Capítulo 1

1364 Words
¿Por qué estaba haciéndome una prueba de embarazo siendo virgen? Ah, sí, porque mi mamá estaba literalmente loca. Llevé el palito con las palabras “no embarazada” parpadeando hasta el comedor, donde mi mamá, mi papá y mi hermano estaban sentados con sus ridículos desayunos de toronja. Lo dejé caer con un satisfactorio clack junto al montón de exámenes que mi mamá estaba calificando. —¿Podemos pasar a otro tema, por favor? —pregunté, con las manos en la cintura—. Ya les dije que no estoy saliendo con nadie. Ella se subió las gafas por el puente de la nariz y sostuvo el palito hasta que los resultados entraron en foco, antes de suspirar y dejarlo sobre la mesa. —Leah, has faltado tres periodos seguidos y no quieres tomar anticonceptivos. Además, subiste diez libras en los últimos tres meses. No puedes culparme por sospechar. Papá casi se atraganta con la toronja y tuvo que dar un gran sorbo de agua, solo para atragantarse más. Mi hermano parecía demasiado divertido con todo aquello. Como varón, estudiante de preparatoria y corredor en forma ridículamente atlético, casi siempre salía ileso de las campañas de “auto-mejora” de mamá. Desde planes universitarios hasta pérdida de peso, yo ya lo había escuchado todo. A veces, tener una madre que además era maestra de salud apestaba. Y mucho. —Qué bueno saber que llevas la cuenta de mis ciclos, mamá. —Alguien tiene que hacerlo. —Dibujó una gran carita sonriente roja sobre un examen con cincuenta por ciento. Para la clase de mamá, eso era una buena nota. —Mamá —dije—. Mírame. —Señalé mi uniforme escolar talla 1X y las obligatorias medias azul marino que se tensaban sobre mis pantorrillas—. Soy virgen. Ya te lo dije. Así que, a menos que un ángel aparezca esta noche y me diga que llevo en el vientre al segundo hijo de Dios, puedes dejar de insistir con lo del embarazo. Papá casi se atraganta otra vez, pero mamá lo ignoró y me dedicó una sonrisa casi avergonzada mientras me devolvía el palito. —Está bien, pero aun así quiero que el doctor Armstrong te revise. Puse los ojos en el techo, contemplando mi siguiente jugada. Sabía que discutir sería inútil, igual que lo había sido cuando me presentó la prueba esa misma mañana, así que cedí. —¿Cuándo es la cita? —¿Cómo sabes que ya la programé? Mi papá, mi hermano y yo le dirigimos la misma mirada. Ella levantó la vista de los papeles y mostró una sonrisa culpable. —Esta mañana, a las ocho. —Así que me voy a perder la primera clase —me quejé. No es que me encantaran las matemáticas, pero podía haber aprobado cualquier examen solo mirando la nuca de Ryder Williams—. Pensé que te preocupaba que me faltaran periodos, no clases. Ignoró por completo mi comentario. —Hablaré con el señor Aris, y el doctor Armstrong te tendrá lista para que regreses a tiempo a la clase de salud. —Me sonrió, levantándose con su plato—. Ahora apúrate a desayunar. Vas a llegar tarde. Guardando mis quejas para mí, me senté frente a media toronja y pensé en todas las cosas que podía hacer con esa estúpida cuchara que no incluyeran meterme la amarga pulpa rosada en la boca. Romper la prueba de embarazo estaba en lo alto de la lista, al igual que borrar la sonrisa burlona de la cara de mi hermano. Lo fulminé con la mirada. —¿No tienes una convención de deportistas a la que ir? Su sonrisa se amplió mientras se acercaba a darme un beso en la mejilla. —Te quiero, hermanita. Me alegra que no estés embarazada. Aunque, pensándolo bien, habría sido un gran tío. —Sí, sí —respondí, clavando la cuchara en la toronja—. Yo también te quiero. Al menos, como iba a manejar sola hasta la cita con el doctor, podía hacer una parada rápida en un local de comida rápida en el camino y deshacerme de la evidencia antes de llegar a la escuela. Papá se limpió la boca con una servilleta. —Será mejor que yo también me vaya. —Se levantó y me dio un beso en la mejilla—. Avísame cómo te va en la cita. —Seguro —respondí, jugueteando con la pulpa al final de mi cuchara. Intenté un bocado, pero simplemente no pude tragarlo. Dándome por vencida con el “desayuno”, me levanté de la mesa. Tras ponerme los mocasines del uniforme, tomé mis llaves del gancho junto a la puerta. Usualmente viajaba con mamá y Aiden, así que, al menos, esta cita me daba la oportunidad de sacar mi auto a la carretera. Una mezcla entre sensato y deportivo, mi Audi era lo más genial en mí. Salí a la carretera y pasé por mi autoservicio favorito antes de ir a mi cita obligatoria en RWE Medical. Entré por las puertas automáticas y le dediqué a Betty, la recepcionista, una sonrisa resignada. —¿Tu mamá te mandó otra vez? —preguntó. —Ajá —dije, cambiando la bolsa de papel a la otra mano para poder firmar. —Y a las ocho de la mañana, nada menos. Qué lindo. —Se echó un mechón rizado hacia atrás y escribió mi nombre y fecha de nacimiento sin tener que preguntarlos—. Firma aquí, y la enfermera vendrá a buscarte en un momento. Garabateé mi nombre en la gastada pantalla digital y me senté en uno de los sillones de cuero. El aroma del desayuno se escapaba de la bolsa de papel en mi mano, haciéndome agua la boca. Lo único que me hacía babear tanto como eso era el cabello perfectamente desordenado de Ryder y sus hombros musculosos. ¿Cómo lograba verse como un dios de escuela privada con su uniforme, mientras yo parecía una Mia Thermopolis con sobrepeso antes del cambio de princesa? No tenía idea. Saqué el sándwich de desayuno de la bolsa y le di un mordisco, saboreando la salchicha. Cerré los ojos. Mucho mejor que una toronja. Mucho mejor. —Hola, Leah —dijo una voz a mi lado. Una voz sexy. Tragué el bocado y, quitándome las migas de los labios, giré para encontrarme con los ojos color avellana más profundos que había visto. ¿Ryder Williams sabía mi nombre? —Ryder —susurré, luego tosí y repetí su nombre en un tono normal, como si no fuera una completa psicópata enamorada—. Ryder. ¿Qué… qué haces aquí? Bien, no fue un segundo intento perfecto, pero se acercaba. Se dejó caer en el sillón de cuero junto al mío y levantó el brazo con una muñequera negra. —Caí mal en la práctica. El entrenador quiere una radiografía antes de dejarme jugar otra vez. —Oh —dije, completamente distraída por él. Ahora que aparté la mirada de sus ojos, no podía dejar de recorrerlo con los míos: la camiseta ajustada de la Academia Prescott, los pantalones cortos de malla colgando de sus piernas musculosas, el cabello húmedo que lo hacía ver casi n***o. —¿Y tú? —preguntó. —Oh, eh… —Dios, ¿podía dejar de decir “eh”? Pero bueno, era mejor que hablar de pruebas de embarazo, periodos faltantes y mi virginidad… —¿Leah? —dijo Chloe desde la puerta. Llevaba un uniforme médico de Winnie the Pooh, y nunca me había alegrado tanto de ver a Pooh. —Esa soy yo —respondí, mitad a ella y mitad a Ryder. Él me saludó con dos dedos. —Nos vemos mañana en matemáticas, Leah. Casi me atraganté con mi propia saliva. ¿Sabía mi nombre y que estábamos en la misma clase de matemáticas? —Yo… eh… sí. Apreté la bolsa de papel con la comida y me puse de pie, alisando mi blusa y revisando que no me quedaran migas. Mientras caminaba hacia Chloe para ir a mi cita, sentí los ojos de Ryder en mi espalda… y mi corazón en la garganta.
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