Los ojos oscuros de Audrey chispearon. —Quizás no pueda pelear con ella en público, pero eso no significa que no haré todo lo posible por derribarla.
Me pregunté cuál sería el problema de Audrey con Alba. Audrey era igual de rica… y más hermosa, si me lo preguntaban a mí.
Callie suspiró y se rascó distraídamente un pequeño parche de psoriasis bajo su largo cabello. —Yo solo quiero que, por una vez, gane la buena persona. Estoy harta de verla empujar a todos y salirse con la suya.
—No es que no quiera ponerla en su lugar —argumenté—. Es solo que… —suspiré—. Hay dos tipos de personas en este mundo. Están las personas como ella —levanté mi palillo de dientes— y las personas como yo. —Levanté una papa frita—. La gente como yo no pertenece al mismo mundo que gente como Ryder. No existimos en el mismo plano. —Me metí la papa en la boca y mastiqué—. Incluso si me viera, me notara, saliera conmigo, no pasaría mucho antes de que apareciera una Alba del mundo y le recordara lo que se estaba perdiendo.
La sala quedó en silencio, salvo por el zumbido de una computadora en el escritorio vacío del profesor de audiovisuales.
Al ver el gesto abatido en el rostro de Callie, el estómago se me retorció de culpa. Vaya, era una imbécil. Solo intentaban ayudarme. —Chicas, lo siento. Es solo que… no sé cómo podría competir.
Audrey se sentó frente a mí y me miró directo a los ojos. —Eso es exactamente lo que gente como Alba quiere que pienses. Si mi papá me enseñó algo, es que la confianza y la presentación lo son todo.
—Exacto —dije, señalándome—. Y mi presentación deja mucho que desear. Y no es como si pudiera perder cien libras antes del baile.
Audrey rodó los ojos. —Estás perfectamente bien. Con un poco de maquillaje, lentes de contacto y una permanente, estarías igual de atractiva que Alba.
Me vinieron a la mente el cabello rubio cenizo y los labios quirúrgicamente rellenados de Alba. —Audrey, ¿estás bien? ¿Necesitas una cita con la señora “Llámame Birdy” Bardot?
Ella ocultó una sonrisa mientras volvía a rodar los ojos ante mi referencia a nuestra excéntrica orientadora.
Kaitlyn intervino, sentándose al lado de Audrey. —Esto no se trata de tu peso, Leah. Se trata de que Alba hace sentir basura a todos y nunca recibe su merecido. —Señaló al grupo variopinto en el almacén de audiovisuales—. Nosotras podríamos hacerlo.
En serio dudaba de ella, pero la esperanza en sus ojos comenzaba a volverse contagiosa. Miré alrededor de la tambaleante mesa. Todas estaban de acuerdo.
—Sean sinceras conmigo, chicas —dije—. ¿Ustedes creen que puedo lograr que Ryder Williams, mariscal de campo del equipo de fútbol, un metro noventa de músculos y carisma, se enamore de mí?
Asintieron al unísono.
—Sin lugar a dudas —dijo Audrey, con un brillo travieso en los ojos.
—Por favor —dijo Callie—. Necesitamos esto.
Ginger asintió en señal de acuerdo.
—Y Ryder está buenísimo —añadió Kaitlyn—. ¿En serio dices que no querrías salir con él?
Vacilé. ¿De verdad estaba rechazando ayuda en esto? ¿En una oportunidad con el chico soñado?
Abrí y cerré la boca mientras los nervios me burbujeaban en el estómago. —Yo… yo no sé. No quiero arrastrarlas a esto.
Ginger bufó. —Alba nos arrastró a esto cuando actuó como si valiéramos menos por nuestro peso. Tiene que entender que nuestras curvas son solo eso: curvas. No nos definen ni marcan nuestro valor.
—Amén —dijo Kaitlyn.
Callie asintió. —Todas sabemos que Alba hace esto desde la secundaria, y es increíble que te hayas enfrentado a ella. Déjanos ayudarte.
Las miré una a una. Todas me devolvían la mirada como si yo fuera algún tipo de salvadora o figura de referencia. (¿De figura completa?) Quise decirles que no, pero al mismo tiempo, no podía rechazarlas. Estaba cansada de que la gente actuara como si las chicas gordas merecieran menos solo por un número en la báscula. Era hora de hacer un cambio. —Estoy dentro.
—Bien —dijo Audrey—. Nos vemos en el campo de fútbol después de clases.
—¿Para qué? —pregunté. Solo los chicos populares y las groupies del equipo iban allí a verlos practicar. Yo no encajaba en ninguna de esas categorías.
La sonrisa de Kaitlyn se volvió pérfida. —Reconocimiento.