El coche se clavó junto a la acera justo cuando yo llegaba a Kyle y Thiago. La ventanilla bajó un palmo. Era el chico del pasillo: sudadera lisa, cara de no pertenecer, mirada que no pestañeaba. —Te dije que nos veríamos —dijo, tranquilo—. Sube. Cinco minutos. —Ni un segundo —respondí. Thiago se adelantó medio paso, interponiéndose sin tocarme. No gruñó, no hizo show; bastó su presencia. Kyle, a mi otro lado, parecía un muro con mochila. —Circula —ordenó él, voz de piedra. El chico sonrió sin dientes, como si hubiera logrado lo que quería solo con aparecer. —Nos vemos entonces —repitió, y arrancó despacio. No se fue lejos. Giró la esquina y esperó. No dije nada. Tampoco ellos. El aire alrededor tenía ese silencio que lleva preguntas. Me colgué la mochila, asentí a Kyle y miré a Thia

