CAPITULO 5

1280 Words
El mensaje seguía fijo en la pantalla como un faro que no quería mirar: Tenemos que hablar. —Thiago. Guardé el móvil en el bolsillo y silbé. Rocky apareció con su pelota destrozada, todo felicidad canina. —Paseo, caballero —anuncié—. Y nada de perseguir ardillas, hoy vengo a pensar. Cortamos por el parque y tomamos el sendero del bosque. La tarde caía lenta entre los pinos; el suelo estaba mullido y el aire frío despejaba la cabeza. Me venía bien esa calma… hasta que escuché dos pasos conocidos detrás. No eran torpes ni perdidos: marcaban terreno. Me giré. Kyleigh, manos en los bolsillos; Thiago, a su lado, con esa presencia que llena espacio sin hablar. —¿vigilancia o coincidencia? —pregunté. —Vivimos cerca —respondió Kyle, sonriendo leve. El traidor de Rocky corrió directo a ellos. Saludó a Kyle con un topetazo en la rodilla y se plantó frente a Thiago, olfateándole los cordones con devoción. Thiago se agachó y le rascó detrás de la oreja. —Buen perro —dijo, grave. —Está en prácticas —contesté—. Si aprende a traer cafés, te aviso. —Íbamos al claro —propuso Kyle—. ¿vienes?. Podía seguir sola con mi rompecabezas o caminar con dos piezas clave. Elegí camino compartido. —Un rato —cedí—. El atleta necesita cansarse. Avanzamos entre raíces y hojas secas. Kyle saltaba obstáculos sin mirarlos. Thiago observaba todo; yo, a ellos. El silencio duró lo justo para incomodarme. —Sobre tu mensaje —abrí yo—. Suele llevar “hola” delante. —Hola —replicó Thiago, serio—. Y lo mantengo. —Perfecto. Empecemos por el principio: ayer cruzaste un límite. Hoy, contexto. Kyle adelantó un paso y volvió a mi altura. —Llegamos al claro y te contamos —prometió—. Allí es mejor. —¿Mejor para qué? —Para que veas —dijo Thiago. Teatral, pero me guardé el comentario. Rocky tiró de la correa con entusiasmo olímpico. En minutos, el bosque se abrió y apareció un claro pequeño. A un lado, un tronco caído hacía de banco. A la derecha, un pino con la corteza marcada por cuatro surcos largos y antiguos. —Eso no lo hace un gato —solté. —Ni un jardinero aburrido —añadió Kyle. Me senté en el tronco, Rocky apoyó el hocico en mi rodilla. Crucé los brazos. —Bien, ya estoy. Hablad. Thiago sostuvo mi mirada, y entendí que no intentaba intimidarme, solo dejar claro que hablaba en serio. —Ayer lo hice mal —dijo—. Vengo a arreglarlo, quiero que escuches. —Escucho. —En este bosque hay reglas que tú no conoces todavía —continuó—. No son de parque natural. Son de sangre. Kyle asintió apenas. —Y de luna —añadió. —¿Mitología en directo? —ironisé. Kyle negó. —Literal. Te lo diríamos otro día, de otra forma, pero ya estás dentro del tablero. Prefiero que lo sepas por mí. Respiré hondo. No iba a obtener un “era una broma”. Bien. A lo grande, entonces. —Suéltalo —pedí. Thiago apoyó la mano en el tronco marcado. La voz salió limpia: —Hay manadas de lobos, yno hablo de documentales. No me levanté ni grité. Tomé aire. De golpe, varias piezas encajaron a la fuerza: la casa controlada, el padre de Kyle con reglas de acero, ese “mía” de ayer que me había dejado temblando de rabia y algo más que no pienso nombrar en voz alta. —Sigue —pedí, con la garganta seca. —Nacemos con ello —dijo Kyle—. Se activa con el tiempo. No podemos apagarlo. —¿Y yo qué pinto aquí? Thiago dudó un segundo, como si pesara cada palabra. —Nacemos con un vínculo. Una sola persona, pero no una persona cualquiera. Un alma gemela. —Alzó la mirada—. A eso lo llamamos mate. Sorbí saliva. Vale. La palabra tenía filo. —Traducción —pedí—. Mate suena a “destino forzado” y a mí los destinos se me dan fatal. —Nadie te va a arrastrar a nada —intervino Kyle, firme—. No te obliga legalmente, ni mágicamente. Es un lazo real, sí, y fuerte… pero tú eliges qué hacer con él. —Y yo —añadió Thiago— elijo respetar lo que decidas. Rocky soltó un bufido, como si aprobara la frase. Noté una pequeña risa salir de mí, más por tensión que por gracia. —Ayer no pareció respeto —le recordé. —Lo sé —admitió—. No volverá a ocurrir. —Bien. Siguiente duda: ¿por qué yo? —No puedo darte una fórmula científica —contestó Kyle—. Se reconoce y se siente. Algunos tardan, otros lo notan al instante. Thiago lo notó. El viento movió las copas. Un aullido lejano cortó la tarde y no era un perro. Me recorrió la espalda una corriente de hielo y fuego. —No pasa nada —dijo Kyle, poniéndose de pie—. Estamos en zona segura. Thiago giró el rostro hacia el sonido, alerta. —Otra patrulla —informó—. No se acercarán. Tragué. Me obligué a respirar lento. El aullido se apagó. —Vale —dije—. Acepto que me contéis. Acepto que no me tiréis encima cien reglas hoy. Y acepto otra cosa: si queréis que confíe, no me mintáis. —No te vamos a mentir —aseguró Kyle. —Y no voy a decidir en caliente —añadí—. Ni “sí”, ni “no”. Yo proceso a mi ritmo. —Te acompañaré en ese ritmo —dijo Thiago, sin titubear. Me puse en pie. Rocky movió la cola, listo para seguir. —Una última cosa —pedí—. ¿Quién manda aquí? —Yo —respondió Thiago—. Soy el alfa. —Perfecto —dije—. Entonces te digo esto en idioma alfa: no vuelvas a entrar a una habitación de ese modo. Y si necesitas hablar, escribe hola antes. Le vibró la comisura de la boca, esa casi sonrisa suya. —Hola —repitió—. Mañana podemos vernos para responder más preguntas. Con luz, sin sorpresas. —Con Kyle presente —aclaré. —Con Kyle —confirmó. Nos quedamos un momento en silencio. El claro, el tronco marcado, el aire frío. No era un sueño raro. Era mi vida cambiando de carril. —Volvamos —dijo Kyle—. Se hace tarde. Emprendimos el camino. Rocky trotaban feliz, ajeno al drama inter-especies. Antes de que el sendero se cerrara, Thiago habló detrás de mí: —Leanne. Me giré. —Si en algún momento sientes que algo no cuadra, me llamas. No importa la hora. —No tengo tu número —recordé. —Lo tienes —dijo, con esa tranquilidad que irrita y tranquiliza al mismo tiempo. Rodé los ojos, pero guardé el comentario. Al salir del bosque, el móvil vibró. Miré la pantalla. Desbloquéame cuando quieras preguntar. —T. Levanté la vista. Thiago y Kyle se habían quedado donde el sendero empezaba. Kyle me mandó un “te escribo luego”. Él no añadió nada más. No hizo falta. Guardé el móvil y acaricié a Rocky entre las orejas. —Bueno, socio —susurré—. Al parecer, los lobos existen y yo tengo mucho que procesar. Rocky me lamió la mano como si hubiera dicho “ya era hora”. Sonreí de lado. Mañana tocaría preguntas. Y quizá una respuesta que no quería dar… todavía.
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