4. Pensamiento inapropiado

1540 Words
Lo peor de su día no había sido soportar al nuevo m*****o de la familia, sino regresar a casa tarde y encontrar a Dorian esperándola en la sala con el ceño fruncido. El día había sido agotador, no tenía fuerzas para discutir, pero el semblante de su esposo le dejaba claro que no estaba dispuesto a pasar por alto nada esa noche. —¿Por qué llegas a esta hora? —la increpó mientras ella dejaba unas bolsas sobre la mesa—. Son casi las ocho, Agnes. ¿Desde cuándo tus salidas se alargan tanto? Ella suspiró con cansancio. El cuerpo le dolía entero y en el vientre aún sentía las punzadas de los cólicos. —Hoy llegó el hijo del jefe —contestó mientras se dirigía a la cocina—. Me toca atenderlo, así que saldré tarde de ahora en adelante. —¿Qué? —Dorian la siguió, furioso—. ¿Y por qué tienes que hacerlo? ¿Acaso olvidas que aquí tienes un marido al que atender? Agnes estampó el cuchillo de pelar verduras contra el mesón. Demasiado cansancio, la depresión por la reciente pérdida, la carga de tener que lidiar con un joven insoportable y ahora un marido enojado. Todo se le venía encima, empujándola al límite. —Dorian —se giró hacia él—. Ayer, cuando perdí a nuestro bebé, tú seguiste trabajando hasta tarde. Volviste feliz porque te habían subido el sueldo mientras yo me moría por dentro. Te enojaste conmigo porque me dolía perder a mi hijo… ¿y ahora también me recriminas por llegar tarde sin siquiera escucharme? ¿De verdad vamos a seguir así? Él frunció el ceño y guardó silencio. —A mí también me darán un aumento por las horas extras —añadió Agnes, molesta—. Fue mi jefe quien me pidió personalmente atender a su hijo. Es exigente y debo estar a la altura. Saldré de casa a las siete de la mañana y volveré a la misma hora si es necesario, ¿de acuerdo? Al fin y al cabo, paso sola la mayor parte del tiempo. Tú tampoco estás aquí, así que mírale el lado bueno. —¿Cuál lado bueno, Agnes? También necesitamos pasar tiempo juntos —replicó—. Si todo será como dices, apenas nos veremos hasta la noche. ¿De verdad quieres eso? No, claro que no. No quería que la distancia entre ellos creciera aún más, pero no había alternativa. Ese trabajo era necesario, además la relación ya venía resquebrajándose. —Necesitamos el dinero, Dorian —respondió tras pensar unos segundos—. Y también un poco de distancia, porque últimamente te comportas extraño. Me haces sentir culpable de todo, como si fuera una carga. —¿Qué? No digas eso. No es así —se alteró de inmediato. Dio un paso hacia ella y la envolvió en sus brazos—. Agnes, entiéndeme. El trabajo me consume, tenemos deudas, y solo intento que estemos bien. —Yo también hago lo mismo —replicó herida—, pero no te trato como tú a mí. Ignoras mis sentimientos, te marchas y me dejas sola en medio de todo este dolor. Que lo entienda no significa que me duela menos, Dorian. ¿Es que acaso no te has dado cuenta de cómo estás actuando? —Sí, sí, tienes razón, perdóname —suspiró—. No debí tratarte así esta mañana, lo lamento. Ayer… bueno, sabes que tuve que quedarme horas extras, pero me dolió dejarte sola en ese estado. Debía controlarse más. Dorian era consciente de su comportamiento, pero a veces simplemente no podía evitarlo. Al mirar a su esposa, veía también la incapacidad de darle lo que tanto deseaba, y eso lo llenaba de rabia. La amaba, sí, pero Agnes nunca podía cumplir del todo con sus expectativas. Aun así, había tomado una decisión: debía mostrarse dispuesto a cambiar, al menos para que ella no sospechara de su doble vida con Sabina. Agnes era comprensiva y confiaba en él a pesar de las carencias en su hogar. Jamás imaginaría que le era infiel, ni que había encontrado en otra mujer lo que con ella no conseguía. —No quiero que estemos tan distantes, pero tienes razón, necesitamos el dinero —murmuró mientras acariciaba su cabello—. Prométeme que al menos nos llamaremos, o que nos enviaremos mensajes, Agnes. Mira la hora que es… te estaba esperando para cenar juntos. —Es que el joven Ryan llegó tarde. Tuve que encargarme de sus necesidades. —¿Joven Ryan? ¿Cómo es? No te trata mal, ¿verdad? —preguntó Dorian, frunciendo el ceño. —No, no… él no… La mente de Agnes viajó justo a donde no debía. En lugar de recordar la actitud arrogante de ese hombre, lo que le vino a la memoria fue la imagen de Ryan saliendo del baño con apenas una toalla ceñida a la cintura, un pedazo de tela demasiado pequeño para ese cuerpo fornido. —¿Agnes? Sobresaltada, notó que Dorian le sostenía el rostro entre las manos, intentando que reaccionara. —¿Sí? —Te hice una pregunta y te quedaste en las nubes. —Ah… eso —carraspeó—. Apenas lo conozco, es tranquilo, muy reservado. Pero sabes que hago bien mi trabajo, no hay nada de qué preocuparse. Antes de que Dorian pudiera insistir o notar lo ruborizada que estaba, Agnes se apartó de él. —Iré a darme una ducha. Espérame en la mesa, traje comida de tu restaurante chino favorito. Se encerró rápido en la habitación, cerrando la puerta tras de ella. No podía creer que su propia mente la hubiera traicionado de esa manera. ¿De verdad se había puesto a pensar en los pectorales de ese muchacho? «Estás loca», se recriminó, sintiéndose avergonzada. Para distraerse, tomó el saco de Dorian que había dejado sobre la cama con intención de meterlo entre la ropa sucia, pero se detuvo al sentir algo pesado en el bolsillo. Al sacar el objeto, descubrió una cajita negra y alargada. De inmediato, los pensamientos indebidos se disiparon y la curiosidad se apoderó de ella. Sus ojos brillaron al abrirla y encontrar una pulsera delicada, adornada con pequeños diamantes. ¿Dorian pensaba regalársela? Tal vez era su manera de disculparse. La emoción la invadió, aunque también se mezcló con la preocupación: ¿habría gastado demasiado dinero en eso? No estaban en condiciones de permitirse lujos, no con tantas deudas encima. Aun así, no pudo evitar ilusionarse. Hacía mucho que Dorian no le obsequiaba nada, y decidió no arruinar la sorpresa. Guardó de nuevo el saco en su sitio y se fue a bañar. Sin embargo, con el paso de la noche, mientras cenaban en la mesa, nada ocurrió. Solo Dorian hablando de su trabajo, sin nervios, sin gestos extraños, sin la más mínima señal de que pensara entregarle aquel regalo. —Buenas noches, cariño —le dijo él con la misma naturalidad de siempre mientras se acomodaban en la cama y le daba un beso. Agnes permaneció despierta incluso después de que Dorian cayera en un sueño profundo. ¿Por qué no le había dado el regalo? ¿Acaso no era para ella? No, debía de ser paciente. Quizá Dorian planeaba algo especial para más adelante. La ilusión de recibir un obsequio la mantenía ansiosa. A la mañana siguiente, él salió antes que ella. Todavía no eran ni las siete, y ya se había marchado más temprano de lo habitual. ¿No era él quien la noche anterior parecía desesperado por pasar más tiempo juntos? Al menos le dejó una nota diciéndole que había preparado el desayuno y le recordaba que debía irse por una junta importante. Agnes lo entendió, aunque la misma ansiedad de anoche seguía viviente. No pudo evitar revisar el saco tirado en el cesto de la ropa sucia, pero la cajita ya no estaba. Buscó entre los muebles, revisó cada cajón, y nada. No había rastro de la pulsera. Entonces recordó que quizá aquel regalo no era para ella. Dorian solía consentir a su madre y a su hermana, y justo su suegra estaba por cumplir años. Una punzada de decepción la atravesó. Hacía mucho tiempo que Dorian había dejado de ser detallista con ella. Se hizo ilusiones por nada. Desayunó con prisa, mirando de reojo el reloj y dándose cuenta de que eran casi las siete. Por suerte tenía tiempo, porque Ryan le pidió que lo despertara a las ocho. Antes de salir, se detuvo frente al calendario. La fecha límite para pagar la luz y el agua se acercaba, pero ni a ella ni a Dorian les habían pagado aún. Con pesar, pensó en recurrir a los ahorros que había estado guardando para el día en que pudiera cumplir su sueño de ser madre. Sí, aunque sabía que no podía tener hijos, ese dinero lo reservaba con la esperanza de algún día lograrlo. Fue a su habitación, se agachó frente al clóset y sacó la caja de galletas donde guardaba los fajos de billetes. Pero se congeló al descubrir que estaba vacía. El dinero para sus futuros bebés había desaparecido. Se suponía que ese dinero, tanto para su esposo y para ella, era sagrado.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD