La casa se fue quedando atrás como una foto guardada en un cajón. El anillo, frío, me pesaba en el dedo; la mochila, en cambio, ya no era mía. Thiago la había agarrado sin preguntar y la llevaba colgada al hombro como si fuera papel. No me lo discutió, y yo tampoco tuve fuerzas para pelear esa pequeña batalla. Kylie caminaba a mi izquierda, ligera, con la sonrisa justa para que pareciera fácil, como si pudiera sostenerme incluso cuando yo no pedía nada. El sendero se internaba en el bosque. Era pleno verano: hojas verdes, zumbidos de insectos, la tierra caliente bajo mis zapatillas. Pero había algo más, un silencio que no era natural, un silencio expectante, como si los árboles escucharan. Entonces lo sentí. Una presión suave en las sienes, como dedos invisibles empujándome. Me detuve en

