Capítulo 1
La ruleta giraba con feroz indiferencia, como si el destino de Nick Jones dependiera del capricho de una bola de marfil. El alcohol se alzaba en su sangre, nublando recuerdos y borrando, por momentos, el nombre de Kate de sus pensamientos. Pero el dolor escocía igual, implacable, mientras apostaba lo que quedaba de su buena fortuna.
—Veintidós n***o… —anunció el crupier, con una sonrisa que no le pertenecía.
Nick descargó la frustración, golpeando la mesa y maldiciendo por lo bajo. Cinco mil dólares se evaporaban en el Veintitrés rojo. ¿Cuándo se había ido su suerte? ¿Tal vez la noche en que Kate, su prometida, hizo las maletas y partió a Nueva York sin mirar atrás?
Cada intento de llamarla le pesaba. Veinte veces esa noche su esperanza se había estampado contra el muro frío del buzón de voz.
—Maldita sea… —siseó, dejando el teléfono lejos, como si el rechazo pudiera doler menos.
Andrew, su confidente inquebrantable, compartía su mesa y unos cuantos tragos, aunque la sobriedad parecía de su lado.
—Dale tiempo, Nick. Al final se comunica —sugirió, con esa calma que solo puede tener quien no está en medio del huracán emocional.
—¿Tiempo? —Nick tragó aire, la indignación brotando—. ¿Cómo te vas, Andrew? Se fue para Nueva York sin decir nada, ¡Nada! Planeamos la luna de miel, el viaje, la boda que soñó. Todo listo y, de pronto, ¡todo es nada!
—Tal vez este sea el momento de mirar hacia otro lado…
—No hay otro lado. Ella es mi todo. Diez años. Diez años no se tiran a la basura —lo soltó en voz baja, con la herida aún fresca.
—Le has propuesto matrimonio cuatro veces. ¿No ves la señal, Nick?
—No. Es su sueño, Andrew. Sabes que después de los treinta, los bailarines se retiran. Quiere apurar esos días antes de decir adiós… Yo sólo quiero que sea feliz, aunque eso signifique esperar.
—¿Y no puede reinventarse? ¿Ser coreógrafa? —El tono cansado de Andrew era el canto de todas las dudas.
—Pudo haberme dicho que no o que necesitaba más tiempo. En vez de eso, aceptó y huyó sin dejar ni una nota.
—¿Y tus padres?
—Qué mierda… Mis padres. Ni les he contado ni lo pienso hacer. Viven por el sueño de los nietos y la familia perfecta. Kate nunca quiso hijos, teme perder su figura. Y por lo visto, Kate tampoco —Nick se encogió, perdido en las expectativas ajenas.
—Siempre pueden adoptar. —Andrew buscó la luz en medio del desastre, pero Nick ya había caído, la cabeza hundida en la mesa, derrotado.
No era la primera vez que Andrew lo veía así. El despecho era habitual, pero esta vez la rabia tenía un tinte distinto, como si algo más se tejiera en lo profundo.
En otra esquina del casino, la noche empujaba a Anna Stone a romper sus propias normas. Eli la convencía, con risas y promesas, de lanzarse al juego por una noche.
—Vamos, Anna. Son solo cincuenta dólares. ¿Qué es lo peor que puede pasar?
—Perder.
—A veces hay que tentar a la suerte. La ruleta va a decidir tu destino— Eli la incitó, mirando de reojo a los hombres elegantes en la mesa vecina. Solo una vez, Anna; después bailaremos.
Las amigas la arrastraron. Anna era la sensata, la que evitaba riesgos. Pero esa noche, la tentación tenía rostro de desafío.
—Veintitrés rojo —dijo, colocando la ficha con dedos temblorosos.
Nick la miró. En el breve cruce de miradas, todo el ruido del casino se apagó. Solo esos ojos, grandes y castaños, lo atraparon.
—Ese número está maldito. He perdido con él toda la noche.
—¿Disculpa, te molesta? —Eli intervino, pero los ojos de Nick y Anna ya conversaban en otro lenguaje.
—Tal vez Anna traiga suerte. —Eli era la publicista improvisada—. Es una diosa, Nick. Cuando pone el corazón en el juego, la fortuna cambia de bando.
Anna sintió la sangre subirle al rostro. Era una sensación nueva, una chispa imprevista y peligrosa.
—Anna… —Nick murmuró su nombre, como lanzando un deseo al universo—. Si ganas, eliges el destino de la noche. Si pierdes, me debes un baile. Solo tú. Sin tus amigas.
Las risas y festejos invadieron la mesa. Andrew observaba la escena, divertido y asombrado. Nick nunca había mostrado esa audacia frente a una mujer, ni siquiera con Kate.
—Acepto —susurró Anna, segura de que así, al menos, la velada acabaría pronto.
La bola cayó y rebotó, jugueteando con los nervios de todos. La ruleta giró lenta, como arrastrando el tiempo. Los corazones de Anna y Nick latían, sin saber que a partir de esa noche la suerte ya no les pertenecía.
—¡Veintidós n***o! —el crupier lo anunció, las miradas se cruzaron en un silencio cargado de promesas.
Anna perdió la apuesta, pero ese hombre había ganado más que dinero. Nick tomó aire y extendió la mano, su sonrisa tenía algo de destino y mucho de peligro.
—Te lo dije —dijo Nick, y al tomar la mano de Anna, ambos supieron que ya no se trataba del juego. Había algo más fuerte, un magnetismo ineludible, un amor que entraba en escena cuando menos lo esperaban.
Esa noche, bajo las luces del casino, la ruleta había decidido que la verdadera apuesta era el uno por el otro.