El plan de la tarde parecía inofensivo: helado con el grupo el último día de clase. Después de semanas con el pecho en vilo, casi sonaba a vacaciones. Ocupamos la mesa larga junto al ventanal. Aiko me pasó una cuchara sin preguntar. Izan se apropió del sabor de chocolate como si fuera un territorio. Will y Ekane discutieron por la playlist del verano. Dylan hizo un ranking absurdo de toppings. Alex y Mike se sentaron enfrente; Alex me preguntó si el sábado seguía en pie lo de estudiar. Asentí. Reí cuando tocaba. Por un rato, respiré. —Estás menos fantasma —diagnosticó Aiko. —Debe de ser el azúcar —respondí. Al despedirnos, nos abrazamos rápido. Izan gritó algo sobre una guerra de agua. Yo me quedé un minuto más, mirando la luz del río a dos calles. Necesitaba aire. Pedaleé hacia allí c

