CAPITULO 6

1079 Words
El día amaneció igual que siempre: demasiado temprano, demasiado frío y con Rocky ladrando como si quisiera cobrarme alquiler por dormir bajo su techo. Ya no podía mirar el bosque sin recordar la conversación del día anterior. Lobos, manadas, mates. Palabras que deberían estar en un libro de fantasía, no en mi vida real. A ratos quería reírme de lo absurdo, a ratos me daban ganas de encerrarme en casa con una estaca de madera. Por si acaso. En el instituto traté de actuar normal, como si no hubiera descubierto que mi vecina y su hermano pertenecían a una especie secreta de National Geographic edición “cosas que matan”. Me repetí cien veces: “tus amigos no saben nada, tus amigos no sospechan nada”. Lo malo es que yo tampoco sabía demasiado, y esa mezcla de ignorancia y sarcasmo era peligrosa. —¿Qué pasa contigo? —preguntó Aiko en la primera clase, cuando me pilló dibujando un lobo con gafas de sol en el margen de la libreta. —Trabajo en mi portafolio artístico —contesté, muy seria. —Pareces más rara de lo normal —añadió Izan, riendo. Perfecto, justo lo que necesitaba: destacar. Cuando todo lo que quería era pasar desapercibida. El día transcurrió con su rutina habitual: clases eternas, profesores sin gracia, y mis amigos haciendo apuestas estúpidas sobre quién se quedaría dormido primero. Yo me reí, fingí estar tranquila, pero cada vez que la puerta del aula se abría esperaba ver a Thiago entrar. Como si él tuviera derecho a vigilarme incluso allí dentro. Al salir, el patio estaba lleno de voces, mochilas arrastrándose y ese bullicio de fin de jornada. Izan y Aiko se dejaron caer en uno de los bancos frente a la verja. Yo los seguí porque, sinceramente, no tenía ganas de irme aún a casa. —Ven, siéntate aquí —dijo Izan, dándome un golpecito en la pierna. El banco estaba lleno de mochilas, así que, sin pensarlo mucho, me dejé caer sobre sus rodillas. Era algo que habíamos hecho otras veces, cero drama. Izan se echó a reír, acomodándome mejor para que no me resbalara. —Ya ves, trono de lujo —bromeó. Aiko rodó los ojos. —Qué infantiles sois. Me encogí de hombros y saqué el móvil para distraerme, ignorando que en ese momento un coche n***o se detuvo frente a la verja. Reconocí el modelo antes incluso de alzar la vista. Y cuando lo hice, vi los ojos de Thiago clavados en mí. Avanzó a paso firme, mandíbula tensa, mirada fija como si todo lo demás hubiera desaparecido. Me puse rígida de golpe. Izan lo notó y bajó la vista hacia mí. —Eh… ¿todo bien? No tuve tiempo de contestar. Thiago ya estaba frente a nosotros. No saludó, no explicó nada. Simplemente me agarró de la muñeca y me obligó a ponerme de pie. —Tenemos que hablar —dijo con voz grave, sin apartar la vista. —Oye, ¿se puede saber qué…? —empezó Izan, pero Thiago lo fulminó con la mirada. No violenta, pero sí lo bastante intensa como para que Izan se callara al instante. Yo traté de soltarme. —Suéltame, me estás haciendo quedar fatal. —Ahora —replicó, y tiró de mí hacia el coche aparcado. Lo seguí a regañadientes, más porque no quería montar un escándalo delante de todos que por otra cosa. La verja, los bancos, mis amigos quedaron atrás mientras él me arrastraba hasta el lateral del coche. Allí, lejos de las miradas, se detuvo por fin. —¿Qué demonios te pasa? —solté, sacudiendo la muñeca para liberarme. Thiago apretó la mandíbula. —No vuelvas a sentarte así sobre nadie. —¿Perdón? —Me crucé de brazos, indignada—. ¿Me vas a dar ahora clases de protocolo para sentarse? —No es un juego, Leanne. —Claro que no lo es, es un banco del instituto. Si quieres te dibujo un mapa para que lo entiendas. Su respiración era profunda, contenida. Sabía que estaba furioso, pero no lo demostraba con gritos, sino con esa calma tensa que me ponía más nerviosa que si hubiera explotado. —Eres mi mate —dijo al fin, como si esa palabra explicara todo. —Sí, ya escuché el discurso ayer. Una única persona, destino, bla bla bla. Pero, ¿sabes qué? Yo no firmé ningún contrato contigo. Por un instante creí ver dolor en su expresión, apenas un destello antes de volver a la rigidez. —No entiendes lo que significa. —Exacto, no lo entiendo. Y ¿sabes qué? Quizá nadie se molestó en explicarme que, según tu manual, sentarme sobre mi amigo equivale a traición capital. Thiago dio un paso hacia mí, acortando la distancia. El coche a mi espalda me impidió retroceder más. —No es traición —dijo en voz baja—. Es instinto. No soporto que nadie más te toque de esa manera. El corazón me golpeó con fuerza. Tragué saliva, buscando una réplica sarcástica que no llegaba. —Pues tendrás que aguantarte —murmuré, aunque mi voz no sonó tan firme como quería. Sus ojos brillaron con algo que no supe descifrar. Rabia, sí, pero también otra cosa más peligrosa. —No —replicó, firme, definitivo—. No pienso aguantarme. Abrí la boca para responder, pero en ese instante Kyle apareció desde la verja, mirando la escena con expresión entre sorpresa y advertencia. Thiago no se apartó, ni me soltó la mirada. Me miraba fijamente y yo a él también, como si se tratase de una guerra de miradas. El aire estaba tan cargado que parecía que cualquier palabra podía encenderlo todo. —Thiago… —empecé. Pero lo que iba a decir se quedó en el aire, suspendido, porque él inclinó la cabeza hacia mí, como si estuviera dispuesto a escuchar… o a hacer algo que yo no estaba preparada para enfrentar. El ruido lejano de las voces en el patio no rompió la tensión. El mundo podía haberse parado y yo no lo habría notado. El final quedó colgando entre los dos. Una respuesta que todavía no había dado cuando sus labios se estrellaron contra los míos sin permiso. Me quedé helada, sin saber si empujarlo, golpearlo o… responderle. La cabeza me gritaba que lo apartara, pero el corazón, ese traidor, no estaba tan seguro. Y justo cuando iba a decidir qué hacer, una voz interrumpió desde atrás. —¿Leanne?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD