Se quedó quieto, inmenso, casi a mi altura aunque estuviera a cuatro patas. Después retrocedió despacio, me sostuvo la mirada y, con una exhalación que sonó a decisión, dejó que la forma empezara a cambiar. Huesos que volvían a su sitio, músculos que se replegaban, piel que reaparecía donde antes había pelaje. Aparté la vista por puro pudor cuando entendí lo obvio: la forma humana no trae ropa de serie. Me giré hacia el tronco y me tapé los ojos con la palma. —¡Pero avisa! —dije. Escuché un resoplido que podía ser una risa. Tela contra piel, cremallera, el golpe leve de una hebilla. —Listo —dijo, con la voz un poco ronca—. Puedes mirar. Me di la vuelta. Thiago estaba descalzo, con el torso desnudo y los pantalones que se había puesto a toda prisa. Tenía el pelo revuelto. —Gracias por

